semioarquitectura: la construcción simbólica del espacio josé ramón zamora callejón cuando jon tugores me propuso dar una charla en esta

Semioarquitectura: la construcción simbólica del espacio
José Ramón Zamora Callejón
Cuando Jon Tugores me propuso dar una charla en esta Escuela de
Arquitectura, fruto, intuyo yo, de nuestras conversaciones más o menos
distendidas y extendidas junto a algunas Güiness en Irlanda, se me
planteó la duda acerca de qué podría contar que interesara a una
Universidad de arquitectura, teniendo en cuenta, ya no tanto mi
formación filosófica y periodística, sino mis intereses doctorales que
coquetean, como constatarán, con los campos de la lingüística, la
semiótica y la retórica.
Sin duda alguna, ya el título, al que ustedes legítimamente se habrán
aferrado en un intento, como diría Grice, de cooperación comunicativa,
para entender de qué narices voy a hablar, me pareció un buen comienzo
para abordar el tema en cuestión. Tras una rápida mirada evidenciamos
que esta ponencia, como todo discurso, está enmarcada, situada,
contextualizada, en primer lugar, por dicho título. Y ya aquí nos
topamos con términos como, “Enmarcar”, “contextualizar”, Framing.
Conceptos que nos son muy familiares hoy y a los cuales probablemente
no les prestemos demasiada atención, a pesar de estar presentes cada
vez que emitimos un juicio o realizamos una acción. Durante esta
charla trataremos con palabras que nos van a sonar, pues pertenecen a
nuestro vocabulario, pero que, precisamente por esa razón, obviamos
sus implicaciones. Es decir, y permitirme esté metáfora
arquitectónica, habitamos en las palabras. Pues bien, continuando
diremos que cuando enmarcamos, en principio, significamos la
delimitación de un territorio. Territorio que presupone un adentro y
un afuera. Este discurso, por tanto, estaría enmarcado dentro de un
ciclo de conferencias bajo un título común, que a su vez tiene su
propio título, en una asignatura, dentro de una Universidad, que a su
vez... como si se tratase de una especie de capas de cebolla. Pero
además, este marco compartiría un espacio con otros marcos en, lo que
podríamos denominar, un eje horizontal. Por ejemplo, con otras
facultades dentro de las cuales esta ponencia también tendría sentido;
con otros textos a los cuales responde, cuestiona, dialoga. Por tanto,
parece obvio, que la compresión de cualquier texto, cualquier
discurso, presupone unos límites dentro de los cuales, dicha
estructura es susceptible de sentido, es decir, se torna comprensible
para nosotros. Así, nuevamente, ese “dentro y fuera” se va desplazando
creando relaciones, comunicándose con esos otros espacios.
Comunicación de espacios ¡Buena metáfora! Comunicación con otros
textos. Y donde hay texto hay posibilidad de interpretación o, mejor
dicho, hay texto porque hay interpretación. Hasta aquí la simple
constatación de un intercambio de términos entre el lenguaje
propiamente dicho y la arquitectura como lenguaje. El tratamiento del
lenguaje bajo la metáfora de la arquitectura es muy antiguo. Pero lo
que nos interesa aquí es la relación metafórica de ambos campos,
porque, precisamente, como en toda metáfora, ocurre un intercambio
entre el término metafórico y el término metaforizado, es decir, que
en el caso que nos ocupa se produce una, permitidme la expresión,
“arquitecturización” del lenguaje, pero, a su vez, una codificación de
la arquitectura en términos lingüísticos y, por esta razón, derivando
ésta en mensaje, en fuente de información. Así explica Y. Lotman:
“El espacio del que el hombre se apropia por la vía de la cultura,
comprendida en ella la vía arquitectónica, es un elemento activo de la
conciencia humana. La conciencia, tanto la individual como la
colectiva (cultural) es espacial. Se desarrolla en el espacio y piensa
con las categorías de éste. Desvinculado de la semiosfera humana
creada (en la que entra también el paisaje cultural creado), el
pensamiento simplemente no existe. También la arquitectura debe ser
valorada en el marco de la actividad cultural general del hombre. Y la
cultura como mecanismo de elaboración de información, generador
informacional, existe en la condición indispensable del choque y la
tensión mutua de campos semióticos diferentes”.
Pues bien, antes de entrar en materia, me gustaría advertir que esta
charla más que responder a preguntas busca, mayormente, plantearlas a
través de un conjunto de retazos, pinceladas (en muchos casos
–aceptaré- un tanto groseras, un tanto intuitivas) que apelarán a su
benevolencia y buen juicio. Espero no asustarles y pueda contribuir de
alguna manera al entendimiento de esta disciplina desde otras
disciplinas y, al mismo tiempo, al entendimiento de éstas desde su
disciplina, en lo que bien podría venir a definirse bajo el término
pedante de traducción intersemiótica. Sobra decir que en ningún caso
esta exposición intentará abarcar en su totalidad las diferentes y
múltiples expresiones arquitectónicas –hoy menos que nunca- que
cohabitan en este siglo. Y es precisamente esta imposibilidad de
abarcar el fenómeno arquitectónico desde una teoría holística
–general- la característica propia, esencial, que define precisamente
nuestro tiempo presente. Justamente hoy más que nunca, donde la
conservación se codea con la innovación en un intento de convivencia
de estructuras arquitectónicas, cualquier acercamiento teórico a estas
nuevas realidades responde también a esta misma lógica plural. Es por
ello que otra vez, hoy más que nunca, se hable de la arquitectura en
términos lingüísticos, del espacio arquitectónico como espacio de
comunicación. Esto es, como espacio sígnico, como espacio retórico. No
hay duda de que una de las características de la arquitectura a lo
largo de la historia, que ha respondido, por otro lado, a su gran
valor y poder simbólico (pensemos en cualquier catedral), y que se ha
diferenciado, por ejemplo, de lo ocurrido a otras producciones
culturales, como las literarias o filosóficas que se han conservado,
es su reafirmación simbólica sobre una época que se percibía ya
superada -con el consiguiente convencimiento de habitar en un momento
mejor- a través, o bien de la destrucción de la totalidad de la obra o
bien de la transformación parcial ésta para su reutilización. (Y por
cierto, no deja de resultar llamativo que Charles Jencks en su libro
El lenguaje de la arquitectura posmoderna feché en 1972 la supuesta
muerte de la arquitectura moderna gracias al derribo de un conjunto de
viviendas Pruitt-Igoe de St. Louis (Missouri), construido por Yamasaki
—quien más tarde proyectaría el World Trade Center de Nueva York-). En
fin, en cualquier caso, lo que si parece quedar claro es que tal
reafirmación de un tiempo presente se llevaba a cabo a través de una
resignificación, y por tanto, destrucción, sustituyendo un símbolo por
otro. Es por ello que no es baladí la afirmación de Lotman al expresar
que “por esencia la arquitectura está ligada tanto a la utopía como a
la historia”.
Hoy como usuarios nos tropezamos, por ejemplo, con una arquitectura
singular, en términos derridarianos, que bien podría ser definida como
escultura1 (Frank Gary), una arquitectura funcional –“la forma sigue a
la función”. Casi como sentencia lamarkista. Lo que sucede es que ya
no manejamos instrumentos. Ahora más que nunca apretamos botones-
(Gropius, Van der Rohe, Wright), una arquitectura llamada postmoderna
(Aldo Rossi, Hans Hollein, Arata Isozaki), otra ultramoderna (Rem
Koolhaas, Jean Nouvel, Dominique Perrault, Philippe Starck, Toyo Ito y
Herzog & De), etc. Y si echamos un vistazo rápido a la arquitectura
urbana, nos topamos con los autoproclamados edificios inteligentes,
múltiples conceptos de urbanización a los cuales acompañan diferentes
conceptos de barrio, de espacio público, microciudades, etc. Ahora
bien, todo esto no parece responder a algo arbitrario. Como explica
Lotman: “La idea de la diversidad estructural, del poliglotismo
semiótico del espacio habitado por el hombre, desde sus unidades
macroestructurales hasta las microestructurales, está estrechamente
ligada al movimiento científico y cultural de la segunda mitad del
siglo XX (107)”. Precisamente, la provocativa y socorrida definición
de Le Corbusier de la vivienda como “máquina para vivir”, donde el
acento reposaría en “el vivir”, adelanta, aún incluso como exponente
modernista, la estetización de lo real y esta estetización pasa
necesariamente, como ya veremos, por el reinado de una semiótica del
significante. Dicha semiótica, transforma algunos espacios
arquitectónicos, hasta entonces producidos en términos de producción,
valga la redundancia, en textos. Textos, que por otro lado, son
leídos, observados, por un sujeto configurado sobre las
características de la postmodernidad.
Después de lo apuntado, quisiera comenzar con unas palabras de Luis
Fernández-Galiano, las cuales creo que contrastan con otro texto
extraído de una conversación que mantuvo el filósofo Jean Baudrillard
con el arquitecto Jean Nouvel:
“La arquitectura es, por definición, pública. No puede entenderse sólo
en términos formales de cubos o cilindros, texturas, colores. Para mí,
entender la arquitectura sin su dimensión política es absurdo.”
(Fernández-Galiano)
"Asistimos a una estetización de todos los comportamientos y de todas
las estructuras. Una estetización que no es del orden de lo real; esto
significa, por el contrario, que las cosas devienen valor, que
adquieren valor en lugar de ser un juego de formas que se oponen, lo
cuál es ininteligible y a esto no se le puede dar un sentido último:
es un juego, una regla de juego, otra cosa. En una estetización
generalizada, las formas se extenúan y se vuelven valor, en tal caso
valor estético o cultural, que es negociable al infinito y cada uno
puede hallar su ganancia, pero estamos en el orden del valor y de la
equivalencia, en el hundimiento total de las singularidades. Creo que
estamos en ese orden, al cual nada escapa, pero pienso, sin embargo,
que las singularidades como tales pueden ejercerse bajo formas quizás
a menudo monstruosas. Y, por ejemplo, bajo la forma de estos
"monstruos" de los que hablas. A mí me interesaba la arquitectura bajo
el aspecto del monstruo, esos objetos así catapultados en la ciudad,
venidos de otra parte. En cierta forma, yo aprecio ese carácter
monstruoso. El primero fue el Beaubourg. Uno puede hacer una
descripción cultural de él, ver al Beaubourg, como la síntesis de esta
"culturalización" total y, en ese caso, estar perfectamente en contra.
Lo que no quita que el objeto Beaubourg sea un acontecimiento singular
de nuestra historia, un monstruo, y está bien, pues no demuestra nada.
Es un monstruo y en ese sentido es una forma de singularidad.” (“Los
objetos singulares”, Baudrillard y Nouvel)
Tan sólo un apunte. Si, pongamos por caso que estamos de acuerdo en no
evacuar la dimensión política de la arquitectura, de acuerdo con la
afirmación de Fernández-Galiano, y a su vez damos por supuesto, algo
que habrá que demostrar, a saber, que existe una estetización
generalizada en la producción arquitectónica –aunque no sólo-, como
señala Baudrillard, quizás haya que analizar en qué medida se ha
producido también, o incluso antes, una estetización de la política.
En que medida la política, su discurso, su retórica, contesta también
fielmente con esta característica común que comparte con otros
fenómenos de la cultura presente. Es decir, como anotaba Mcluhan es su
archiconocida afirmación, en qué medida “El medio es el mensaje”, que
derivó de manera provocadora en “el medio es el masaje”. En qué el
continente toma la relevancia de la información. Creo que podemos
imaginar múltiples ejemplos de esto. Pues bien, y esta es mi
sugerencia, quizás estas transformaciones tengan que ver con un nuevo
concepto de verdad, un nuevo sujeto, nuevos textos y nuevas lecturas.
La construcción del espacio
Sobra decirles que “el espacio arquitectónico -como explica Lotman-
vive una doble vida semiótica. Por una parte, modeliza el universo: la
estructura del mundo de lo construido y habitable es trasladada al
mundo en su totalidad. Por otra, es modelizado por el universo: el
mundo creado por el hombre reproduce su idea de la estructura global
del mundo”. Ideas como la del urbanismo “regular”, auspiciada por el
Renacimiento y sus concepciones utópicas, que ponían en juego una
sociedad gobernada por la idea de lo racional en oposición a la
naturaleza; o la no muy lejana obra de Foucault, Vigilar y castigar,
donde en su análisis del nacimiento de la prisión en Europa, nos deja
entrever como determinadas arquitecturas, que alentaban diferentes
formas de mirar, apoyaron y transformaron nuestra relación con
determinados signos (por ejemplo, el del castigo), y devinieron
espacios, donde su funcionalidad no sólo no estaba regañada con su
simbolización, sino que me atrevería a afirmar que esta simbolización
estaba en la base de la propia funcionalidad. Pues bien, esto creo que
nos legitima para acerquemos a la arquitectura desde un punto de vista
semiótico. Como un campo que pone en juego un sistema sígnico
-simbólico- y, por tanto, algo que en principio es representación, es
decir, que está en lugar de. La arquitectura como texto. Así
constatamos con Lotman “que (efectivamente) la arquitectura se compone
no sólo de arquitectura: las construcciones estrictamente
arquitectónicas se hallan en correlación con la semiótica de la serie
extraarquitectónica –ritual, de la vida cotidiana religiosa,
mitológica-, con toda la suma del simbolismo cultural. En esto son
posibles los más diversos desfases y complejos diálogos. Entre la
modelización geométrica y la creación arquitectónica real existe un
eslabón mediador: la vivencia simbólica de esas formas que se han
depositado en la memoria de la cultura, en los sistemas codificantes
de ésta (2000: 105).”
Ahora bien, como ya hemos apuntado, quizás pueda suceder que bajo una
semiótica donde el peso reposa en el significante, las significaciones
del arquitecto, hoy más que nunca, queden reducidas a ese conjunto de
(in-) significantes interpretables por los usuarios, los espectadores,
poniendo en evidencia la inutilidad y virtualidad de cualquier intento
de significación a priori. Y quizás habrá que estar de acuerdo con
Koolhaas –ya veremos- cuando afirma que “los reflejos narrativos que,
desde el principio de los tiempos, nos han permitido unir puntos y
rellenar huecos se vuelven ahora contra nosotros: no podemos dejar de
observar: no hay secuencia demasiado absurda, trivial, carente de
sentido u ofensiva... a través de nuestro antiguo equipamiento
evolutivo, de nuestro irreprimible y amplio campo de atención, no
podemos sino registrar, ofrecer claves, exprimir significados,
interpretar intenciones; no podemos dejar de encontrarle sentido a lo
que carece completamente de ello...”.
¿Qué sujeto es ese que aparentemente esta empujado a significar
irremediablemente? Pues bien, llegados a este punto me gustaría
aclarar algo que considero que es fundamental para que se entienda
desde dónde hablo, desde dónde hablamos. Lugar que, por otro lado,
quizás no sea otra cosa que el espacio común desde el cual uno
necesariamente habla por pertenecer a este momento histórico en el que
nos encontramos. Voy a intentar, dentro de lo posible, delimitar
brevemente el marco general -estructural- en el cual nos hallamos por
el mero hecho de estar vivos en este tiempo. Lo cual anticipará,
determinará y condicionará, sin ninguna duda, su actitud hacia lo que
van a escuchar. Esto, con lo cual voy a comenzar, pertenece a una
disertación que hace muchos años el gramático, poeta y filósofo,
Agustín García Calvo, dio en el Círculo de Bellas Artes de Madrid,
bajo el título de Razón común e idea individual. Título que ya
anticiparía los derroteros que seguidamente tomaría su ponencia. Así,
sin más preámbulos, y conforme a su idea –y resalto la palabra
“idea”-, me atreveré a afirmar que “yo no estoy aquí”. Pues si yo
estuviera aquí, aquí podría estar cualquiera. Quien está aquí delante
de ustedes es José Ramón Zamora, dispuesto a hablar de algo. Un sujeto
concreto e individual o, quizás mejor, particular, por eso de que el
sujeto se debate entre lo universal y lo individual para acabar
particularmente conformado, esto es, socialmente constituido. Así,
aquí se presenta ante ustedes, un nombre propio con sus experiencias,
su biografía –que en última instancia no es más que la construcción de
un relato, un otro, un fantasma, como toda biografía-, sus lecturas y
lo que recuerda de éstas, y unos discursos que, como todo discurso,
son poco más que el resultado de la casualidad, sin que esto anule, a
priori, la verosimilitud del resultado. En definitiva, me presento
ante ustedes con un conjunto de ideas.
¿Qué quiero decir con esto del “yo no estoy aquí”, lejos de ser un
juego de palabras más o menos ocurrente? Lo que lleva a García Calvo
como a otros pensadores, tanto contemporáneos como pasados, con los
cuales me declaro de acuerdo, a afirmar tal extravagante afirmación,
es simplemente la intención de poner en juego -en evidencia- el
concepto tan crítico como recurrente de verdad en su relación con el
sujeto. Simplemente que el pronombre personal “yo”, aquel al cual
acudimos constantemente para apelar a nuestra identidad,
paradójicamente deviene el menos personal de los pronombres. Más bien
al contrario, por ser el pronombre propio favorito del discurso
científico, por lo que tiene de no representar a nadie en concreto y
con ello mismo a todo el mundo posible. “La verdad como independiente
del sujeto que la nombra” ¿De qué o quién depende la verdad del
teorema de Pitágoras? ¿Acaso pertenece a quién le dio el nombre? La
pretensión científica, hoy también cuestionada desde las últimas
teorías físicas -sobre todo desde la física cuántica-, apunta a una
supuesta evacuación del sujeto psicológico, que opera en el campo
fenoménico-perceptivo del laboratorio, por ejemplo, para poner en su
lugar un no-sujeto, esto es, el “yo”. Pues cualquiera que estuviera
delante de no sé qué verdad científica desvelada necesariamente
tendría que ver y concluir lo mismo.
Ahora bien, ¿significa esto que no pretenderé decir verdad a lo largo
de lo que ustedes escucharán? ¿Significa que cuando hablamos no
buscamos la verdad de nuestras ideas? En absoluto. Todos hablamos con
pretensión de verdad, aunque en la mayoría de los casos no salgamos de
la doxa, de la opinión, y decidamos refugiarnos en ella tan pronto, o
no nos gusta lo que oímos o simplemente no estamos de acuerdo, pero
carecemos del argumento oportuno para contraatacar (por cierto,
interesante metáfora esta de entender el debate en términos bélicos:
Sentirse acorralado, vencido, sacar la artillería de argumentos). Así,
en la mayoría de los casos, una conversación finaliza con la
recurrente fórmula de: “Esa es tu opinión”. Lo cual necesariamente
implica que nosotros tenemos algo que aparentemente es nuestro y, por
ello, en tanto que nuestro, no tenemos ninguna intención de
desembarazarnos de ello, cosa que por otro lado es absolutamente
legítima. Y aquí constatamos algo curioso que nuestro propio lenguaje
revela. Sin duda alguna, tanto las opiniones como las ideas, parecen
gozar de ese estatuto extraño de propiedad, que las diferenciarían de
la supuesta verdad, cuya propiedad no sería de nadie y, por esta
razón, compartible.
Ahora bien, ¿qué sucedería si no estuviera tan claro el hecho de que,
más allá de nuestra pretensión de verdad, los discursos no remitieran
a ésta? ¿Qué sucede cuando la capacidad de persuasión de un discurso
depende, entre otras cosas, más de quién habla que del propio
contenido del discurso? Si esto es así, y es algo que constatamos
continuamente, por ejemplo en televisión, ya no hablamos
necesariamente de verdad. Ya no hay teorema desplegado deductivamente,
cuyas premisas nos conducen necesariamente a una conclusión. Lo que
hay es una argumentación, que echa mano de la retórica –por cierto,
probablemente la misma retórica que ustedes utilizan para defender un
proyecto- para persuadir, esto es, seducir a una audiencia, un
empresario, un interlocutor... Pero a su vez la retórica está presente
en cada obra arquitectónica, como espacio retórico, esto es, como
espacio persuasivo. Parece evidente que una producción arquitectónica
X nos invita a organizar nuestras actividades bajo unos principios
(repárese en la organización del espacio de trabajo. Que por cierto,
actualmente responde a una idea de máxima visibilidad. De ausencia del
secreto) y, evidentemente, respondemos a esa invitación adoptando,
negociando o refutando sus estructuras, apelando a una verdad de la
obra como interpretación, como posible, por tanto, como significante.
Pero en fin, a donde quería llegar es que quien está aquí sentado no
es un yo (cualquiera), sino José Ramón, aunque podría ser cualquier
otro nombre propio –cualquiera de ustedes, por ejemplo-. Lo que sucede
es que sea uno u otros, en la mediada que se pretenda buscar la
adhesión del otro conforme a un criterio más o menos razonable, se
flirteará con el concepto de lo verosímil, pero por ello mismo, no
necesariamente verdadero ¿significa esto que fuera de las escasas
verdades de la ciencia –en el caso de que el concepto fuerte e ingenuo
–añadiría yo- de verdad, como adecuación del anunciado a la cosa, se
pueda seguir manteniendo- no hay posibilidad de decir verdad y, por
ello, tenemos que concluir, todo vale? Es evidente que de una de las
grandes tesis de la postmodernidad (no confundir con postmodernismo
–como renuncia a la teleología emancipatoria de las vanguardias- en
oposición a modernismo, cuyo origen se da en el ámbito de la
literatura para trasladarse después a las artes plásticas y a la
arquitectura) se podría derivar dicha afirmación. Y, sin duda, ya hay
muchos pensadores que se han dedicado y se dedican a intentar salvar
un cierto grado de racionalidad, digamos, práctica, partiendo de las
premisas de la propia postmodernidad. Mi repuesta, acorde a estos
pensadores, es que no todo vale y, aún así, no es necesario seguir
defendiendo un concepto fuerte y superado de verdad (la verdad como
adecuación). Pero si esto es así, entonces, ¿es posible qué haya
argumentaciones mejores que otras? La respuesta es sí ¿Dónde se juega
ahora la verdad? En su simulacro. En su apariencia de verdad. Y así,
la retórica, más allá de representar una espacie de floritura
innecesaria y fútil, se convierte en el medio de persuasión –junto a
un pathos, un lugar, y un ethos, una autoridad- a través de una
pensada y, más o menos, intencionada selección de tropos –figuras-,
argumentos, locuciones, etc. La pregunta para ustedes es obvia:
salvada la funcionalidad de una obra arquitectónica ¿se pude decir que
existan unas obras mejores que otras? ¿Dónde reside el criterio que
nos permita afirmar una u otra cosa? En la seducción, en el discurso
persuasivo, en un espacio retórico que apela a una determinada
subjetividad. Pero dicha seducción pone en marcha todo un código, esto
es, un lenguaje. En definitiva, un texto, pero también un discurso.
Ustedes cuando hablan sobre su obra, a parte de cubrir las
expectativas funcionales que se le presupone, transforman a ésta en
discurso, en un texto con pretensión de pleno sentido que busca la
aceptación. Pero donde el sentido de su texto trabaja más con el
concepto de lo verosímil, que con el concepto de lo verdadero.
Me gustaría traer a colación otro fragmento la conversación entre
Baudrillard y Nouvel, donde precisamente este último admite que “cuando
hablas con quien licita la obra como un director de cine le habla a un
productor, te plantea una infinidad de cuestiones sobre el precio del
metro cuadrado, la superficie, si es construible, si no le va a chocar
al burgués, toda una serie de cosas por el estilo, y luego habrá lo
que queda sin decir. Siempre queda una parte que es del orden de lo
no-dicho, eso forma parte del juego. Y, en un plano ético, eso
no-dicho es una cosa aparte, algo que no va en contra de lo que uno va
a vender o a intercambiar, en contra de las nociones económicas, pero
significa algo vital. Eso es la apuesta. Porque si un objeto
arquitectónico es la traducción de una funcionalidad, si es únicamente
el resultado de una situación económica, no puede tener sentido”.
Veamos un ejemplo de una noticia reciente.
Un barrio de arquitectura funcional para la Villa Olímpica
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Los Juegos legarán a Madrid 11.000 viviendas sostenibles junto a La
Peineta
DANIEL VERDÚ - Madrid - 24/09/2008
Se acabaron los hitos, la arquitectura de las estrellas y jugar al
espectáculo con el espacio que tiene que habitar la gente. Al menos,
por ahora. Si Madrid se lleva los Juegos dentro de un año en
Copenhague, el Ayuntamiento apostará por la arquitectura "racional,
seria y rigurosa". Así definió el arquitecto y miembro del jurado del
concurso, Patxi Mangado, a las dos propuestas ganadoras para diseñar
el entorno donde se hospedarán los atletas. Una villa que pasados los
Juegos Olímpicos se convertiría en un barrio de 10.963 viviendas (el
50% protegidas) para 30.000 vecinos. Si Madrid no obtiene la
organización del evento, el Ayuntamiento pretende llevar a cabo el
proyecto de un modo parecido
El concurso convocado se dividía en tres parcelas. Dos de uso
residencial y una para accesos y servicios. Para las dos primeras se
presentaron 41 propuestas, para la tercera, 15. Una de las parcelas
destinadas al hospedaje ha quedado vacante y ahora los ganadores de la
otra, el estudio CMA Arquitectos, de Javier Camacho y María Eugenia
Macía, deberá ampliar su proyecto.
Precisamente, esa propuesta, 12 bloques, 12 torres, sintetiza
perfectamente el concepto de permanencia y funcionalidad de la obra.
"La idea es reflexionar sobre lo que debe ser un edificio de viviendas
en su forma natural y de utilidad. Eso combinado con que sea un
símbolo de los Juegos Olímpicos", explica Camacho. "Se necesita una
imagen monumental, pero no puede caducar en el tiempo. El proyecto,
por eso, es un híbrido entre torre y edificio en bloque. La torre nos
da elementos tipo hito, permite condensar edificabilidad. El bloque
nos permite hacer una arquitectura horizontal y más humana".
Se crearán cuatro manzanas con tres unidades bloque-torre cada una,
con una gran permeabilidad entre los espacios libres comunes. Habrá
dos tipologías de vivienda: de un dormitorio en las torres y de dos en
los bloques. La disposición de la vivienda se organiza en torno a un
gran espacio de usos de estar-cocina y dormitorios.
Esta propuesta realiza una fuerte apuesta por la arquitectura
bioclimática. Especialmente en "la sostenibilidad pasiva", aquella que
encuentra los elementos de climatización en el diseño del propio
edificio. Así, todas las viviendas tienen orientación al sur para
aprovechar el sol de la mañana. Cuentan también con sistemas de
ventilación cruzada mediante aberturas y pantallas vegetales con
arbolado de hoja caduca, "para que en verano haya sombra y en invierno
atraviese el sol", explica Camacho. Los techos tendrán cubiertas
ajardinadas. Además, en el apartado de sostenibilidad pasiva, los
arquitectos han pensado en paneles fototérmicos y fotovoltaicos para
generar energía.
El diseño ganador para el área de accesos y servicios, Family Tree, es
de los arquitectos Fernando Pino y Manuel García Paredes. Una
propuesta que incluye un hotel, una policlínica y un centro de
acreditaciones. "Cada edificio tiene una personalidad que con el
tiempo se pueda adaptar. El hotel será un centro de convenciones. El
edificio de acreditaciones podrá ser un centro de investigación y de
promoción del deporte. Otros edificios, como los aparcamientos y
estación de autobuses, se quedarán como espacios para la ciudad. La
policlínica será un centro médico", explica Fernando Pino.
Los edificios mantienen una formalización racional en las partes
elevadas. La idea, dicen los autores, "es que funcione como una
máquina". Que prime la función. Las zonas que están en contacto con el
suelo quieren tener una forma más orgánica, "son captadores de gente
que permiten elaborar los accesos", explica Pino.
El jurado del premio estuvo presidido por Alberto Ruiz-Gallardón y
formado por arquitectos y políticos de la oposición
Reparemos en algunas declaraciones, en el discurso de esta propuesta,
y juzguen por sí mismos:
*
“Arquitectura "racional, seria y rigurosa".
*
"La idea es reflexionar sobre lo que debe ser un edificio de
viviendas en su forma natural y de utilidad. Eso combinado con que
sea un símbolo de los Juegos Olímpicos", explica Camacho. "Se
necesita una imagen monumental, pero no puede caducar en el
tiempo. El proyecto, por eso, es un híbrido entre torre y edificio
en bloque. La torre nos da elementos tipo hito, permite condensar
edificabilidad. El bloque nos permite hacer una arquitectura
horizontal y más humana".
*
Esta propuesta realiza una fuerte apuesta por la arquitectura
bioclimática (paneles, orientación, etc.)
*
El diseño ganador para el área de accesos y servicios, Family Tree,
es de los arquitectos Fernando Pino y Manuel García Paredes. Una
propuesta que incluye un hotel, una policlínica y un centro de
acreditaciones. "Cada edificio tiene una personalidad que con el
tiempo se pueda adaptar. El hotel será un centro de convenciones.
El edificio de acreditaciones podrá ser un centro de investigación
y de promoción del deporte. Otros edificios, como los
aparcamientos y estación de autobuses, se quedarán como espacios
para la ciudad. La policlínica será un centro médico", explica
Fernando Pino.
*
Los edificios mantienen una formalización racional en las partes
elevadas. La idea, dicen los autores, "es que funcione como una
máquina". Que prime la función. Las zonas que están en contacto
con el suelo quieren tener una forma más orgánica, "son captadores
de gente que permiten elaborar los accesos", explica Pino.
Pues bien, con lo dicho hasta ahora, espero estar siendo capaz de
ofrecer algunas claves que les hagan ver, entender, la arquitectura,
no sólo desde la historia, sino desde otras disciplinas más
sincrónicas, como la semiótica. Entender lo que por otro lado ya están
ustedes poniendo en juego. Lo cierto es que lo que pretendo es señalar
que tanto las nuevas propuestas arquitectónicas (Pekín, juegos
Olímpicos), como artísticas (videoarte), tecnológicas (teléfonos de
última generación), fílmicas (smoking room -D. Wallovits y Roger
Gual-, smoke -Wayne Wangy Paul Auster-), televisivas (tele-realidad),
y demás productos culturales, sin perjuicio de convivir con formas
pretéritas, guardan una relación con una manera de ver el mundo
(¿mayormente estetizada? Lo cual explicaría nuestra invulnerabilidad
hacia el horror televisado, grabado, fotografiado… La foto del Vietnam
de la niña quemada, el 11-S. Estetización de la imagen. Hiperrealidad
vs realidad) por un sujeto constituido en y constituidor de la llamada
sociedad postmoderna. Este sujeto, lejos de manejar textos saturados
de sentido en dirección a una supuesta verdad puesta en juego, se
debate en un juego ineludible de interpretaciones. Muchas de las
características de este sujeto explicarían estos productos, pero sólo
llegamos a la configuración del sujeto postmoderno a través de éstos,
como el arqueólogo que reconstruye una época desde los vestigios,
desde los objetos, convirtiendo dichos vestigios en textos. Pues si
no, no existe lectura posible, ya que toda lectura se hace
necesariamente sobre un texto, aunque dicho texto en principio
aparezca, en la llamada postmodernidad, como pre-texto, como forma
anterior al texto. A saber, como conjunto de significantes, de manchas
en un papel o de texturas, colores, pilares, muros...que buscan ser
significados, esto es, interpretados.
Pues bien, lo que hasta aquí he tratado es de delimitar el nuevo marco
cognitivo donde parece jugarse, entre otras cosas, la arquitectura de
hoy, independientemente de la intencionalidad muchas veces de los
mismos arquitectos. Ahora bien, los textos de la postmodernidad –y los
sujetos dotadores de sentido- adquieren unas características propias.
Estos aparecen como textos fragmentados que apelan constantemente,
como ya hemos señalado, a ser significados, pero donde el énfasis
ahora reside en el significante, no en el significado, no en una
teoría de la equivalencia de los conceptos (perfume: sustancia que se
utiliza para dar buen olor) tal y como nos los encontramos en el
diccionario. El signo en su constitución de significante, significado
y referente queda, bajo la teoría hermenéutica posmoderna -donde la
verdad es entendida como interpretación- reducido al significante,
precisamente por ser éste el promotor de múltiples y posibles
interpretaciones. De ahí la imposibilidad de acercarse a la
arquitectura de hoy con una pretensión globalizante a pesar de su
aparente universalización en la conocida sociedad global. La llamada
arquitectura posmoderna, representada por autores del estilo de Robert
Venturi, Michael Graves, Aldo Rossi, Hans Hollein, Arata Isozaki o
Robert Stern, preocupada por no significar, por no emitir mensajes,
provoca, como diría Deleuze y Guattari, un efecto de
sobrecodificación. El sujeto está constantemente llamado a
interpretar, es decir, a cooperar. Permitidme aburrirles con esta
larga cita de los autores mencionados que creo que resumen
magistralmente lo señalado hasta aquí:
“El régimen significante del signo (el signo significante) tiene una
fórmula general simple: el signo remite al signo, y remite al signo
hasta el infinito. Por eso, en último extremo, incluso se puede
prescindir de la noción de signo, puesto que lo que fundamentalmente
se retiene no es su relación con un estado de cosas que él designa, ni
con una entidad que él significa, sino únicamente la relación formal
del signo con el signo en tanto que define la llamada cadena
significante. Lo ilimitado de la significancia ha sustituido al signo.
Cuando se supone que la denotación (en este caso, el conjunto de la
designación y de la significación) ya forma parte de la connotación,
se está de lleno en ese régimen significante del signo. No nos
ocupamos especialmente de los índices, es decir de los estados de
cosas territoriales que constituyen lo designable. No nos ocupamos
especialmente de los iconos, es decir, de las operaciones de
reterritorialización que constituyen a su vez lo dignificable. Así
pues, el signo ha alcanzado un alto grado de desterritorialización
relativa, bajo el cual es considerado como símbolo, en una constante
referencia del signo al signo. El significante es el signo que redunda
con el signo. Los signos cualesquiera se hacen señales. Todavía no se
trata de saber lo que tal signo significa, sino a qué otros signos
remite, que otros signos se suman a él para sumar una red sin
principio ni fin que proyecta su sombra sobre un continuum atmosférico
amorfo. Este continuum amorfo desempeña, por el momento, el papel de
“significado”, pero no deja de deslizarse bajo el significante, al que
tan sólo sirve de médium o de pared: todos los contenidos disuelven en
él sus formas específicas. Atmosferización o mundanización de los
contenidos. Se hace, pues, abstracción del contenido. Se está en la
situación descrita por Levi-Strauss: el mundo ha comenzado
significando antes de que se sepa lo que significaba, el significado
está implícito, pero no por ello es conocido. Vuestra mujer os ha
mirado de forma extraña, y esa misma mañana vuestra portera os ha
entregado una carta con la declaración de impuestos a la vez que
cruzaba los dedos, luego, al salir a la calle habéis pisado una cagada
de perro, habéis visto sobre la acera dos trocitos de madera
dispuestos como las agujas del reloj, al entrar en el despacho alguien
ha cuchicheado algo a vuestras espaldas. Poco importa el significado
de todo eso, siempre es significante. El signo que remite al signo
está afectado por una extraña impotencia, de una incertidumbre, pero
potente es el significante que constituye la cadena. (p.118)
Y si un signo remite a otro signo en una semiosis infinita, no se
produce el cierre del sentido, sino la fragmentación de éste, su
apertura constante. Ahora bien, la atomización, descomposición o
fracturación de los discursos no responde a ninguna causa gratuita,
sino que es resultado casi predecible de la aparición de nuevos
gadgets tecnológicos, de nuestra relación para con estos, que nos
transforman y son transformados, a su vez, por nosotros. Obvio. No voy
a hablar aquí de qué manera el gran invento de Internet –pero antes la
TV, el teléfono, el telégrafo, etc-, comparable a la gran revolución
que trajo consigo la aparición de la imprenta, ha transformado
nuestras maneras de mirar y relacionarnos, así como los conceptos de
doxa, episteme o hipertexto. Sin embargo, si me gustaría llamar la
atención, de acuerdo con la tesis de Mcluhan de que todos nuestros
instrumentos no han sido, ni son, más que una extensión de nuestra
corporeidad desde el primer palo con el que golpeamos una manzana,
sobre las transformaciones que han venido ocurriendo en el campo
cognitivo, perceptivo, sensitivo, etc, en la no sé si bien o mal
llamada “sociedad de la información”. Y si algo ha sido transformado
en las sociedades interconectadas –aldea global- son, por un lado, las
categorías de espacio-tiempo / público-privado en su relación con el
sujeto, y, por otro lado, el propio concepto de texto, como ya hemos
apuntado. Sobra decir como, por ejemplo, en tiempos medievos, el lugar
donde habitaba el rey o el señor feudal estaba relacionado
materialmente y simbólicamente con su poder, perfectamente significado
bajo una semiótica, precisamente, del significado. El espacio tenía un
peso simbólico importantísimo. Es decir, no había otra interpretación
posible. Hoy tal cosa no se da necesariamente así. O como, por
ejemplo, la aparición de la televisión –y no digamos con Internet-
contribuyó, entre otras cosas, a difuminar el conocimiento supuesto a
cada edad, creando nuevas subjetividades. El mundo comenzaba a entrar
en nuestras casas. Los rombos también. Con ello los márgenes de los
comportamientos “propios”, hasta ese momento, de cada edad empezaron a
desvanecerse, junto con esas cuatro paredes que antaño delimitaban lo
privado. Por otro lado, sin duda, como explica Rem Koolhaas, las
sociedades de la hiper-visibilidad e hiper-vigilancia han puesto en
marcha nuevas identidades, identidades digitales. Y dice así:
“El sujeto ve como le arrebatan su privacidad a cambio del acceso al
nirvana del crédito. Somos cómplices del rastro de huellas dactilares
que deja cada una de nuestras transacciones. Lo saben todo sobre
nosotros, excepto quiénes somos. Los emisarios del espacio basura nos
persiguen hasta la antes impermeable privacidad de nuestra habitación:
minibar, máquinas de fax privadas, televisión de pago que ofrece
comprometida pornografía, protecciones de plástico que cubren el
asiento del váter, condones de cortesía: pequeños centros de ganancias
que coexisten con la Biblia de la mesita... El espacio basura pretende
unificar, pero en realidad escinde. Crea comunidades no de intereses
compartidos ni de libre asociación, sino de idénticas estadísticas e
inevitables demografías: una red oportunista de intereses personales.
Cada hombre, cada mujer y cada niño se convierten en objetivos
individuales, son rastreados individualmente, separados del resto...
Los fragmentos sólo se recomponen en `seguridad', donde una red de
pantallas de video reúne de forma decepcionante cuadros individuales
para crear un cubismo banalizado y utilitario que revela la coherencia
general del espacio basura ante la desapasionada mirada de guardias
apenas preparados: videoetnografía en estado puro”.
Pero si este es el sujeto en construcción, una cierta arquitectura
urbana parece también salir a su encuentro. Así, por ejemplo, el
concepto de barrio, como “vida-hacia-afuera”, como espacio público, se
sustituye por unas urbanizaciones celulares, atomizadas, que
probablemente respondan a la necesidad de un individuo a su vez, como
señala el arquitecto holandés, más atomizado junto a una exacerbada
necesidad de sentirse seguro, mayor vigilancia (cámaras por todos
lados). Pero, sin embargo, en este nuevo espacio-barrio todo se juega
en su interior, en una “vida-hacia-dentro”, en un espacio privado
claramente delimitado por las viviendas. En su interior está el parque
para los niños, la piscina, las pistas de tenis, etc. Microbarrios.
Ahora, cualquier padre ya no tiene que salir a la ventana a gritar el
nombre de su hijo/a para constatar que está bien. Ahora, los padres
sólo tienen que asomarse en el caso de que lo necesiten al interior. Y
cuando están fuera del acuartelamiento, siempre quedará el recurso del
móvil y dentro de poco el GPS. Pero además, vemos que el espacio
privado del centro comercial ha devenido lugar de encuentro público,
como espacio de consumo. !!!Nuevos textos, nuevas lecturas!!!!
“El espacio arquitectónico es semiótico, pero el espacio semiótico no
puede ser homogéneo: la no homogeneidad estructuro-funcional
constituye la esencia de su naturaleza. De esto se deriva que el
espacio arquitectónico es siempre un ensamble. El esamble es un todo
orgánico en el que las unidades diversas y autosuficientes intervienen
en calidad de elementos de una unidad de orden más alto; sin dejar de
ser un todo más alto; sin dejar de ser un todo se hacen partes; sin
dejar de ser diversas se hacen similares.”
Por otro lado, el famoso concepto de hipertexto –como texto que remite
a otro texto-, no es que haya sido inventado por Internet, sino que es
precisamente a raíz de este nuevo mundo virtual donde toma unas
características propias cuyo desarrollo, pone en jaque el propio
concepto de texto y de una determinada forma de racionalidad. Todo
texto, dentro de su coherencia interna, siempre ha respondido,
debatido, aludido, dialogado con otros textos. Sin embargo, el
hipertexto en Internet rompe, fragmenta, descompone cualquier relación
lógica (argumental) entre los textos y, con ello, también inaugura una
nueva forma de racionalidad que no exige el paso más o menos necesario
de una idea a otra. Pensamiento en red. Pensamiento rápido, saturado
de información, de imágenes. Pensamiento anecdótico, de aforismo.
Pensamiento fugaz acorde al nuevo medio. Y así, como respuesta a esto,
podrá afirmar Koolhaas, en su desarrollo de lo que él denomina el
espacio basura, que éste “es aditivo, estratificado y ligero, no está
articulado en diferentes partes sino subdividido, descuartizado como
el cadáver de un animal, pedazos individuales amputados de una
condición universal”. De ahí que, por otro lado, otra de las
sensaciones más comunes hoy en día sea la disolución de las
oposiciones, como si las contradicciones de antaño irresolubles en
todos los campos ahora devinieran compatibles. Y así añadirá el
arquitecto: “El espacio basura se disfruta mejor en un estado de pasmo
post-revolucionario. Las polaridades se han fusionado, ya no queda
nada entre la desolación y el delirio. El neón representa tanto lo
viejo como lo nuevo, los interiores nos remiten a la Edad de Piedra y
a la Era Espacial al mismo tiempo.”
Con todo lo argumentado, habiendo abordado nuevos espacios, nuevos
textos, nuevos sujetos y, por último, una nueva semiótica, la del
significante, que parece ofrecer, una vez más, una aparente
estetización de algunas producciones, me gustaría finalizar esta
exposición dejando caer las siguientes preguntas: ¿Por qué hay
arquitectos que, como el señor Koolhaas, se expresan así, en sintonía
con toda una corriente de pensamiento que excede los márgenes de la
arquitectura? ¿Qué quieren decir, por ejemplo, Herzog and DeMeuron
cuando explicando su obra Bird nest afirman “no siempre sé lo que
hago”?
1 Por cierto, una de las características esenciales que define al arte
actualmente es el recinto que lo contiene. Es decir, la famosa fuente
de Duchamp, el conocido ready-made, dentro de una sociedad de consumo
y multiplicación infinita de la copia, con valor artístico –y
económico- (Warhol), deviene obra de arte no sólo porque no la llame
urinario, y la llame fuente, sino porque hay un arte que se produce
por descontextualización o, mejor dicho, sobrecontextualización.
Creamos espacios que trasforman el arte en tal y los llamamos museos.
Es decir, creamos espacios retóricos, persuasivos, que negocian la
mirada del que entra. No es por tanto de extrañar que aquello que
tiene la virtualidad de transformar lo que contiene en arte, se
convierta él mismo en obra, en escultura, transformando el propio
contenido…

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