la deconstrucción ================= a finales de los años sesenta, tiene lugar el desarrollo de las corrientes postestructuralistas, que

La Deconstrucción
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A finales de los años sesenta, tiene lugar el desarrollo de las
corrientes postestructuralistas, que tratan de desalentar las
pretensiones científicas del Estructuralismo.
La Deconstrucción, al igual que otras teorías o posturas
posestructuralistas, niega la suposición de que los principios
estructurales son esencias, es decir, que no cree que existan
principios estructurales universales que existen “antes” de la
incidencia del lenguaje. El énfasis en lo concreto y lo contingente en
oposición a lo eterno y universal revela la filiación entre la
deconstrucción y el existencialismo.
Para la Deconstrucción, todos los principios de la existencia, por
ejemplo la experiencia, se sitúan históricamente y se estructuran
mediante la relación entre la experiencia individual y la fuerza
institucional, a través del lenguaje, de los símbolos, del entorno
cultural del momento, situando éste en una relación de oposición con
respecto a todos los otros momentos históricos previos. Esta relación
de oposición opera según los principios estructurales de la diferencia
y el desplazamiento, porque para la deconstrucción el signo no es
tanto una unidad compuesta de significante y significado sino una
fijación momentánea en el proceso temporal del lenguaje. La propia
repetibilidad del signo divide su identidad porque si puede ser
reproducible en distintos contextos cambiará también su significado.
El lenguaje no es, por tanto, una estructura estable, como los
estructuralistas creían, sino que sus elementos están en constante
intercambio y ninguno de ellos es totalmente definible porque su
definición (por oposición a…) depende de los demás (Eagleton,
1993:157), de su diferencia de los demás, diría Derrida.
El término “Deconstrucción” (debería ser desconstrucción en
castellano) hace referencia a un movimiento crítico inaugurado con una
ponencia del francés Jacques Derrida en un congreso en EEUU en la
Universidad Johns Hopkins en 1966. El tema del congreso era “Los
lenguajes críticos y las ciencias del hombre” y en él participaron
importantes figuras como G. Poule, L. Goldmann, E. Donato, T. Todorov,
R. Barthes, y J. Lacan. Derrida participó con la ponencia titulada
“Estructura, signo y juego en el discurso de las ciencias humanas”,
recogida después en L’ Écriture et la différence (1967).
La Deconstrucción no se trata de una teoría literaria sino más bien de
una “modalidad concreta de lectura de textos” (Pozuelo Yvancos,
1992:132-3 citado en Viñas Piquer, 2002:530). No pretende tener un
carácter sistemático, más bien todo lo contrario.
Derrida comienza por cuestionar los presupuestos metafísicos básicos
de la filosofía occidental, que ha dado siempre por sentado la
existencia de un centro rector en toda estructura. Encontrar un
centro, es decir, algo invariable en la existencia humana, algo no
sometido a cambio histórico continua siendo una tentación no sólo en
los estudios literarios, porque significaría una certeza, un
fundamento a nuestro sistema de pensamiento (el Universal, la Idea,
Dios, Espíritu hegeliano, etc.). Nuestra propia vida, según indica
Viñas Piquer (531) gira entorno a la idea de un yo esencial, único,
invariable, el centro de nuestra personalidad, que Freud fracturó con
su división consciente e inconsciente.
En De la gramatología, Derrida denomina “logocentrismo” a este deseo
del centro, a la creencia en la existencia de un fundamento o
principio trascendente (más allá del cual no se puede ir). Derrida
examina los sistemas de pensamiento (como la crítica literaria o la
propia obra literaria) para mostrar como pueden ser deconstruidos,
desestabilizados. Su estructura se edifica sobre una jerarquía de
supuestos y significados que son, en sí mismos, variables, arenas
movedizas. Se sitúa así en la línea de Nietzsche y de Heidegger. De
hecho, según indica Viñas Piquer (531) la Deconstrucción viene a ser
la puesta en práctica de la terapia propuesta por el propio Nietzsche
para una sociedad enferma de angustia existencial (nihilismo). Aparece
cuando la sociedad occidental se había instalado cómodamente en unos
métodos de conocimiento que garantizaban ciertas certezas. El método,
si es que podemos hablar de método cuando Derrida se deconstruye a sí
mismo continuamente, consiste en no optar por ninguna lectura, no
asignar ninguna interpretación, quedarse en el vacío, en el
escepcismo. Únicamente busca mostrar como toda jerarquía, todo orden,
puede invertirse; desvelar como todo texto termina poniendo en duda su
propio sistema de lógica, llegando a la contradicción.
En De la gramatología, por ejemplo, Derrida deconstruye la idea de que
lo hablado precede a lo escrito (logocentrismo) y de que lo escrito no
es más, de hecho, que la materialización de lo hablado. Modifica así
el concepto de escritura que acaba siendo algo que precede al
lenguaje. Otro ejemplo sería la idea de que la naturaleza precede a la
civilización, o la oposición dentro/fuera (en general cualquier
oposición binaria). Es por ello que la Deconstrucción se sitúa en los
márgenes, no afirma ni niega, sólo deja entrever otras posibilidades.
Para la Deconstrucción (y debiéramos emplear la minúscula) no hay un
metatexto, lo mismo que no hay un metalenguaje (las mayúsculas cumplen
de alguna forma esa función). Cualquier lenguaje es distinto a otro y
el lenguaje filosófico, generalmente considerado como de mayor rigor,
es simplemente un lenguaje, una interpretación. No hay ninguna
posición dominante.
Uno de los supuestos más interesantes que la deconstrucción busca
fracturar es el principio de causalidad; la prioridad lógica y
temporal de la causa frente al efecto. Según Nietzsche, en realidad se
produce una inversión cronológica impuesta a posteriori, pues en
nuestra experiencia cotidiana lo primero que captamos es el efecto y
luego imponemos una lógica para dar con el efecto. La deconstrucción
muestra como el efecto es la causa que nos lleva hasta la causa.
El concepto de différance (en francés no existe diferencia fónica
entre différence y el neologismo acuñado por Derrida) lleva implícita
esa fractura temporal aplicada al lenguaje. La repetibilidad
(iteratividad) de todo signo lingüístico en distintos contextos, lejos
de contribuir a su universalidad, desliga al signo de todo anclaje
absoluto; un significante no está vinculado siempre a un mismo
significado, sino que siempre ocupa una posición distinta, diferente.
Haciendo so de las teorías de Lacan, Derrida nota que el signficado se
desliza siempre bajo el significante, difiere, se escapa. El concepto
de diférance podría, por tanto, significar diferencia en el sentido de
“ser distinto de” y de “estar en desacuerdo con”. Es decir que el
signo no remite a nada externo, no representa ninguna “realidad” sino
que nos traslada sistemáticamente a otra escritura; la escritura es
siempre reflexiva, remite a sí misma. Derrida emplea la noción de
“traza” o huella (también habla de “fisuras”) y llega así a
deconstruir la oposición entre lenguaje objeto y metalenguaje.
Las ideas de Derrida presentan una evidente conexión con la teoría de
la intertextualidad de Bajtin, divulgada por Kristeva. Ambos parten de
la noción de dialogismo para terminar con el anti-historicismo y
estatismo estructuralista, concibiendo al texto como una escritura que
lee otra escritura o que se lee a sí misma. De forma que el texto esta
orientado hacia un acto de reminiscencia o evocación (Kristeva
desarrolla el concepto de chora en este sentido, que modifica de la
anamnesis platónica) y hacia un acto de transformación de la anterior
escritura (lo que Harold Bloom ha definido como el intento de superar
la ansiedad de la influencia). Según Manuel Asensi (1990:65-66 citado
en Viñas Piquer 536), en la teoría de la intertextualidad la absorción
de otras textualidades se resuelve en una nueva unidad de sentido,
mientras que en la teoría del injerto, desarrollada por Derrida, la
absorción de otras textualidades crea un corpus agujereado que evita
la unidad de sentido porque se mezclan constantemente niveles
refenciales y figurativos. Derrida denomina diseminación a esta
independencia irreductible de la escritura. El lector es el centro del
sentido.
El carácter iterativo, repetitivo, de todo signo hace que para la
deconstrucción el texto no funcione si no es circulando, “separado de
su querer-decir original y sin posibilidad de recurperarlo” (Asensi,
1990:58 citado en Viñas Piquer, 2002:537). Esto se debe a que la
escritura, según Derrida, sólo remite a sí misma, y por tanto, los
aspectos socio-culturales (circunstancias político-ideológicas) no
cuentan en un análisis deconstructivo, puesto que el lector o el
crítico se acerca a la obra desde un contexto determinado que
condiciona totalmente la interpretación, que nunca podrá ser objetiva.
En el ámbito de la deconstrucción norteamericana, la figura principal
es Paul de Man, autor belga, y profesor en la Universidad de Yale. De
Man ha sido uno de los miembros de la denominada “Escuela de Yale”
integrada además por Hillis Miller, Geoffrey Hartman y Harold Bloom.
Los integrantes de esta escuela escriben bajo el influjo de Derrida.
En el caso de Paul de Man, llega a desarrollar su propia terminología
y prefiere enfocar su trabajo hacia la lectura de la obra, en lugar de
la escritura. En Blindness and Insight (1971) De Man se centra en
analizar las figuras retóricas que producen fisuras en la lectura,
puesto que considera que todo texto es figurativo. El texto no puede
decir todo lo que significa puesto que su significado se encuentra
habilitado mediante el silencio en algún punto crucial. Continúa este
análisis en Allegories of Reading (1979) donde entiende la retoricidad
del texto como una alegoría.
La crítica semiótica ha indicado que una manera de aumentar los
espacios perceptivos en una narrativa y así aumentar la fuente de
placer en la interpretación de textos literarios, es el uso de tropos
que produzcan un efecto de doble codificación.
La metáfora y metonimia trabajan en el nivel semántico, mientras que
la ironía se sitúa en el nivel pragmático. La contribución de Paul de
Man a esta área de investigación continua siendo seminal. En su
“Epistemología de la metáfora”, incluida en Alegorías de la lectura,
De Man estudia el uso del símbolo y la alegoría, una distinción que,
él reclama, mantiene unida la concepción hegeliana de la historia.
La estética de Hegel muestra como el proceso dialéctico de cognición
se basa en a) Verstand o comprensión, para Hegel una forma cognitiva
menor mediante la que las determinaciones finitas del mundo fenomenal
se separan en categorías claras por un proceso semejante al sentido
común, b) Aufgehoben o momento dialéctico en el que tales
determinaciones finitas son contrastadas con sus contrarios, y c)
Vernunft o razón positiva, un momento especulativo en el que la idea,
lo afirmativo contenido en la disolución y la transición de tales
categorías finitas, surge. Esta idea es el principio Hegeliano de
unidad orgánica, el Absoluto. Un principio que, como los críticos han
indicado, debe mucho a la teoría Aristotélica de la tragedia, según la
cual la belleza de un trabajo artístico corresponder a su organización
o nivel de integración.
Las dos formas de cognición, Verstand y Vernunft, corresponden, más o
menos, explica De Man, a la distinción que realiza Goethe entre la
alegoría y el símbolo como formas de representación. El símbolo y la
alegoría eran, antes de Goethe, intercambiables. Ambos modos de
representación negocian entre la apariencia sensual (Schein) y la
imagen significativa (Bild). Mientras la alegoría (allos + agorein =
el otro que habla) (De Man,1979:270) transforma la apariencia en un
concepto concreto, el símbolo busca ser algo más que la mera
experiencia fenomenológica y apunta hacia una aprehensión más global e
intuitiva: la Idea Universal tras el mundo de apariencias.
La imaginación Romántica rechazada la alegoría porque “en vez de
presentar las cosas según su realidad, la presentaba como imagen o
parábola” (Hegel, Estética 488 citado en De Man,1979:148). Kant
consideraba el símbolo una clase de hipotiposis (“lo que se encuentra
fuera de un tipo”) es decir, una presentación retórica de algo que
está fuera del alcance sensorial porque se compone de elementos
demasiado abstractos para la representación sensorial (De Man,
“Epistemología de la Metáfora”:24).
En su “la Retórica de Temporalidad” De Man explica que el texto como
alegoría de la metáfora y el texto como alegoría de metonimia no
pueden coexistir. De esta forma, desafía la concepción de
Estructuralista de que el eje paradigmático de la metáfora se proyecta
en el eje sintagmático de la metonimia para producir un modelo textual
constante. Para De Man se trata de un “momento de ceguera” una aporia
(del griego, “ausencia de paso o comunicación”) que cancelaría la
lectura crítica y que se basa en la oposición entre la figura o tropo
(una máscara) y su denominación. Para la crítica denominada
deconstructiva, es precisamente hacia tales momentos de duda por donde
se orienta la lectura. Para De Man, Derrida, Hillis Miller y otros
ocupantes de qué Lentricchia (1980) ha llamado “la casa crítica de
mala fama” y Bloom (1994) “la escuela del resentimiento” (la Escuela
Crítica de la Universidad de Yale), son estos espacios textuales o
“tropiezos” de la estructura, lo que tiene verdadero interés.
Volviendo a la retórica de discurso, para De Man, la frontera que
separa todos los tropos es delgada, y todo lenguaje, incluso el
discurso filosófico y científico, se encuentra cargado de retoricidad
(De Man,1979:79), mediante la que cualquier concepción mimetica del
arte puede transformarse en una concepción genética, hegeliana. En vez
de ser meras copias de un orden trascendental, explica De Man, la
naturaleza y la humanidad pueden llegar a ser parte de un movimiento
genético ordenado en una temporalidad prospectiva, una cadena de ser
orientada hacia un fin teleológico (Ibid. 101).
La sistematización es precisamente lo que los Románticos rechazaron
como producto artificial y mecánico del Utilitarismo Ilustrado, por
eso contemplaron la alegoría como un producto falsificado de
comprensión mecánica (Coleridge1971:468 citado en De Man), mientras
que el símbolo era para ellos una luz especial, reflejo de lo
trascendente (Coleridge citado en De Man,1979:212).
En el símbolo, la causa y el fin se unen, ya que la relación simbólica
entre imagen y substancia es simultánea en el tiempo y en el espacio.
En el símbolo, el tiempo es mera contingencia, una ilusión, mientras
que en la alegoría se trata de una categoría constitutiva. Por esta
razón, la deconstrucción iniciada por De Man, al igual que la de
Derrida, busca desarticular la linearidad del proceso temporal
mediante la creación de discontinuidades radicales. El proceso llega a
ser parte de sí mismo, un acontecimiento colocado en un movimiento
diacrónico sin ningún origen generativo, una reflexión circular donde
significado y significante nunca se encuentran.
La prueba definitiva de que la concepción genética de Hegel se
contradice es, para De Man, la imposibilidad de escribir una historia
del Romanticismo (Ibid.103). Tanto el trabajo de De Man como el de
Derrida ha consistido principalmente en la diseminación de textos para
exponer sus ambigüedades y la falsedad de una concepción genética
Ya habíamos mencionado que la conceptuación es un proceso verbal
basado en la sustitución de un modo semiótico de referencia para un
modelo substancial, significación por posesión, lo qué Derrida ha
llamado “logocentrismo” o metafísica de la presencia. Para De Man, al
igual que Derrida, la metáfora no es únicamente un tropo, una forma
retórica marginal, sino que revela la naturaleza ilusoria de toda
realidad. No existe un lenguaje natural, ya que todo lenguaje es un
artificio y comunica una opinión o doxa. El lenguaje es para la
critica deconstructiva una usurpación, una seducción, no existe verdad
o episteme informativo, constativo o verificable (De Man,1979:129).
El lenguaje literario, en particular, es el campo de batalla entre
lenguajes contradictorios, inconmensurables, que convierten el proceso
interpretativo en interminable, en una lucha entre la narración como
representación y la narración como mera temporalidad (De
Man,1971:XXV). La comprensión hermenéutica, añade Derrida, siempre va
con retraso, pues entender algo es siempre darse cuenta de algo que ya
se sabía1. Una comprensión es sólo completa cuando llega a ser
consciente de su propia situación temporal, y reconoce que el
horizonte en el que se alcanzará el espacio es el tiempo mismo.
Esta dimensión alegórica marca el comienzo de un estado mental poético
que se origina en el proyecto existencial, que De Man denomina
“visión” (“insight”) (De Man,1971). El lenguaje es por tanto una
dialéctica entre el sujeto y el objeto en que el sí mismo intenta
esconderse de su propia temporalidad en un movimiento defensivo (De
Man,1979:230).
De Man estudia también el empleo de la ironía, tropo de los tropos (De
Man,1996:233), “negatividad absoluta” (Kierkegaard, citado en De
Man,1996:235) que “arruina el sistema alegórico de tropos, su
dialectica y su reflexividad” (De Man,1996:257).
La ironía representa la tentativa paradójica de construir por medio de
la destrucción, revelando la ruina del absoluto hacia el que el
trabajo progresa. Al igual que la alegoría y la metáfora, la ironía
juega en el espacio entre significante y significado, entre el signo y
la representación, entre la experiencia y el deseo, une lo ideal y lo
verdadero dentro de la compleja paradoja de la forma, una forma que no
es ni homogénea ni orgánica, ni basada en la imitación de un objeto
natural. Puede representar la distancia dentro del propio ser, su
duplicidad, su negatividad de engaño fraudulento, su estructura
dialéctica reflexiva.
Para De Man cualquier acto de juicio implica una circularidad, pues
decir que A es igual a B presupone una diferencia, ya que A no es B,
por tanto los juicios analíticos son siempre negativos, pero además
decir que A es distinto de B presupone una similitud.
El lenguaje irónico ignora los aspectos sincrónicos de la percepción
visual, la mimesis, que crea una falsa ilusión de presencia y
significado fijo, favoreciendo en su lugar estructuras musicales,
rítmicas, discontinuas y repetitivas, una temporalidad iterativa, una
ceguera que captura el auténtico espíritu de la modernidad.
Según De Man, la moda aniquila todo lo pasado con la esperanza de
poder alcanzar el ahora del presente, de esta forma se convierte en un
cliché repetitivo, una lucha por destruir el pasado y la concepción
genética, y que contiene inevitablemente las semillas de su propia
destrucción. El parricidio de la Modernidad es una paradoja que anula
la historia, una aporia en la que lo moderno se origina y se consume
inmediatamente (De Man,1979:164-170). Es la interacción entre la
temporalidad alegórica y la irónica lo que ha constituido la historia
literaria (Ibid. 250).
Para Hillis Miller, la crítica deconstructiva se centra en un
afirmación y en una negación de esa misma afirmación. Miller cree que
no es necesario deconstruir el texto porque éste se deconstruye a sí
mismo. Siguiendo a Asensi (1990:52-3 citado en Viñas Piquer, 2002:540)
para Miller lo importante es encontrar el elemento que rompe la unidad
del texto y demostrar que el texto se autodeconstruye.
Finalmente, Harold Bloom ha contribuido al debate combinando la teoría
de los tropos con la psicología freudiana y el misticismo cabalístico.
En su Anxiety of Influence (La angustia de las influencias, 1971),
Bloom muestra como toda obra esta basada en una falsa lectura (misreading)
de algún antecesor. Bloom fue el espíritu motor de la Escuela de Yale
con su colección de ensayos Deconstruction and Criticism, sin embargo,
y según señala Culler (1992:29 citado en Viñas Piquer 2002, 540), su
obra se ha ido dirigiendo hacia aspectos menos deconstructivos al
insistir en la primacía del deseo y la voluntad. Una de sus últimas
obras, The Western Canon continua siendo uno de los libros más
controvertidos del siglo XX.
1 La expresión “always already” (siempre ya) es una de las favoritas
de Derrida, y la emplea en numerosos ensayos como, por ejemplo, “The
Ends of Man” en Margins of Philosophy, 1982:121 & 124, en “The Flowers
of Rhetoric” en “White Mythology” (Ibid.251), y en “Genesis and
Structure” en Writing and Difference, 1981:165.
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