leo el texto y busco en el diccionario todas las palabras que no entiendo edad media se denomina edad media a una etapa de la hist

Leo el texto y busco en el diccionario todas las palabras que no
entiendo
Edad Media
Se denomina Edad Media a una etapa de la historia de la humanidad, de
límites cronológicos imprecisos, pero que en líneas generales puede
situarse entre el final de la civilización clásica grecorromana y la
época del Renacimiento, el descubrimiento de América y el
protestantismo. El concepto de Edad Media tiene un origen filológico;
es utilizado por vez primera en 1469 por Giovanni Andrea, obispo de
Alesia. En 1688, C. Keller publica su Historia medii aevi, que
comprende desde Constantino el Grande hasta la conquista de
Constantinopla por los turcos. El siglo de la Ilustración siente un
profundo desprecio por la Edad Media, a la que considera oscurantista.
Pero en el siglo XIX, a impulsos del nacionalismo y del romanticismo,
nace una auténtica pasión por los tiempos medievales. Se publican
importantes colecciones documentales del Medievo, la más significativa
quizá la de los Monumenta Germaniae historica (MGH), y surgen diversas
escuelas nacionales. Desde entonces, el medievalismo no ha dejado de
crecer, con el consiguiente enriquecimiento de nuestros conocimientos
sobre la Edad Media.
En el estudio de la Edad Media, siguiendo un criterio cronológico,
pueden señalarse cuatro grandes etapas:
1ª) un periodo de transición de la Antigüedad a los tiempos
propiamente medievales (siglos V-VII);
2ª) la Alta Edad Media, dominada por la figura de Carlomagno, época de
regresión de Europa y de esplendor del Islam (siglos VIII-X);
3ª) la Plena Edad Media, época de las grandes realizaciones políticas,
culturales y religiosas (siglos XI-XIII);
4ª) la Baja Edad Media, etapa de crisis política, social y religiosa,
y a la vez de anuncio de los tiempos modernos (siglos XIV-XV).
1. Transición de la Antigüedad a la Edad Media (siglos V-VII)
La crisis interna que afectaba desde el siglo III al mundo romano,
unida a la irrupción violenta de los pueblos germánicos, provoca la
desaparición definitiva, en el 476, del Imperio de Occidente. Su vacío
es ocupado por una serie de reinos, creados por los pueblos invasores
(pueblos bárbaros). En la Galia se establecen los francos; su rey
Clodoveo vence a los visigodos (Vouillé, 507) e incorpora Burgundia;
durante más de dos siglos, gobierna la dinastía de los merovingios. En
Italia, se constituye a finales del siglo V el reino de los
ostrogodos, cuyo gran dirigente es Teodorico el Grande. Desaparecido
el reino ostrogodo ante la ofensiva del emperador bizantino Justiniano
I, se crea, no obstante, en el Norte de Italia un nuevo reino bárbaro,
el de los lombardos, a partir del 568. Los vándalos, después de muchas
correrías, pasan al Norte de África y fundan un reino que sucumbe
también ante las tropas bizantinas. En la península Ibérica penetran
los visigodos, creadores de una monarquía centralizada, con capital en
Toledo. En tierras de Galicia, desarrolla una vida efímera el reino de
los suevos. La Gran Bretaña es invadida por los pueblos anglosajones,
que no logran crear un reino unificado, sino un conjunto de minúsculos
reinos: la Heptarquía.
Los pueblos germánicos instalados en tierras del antiguo Imperio
romano eran en realidad muy escasos. El total de la aportación
demográfica germana se estima en un 5% del conjunto de la población
romana. Los germanos se establecen en tierras ya habitadas por romanos
mediante el sistema de la hospitalidad, efectuándose un reparto de
tierras por tercios, proceso del que hay abundantes huellas en la
toponimia. Con las invasiones se acentúa la ruina de la vida urbana y
el declive del comercio. La vida económica se caracteriza por la
ruralización y la tendencia a la autarquía. El tipo de explotación
agraria dominante es la villa, dividida en dos partes, la reserva y
las parcelas otorgadas para su cultivo a colonos. Desde el punto de
vista social, los germanos, en el momento de las invasiones, aunque
tenían algunos rasgos peculiares (influencia de los lazos personales,
el comitatus; peso de la familia de tipo patriarcal, la sippe), ya
estaban divididos en clases. Esto explica que terminen por insertarse
en los cuadros sociales del mundo romano, especialmente desde que
desaparecen los obstáculos religiosos y jurídicos a la fusión.
En el terreno político, no sólo había sucumbido el Imperio, sino que
se había hundido toda la administración imperial e incluso se había
borrado la idea misma de Estado. Los nuevos reinos eran monarquías
personales y patrimoniales, en las que se confundían lo público y lo
privado. El poder de un rey germánico se basaba en el mundium (en
virtud del cual el monarca era protector, pacificador y justiciero) y
el ban (poder sin límites para ordenar o prohibir). Al rey le rodeaba
una comitiva de nobles ligados a él personalmente (antrustiones,
gardingos, etc.). La administración de los reinos germánicos era en
general muy rudimentaria. La presencia de los pueblos germánicos se
tradujo en una reducción del área en la que se hablaba el latín; en
las regiones periféricas del antiguo Imperio romano se impusieron las
lenguas germánicas. Una gran parte del legado cultural greco-romano se
perdió, pese al esfuerzo de algunos eclesiásticos, como San Isidoro de
Sevilla, por salvarlo.
En los siglos V-VII, bajo la dirección de los obispos de Roma, la
Iglesia realiza una labor esencial en Europa. El monaquismo, de origen
oriental, encuentra su más fiel intérprete en San Benito de Nursia, en
la primera mitad del siglo VI. Al mismo tiempo se cristianizan los
nuevos pueblos y reinos; tanto los paganos como los arrianos se van
convirtiendo al catolicismo. A la vez el cristianismo continúa su
expansión hacia el Norte de Europa, y también al Oriente; de allí han
llegado los invasores, pero hacia allí viajan misioneros y
predicadores. Destacan las actividades de San Patricio (ca. 389-461)
en Irlanda, San Columba (521-597) en Escocia, San Columbano (543-615)
en Centroeuropa y San Agustín de Canterbury (m. 604) en Inglaterra. La
literatura teológica de esta época, último tercio de la llamada
Patrística o época de los Padres, es casi el único vehículo de
cultura. Después de San León Magno (440-462), el gran Pontífice de
este periodo es San Gregorio Magno (590-604).
A diferencia de lo acaecido en el Occidente de Europa, el Imperio
romano pervive en el Este, en el llamado Imperio bizantino. Su figura
más grandiosa es el emperador Justiniano I, del siglo VI. Bajo sus
auspicios se realiza una formidable obra de codificación del Derecho
romano (Corpus Iuris Civilis). Pero el gran empeño de Justiniano es
reconquistar el Imperio de Occidente. No obstante, en el siglo VII,
con Heraclio I, Bizancio se repliega, abandonando las pretensiones
anteriores. Se adopta el griego como lengua oficial y se constituyen
distritos militares (temas) para la defensa del Imperio.
Por esos años surge en el Oriente Medio el islamismo. Mahoma predica
una doctrina caracterizada por la simpleza teológica, el rigorismo
ético y la generosidad en la recompensa. La doctrina, recogida en las
114 suras del Corán, arraiga entre los nómadas de Arabia y se
convierte en el fundamento de su organización política y social. A la
muerte del profeta (632), el islamismo se consolida y, basándose en la
debilidad de sus vecinos, los califas sucesores de Mahoma conquistan
Siria, Palestina, Persia y Egipto. Con el establecimiento de la
dinastía Omeya, en el 661, se perfila un gobierno árabe de tipo
secular, centrado en Damasco.
2. Alta Edad Media (siglo VIII-X)
Europa vive en estos siglos una etapa de regresión, material y
espiritual, agravada por la presencia de los nuevos pueblos invasores
(vikingos y magiares). Pero también es en la Alta Edad Media cuando se
configura la sociedad feudal y se reconstruye el Imperio con
Carlomagno, perteneciente a la familia de los Pipínidas.
Éstos ocupaban desde fines del siglo VII el puesto de mayordomo de
palacio en la corte de los reyes merovingios. Carlos Martel obtuvo un
éxito resonante al detener a los musulmanes, en el 732, en Poitiers.
Pipino el Breve fue coronado rey (751) por el Pontífice, deseoso de
tener un protector eficaz frente a lombardos y bizantinos. Pero la
figura culminante de la familia fue Carlomagno, rey militar ante todo.
Sus campañas, emprendidas con un doble fin (la expansión y la
evangelización), fueron numerosas: sajones, bávaros, eslavos,
bretones, lombardos... En la Navidad del 800 el papa León III impuso
en Roma la corona imperial al monarca franco. Se había restablecido el
Imperio de Occidente. Para el gobierno de un Imperio tan extenso
funcionaba una administración central: el palatium. En cuanto a su
organización territorial, la unidad básica era el condado, aunque
también había marcas fronterizas, como la Marca Hispánica, y regiones
semiautónomas, por ejemplo, la Italia lombarda. El control de las
diversas regiones era asegurado por los missi dominici. Paralelamente
a la expansión militar, se produjo en el Imperio carolingio un
renacimiento cultural, que tuvo en Alcuino de York su figura más
destacada.
Pero el Imperio carolingio estaba construido en realidad sobre unos
fundamentos muy débiles; muerto Carlomagno (814), comenzó su
desintegración. Tras el reinado de Ludovico Pío se llegó, en el 843, a
la división del Imperio, mediante el famoso tratado de Verdún. Al
finalizar el siglo IX el Imperio se había descompuesto en un conjunto
de reinos, y el título imperial, ya sin apenas significado, estaba
vacante. Papel importante en la crisis europea del siglo IX habían
jugado las nuevas invasiones. La más importante fue la de los «hombres
del norte». Éstos procedían de Escandinavia, poseían una sorprendente
fuerza naval y, presionados al parecer por el exceso de población, se
lanzan sobre Europa. Un grupo de los normandos, los suecos o varegos,
se dirigen a Rusia. Otro grupo, los noruegos, merodea por Irlanda y el
Norte de Inglaterra. El tercero, los daneses, especie de
mercaderes-piratas, actúa en la Gran Bretaña, el Imperio carolingio,
la península Ibérica e incluso el Mediterráneo. Los daneses se
asientan con carácter permanente en Normandía y la Gran Bretaña (el
Danelaw). La reacción frente a estos invasores permite a los
anglosajones iniciar el camino de su unificación, dirigidos por el rey
de Wessex Alfredo el Grande. Simultáneamente crece en el Mediterráneo
la piratería sarracena, mientras por el valle del Danubio avanzan los
húngaros o magiares, típico pueblo de las estepas que recuerda en
muchos aspectos a los hunos.
Desde el siglo X, Europa conoce un lento despertar. El Imperio se
reconstruye, aunque ahora instalado en tierras germanas (Imperio
Germánico). El prestigio de Otón I, duque de Sajonia y rey del espacio
germano, con el consenso de los otros duques, se acrecienta al
derrotar en Lechfeld a los húngaros (955). El papa Juan XII le corona
en Roma Emperador (962). En tiempos de Otón III, reina una perfecta
armonía entre el Emperador y el Papa. El Imperio se entiende como la
restauración del romano, y su misión esencial es la ordenación y
defensa de la Cristiandad. En Francia, la coronación de Hugo Capeto
(987) pone fin a un siglo largo de postración y abre paso a una nueva
dinastía, la de los Capetos.
Al prestigio moral y espiritual de los Pontífices romanos se une un
fortalecimiento grande de su independencia y poder temporal, al
constituirse claramente el Estado Pontificio, cuyo origen son los
antiguos patrimonios eclesiásticos reforzados con la donación de
Pipino el Breve (año 756; es falso el documento llamado Donación de
Constantino, cuyo oscuro origen está entre los siglos VIII-IX) (Estados
Pontificios). A partir de entonces los Pontífices robustecen su poder
temporal. La crisis general afecta también al Papado, que atraviesa la
fase más crítica en el llamado «siglo de hierro», el siglo X. Pero al
mismo tiempo, ya a principios de ese siglo, se observa un renacer en
el plano de la vida religiosa, cuyo exponente es el movimiento
cluniacense. Simultáneamente ha continuado la tarea evangelizadora y
misionera con la conversión de los últimos pueblos germanos y eslavos;
destacan, en Frisia (País de Flandes, Dinamarca, etc.) San Wilibrordo
(m. 739), entre los pueblos germánicos San Bonifacio (m. mártir en
754), en Escandinavia San Anscario (m. 865), y entre los eslavos a
finales del siglo IX los Santos Cirilo y Metodio; a fines del siglo X
se completa la cristianización en Hungría con el rey San Esteban.
Desde el punto de vista económico, en los siglos VIII-X predomina lo
rural, pero la explotación del campo está frenada por el arcaísmo de
las técnicas agrícolas y la debilidad del utillaje. Los campesinos que
han recibido un lote de tierra (un manso) de un gran dominio entregan
al señor rentas, trabajan en los campos de la reserva señorial y están
sujetos a la prestación de servicios diversos (corveas). La debilidad
del poder público explica que los propietarios de los dominios
acaparen atribuciones de tipo militar, judicial, fiscal o monetario.
El conjunto de poderes ligados a los grandes dominios señoriales es el
bannus (de ahí deriva el término banalidades). Así se configura en la
Europa altomedieval el régimen señorial. Por su parte, los campesinos
de los dominios, aunque jurídicamente libres en su mayoría, se
convierten en un grupo social semilibre: la servidumbre. Sustituyen su
intervención en el ejército por nuevas prestaciones a sus señores y se
ven sometidos a la justicia señorial. En contraste con este panorama,
la vida urbana y las actividades de cambios se reducen a su mínima
expresión. Sólo destaca el nacimiento de algunos portus en los valles
fluviales del Rin, Mosa o Escalda y el esplendor relativo a algunas
ciudades italianas (Salerno, Amalfi...). El comercio internacional
pone en relación al mundo carolingio con el bizantino y el musulmán,
pero se limita a ciertos productos de lujo para la corte y los
grandes. La circulación monetaria es muy escasa, e incluso deja de
acuñarse moneda de oro. La reforma de Carlomagno sólo pretendía
reforzar la moneda de plata.
Ante las precarias condiciones de vida, y la sensación de inseguridad
reinantes en Europa en esta época, se multiplican los lazos de
dependencia personal (encomienda). Muchos hombres libres acuden a otro
más poderoso en busca de protección, encomendándose a él. En un
principio, se utilizan diversos nombres (gasindus, vassus, etc.) para
designar a los encomendados, aunque termina por prevalecer el término
vasallo. Al mismo tiempo, se generaliza la concesión de beneficios,
siendo la donación de tierras lo más frecuente. Pero es preciso
distinguir entre las concesiones denominadas «de precario», en las que
la tierra otorgada estaba gravada de cargas diversas, y los auténticos
beneficios, efectuados en premio de servicios militares o políticos.
El paso decisivo hacia la consolidación de ambas instituciones, el
vasallaje y el beneficio, y su fusión, lo da Carlomagno, quien
pretende utilizar el vasallaje como instrumento a su servicio,
delegando los altos puestos del gobierno y los condados a nobles
encomendados personalmente a él. Al quebrar el Imperio carolingio, la
consecuencia es la independencia de hecho de los grandes magnates,
dando así nacimiento a los principados territoriales. La capitular de
Quierzy (877) sanciona la herencia de los honores. Desde fines del
siglo IX, vasallaje y beneficio son inseparables, pues sólo se presta
homenaje a un superior por la esperanza de la concesión. Las
relaciones vasalláticas se limitan a un reducido grupo de la sociedad,
que adquiere carácter militar (de ahí que a veces se llame a los
vasallos miles). La ceremonia en la que el vasallo se encomienda a su
señor y le jura fidelidad se denominará, desde el siglo XI, homenaje;
realizado éste, el señor procede a la investidura, acto simbólico de
trasmisión de un derecho real. El término que desde principios del
siglo X designa los bienes otorgados es el de feudo. El vasallo se
compromete a no realizar acciones negativas contra su señor, al tiempo
que le debe consejo y ayuda en determinados casos, especialmente ayuda
militar. El señor protege a su vasallo. El contrato podía romperse si
cualquiera de las partes faltaba a la fidelidad debida. Las relaciones
feudales se complican mucho a partir del siglo XI, en buena parte
debido a la multiplicidad de prestaciones de homenaje por un mismo
vasallo.
En el mundo bizantino, una nueva dinastía gobierna desde principios
del siglo VIII: la Isáurica. Aunque los musulmanes son detenidos
(Acroinon, 740), se hunde el dominio bizantino en Italia. El problema
más agudo de esta época en el Imperio de Oriente es la querella de las
imágenes. A mediados del siglo IX, el patriarca Focio inicia el cisma
con Roma. Una nueva era de esplendor se abre para Bizancio con la
dinastía Macedónica, esplendor que dura hasta mediados del siglo XI.
Los peligrosos búlgaros son aplastados por el emperador bizantino
Basilio II. Desde Bizancio se propaga hacia tierras rusas la fe
cristiana.
En el Islam, a mediados del siglo VIII, tiene lugar la revolución
abbasí, lo que significa un desplazamiento del centro de gravedad a
Bagdad, un incremento de la influencia persa y un perfeccionamiento de
la burocracia. Desde el punto de vista cultural, el mundo islámico,
que recoge la herencia helenística y oriental, brilla poderosamente.
Pero pronto se inicia la desintegración política del imperio abbasí:
Omeyas de España, Idrisíes, Aglabíes, Fatimíes, etc.
3. Plena Edad Media (s. XI-XIII)
Es ésta una época de expansión europea, económica, militar y cultural.
La Cristiandad enfrenta al Islam (Cruzadas). El Imperio germánico
entra en pugna con el Pontificado, pero finalmente comienza su
declive. La nueva realidad viene dada por las monarquías nacionales
(Francia, Inglaterra, Castilla, etc.). Los burgos, las catedrales, las
Universidades y la Escolástica pueden tomarse como símbolos de estos
siglos.
El siglo XI presencia la pugna de los dos grandes poderes universales:
el Pontificado y el Imperio. En tierras imperiales, se desarrolla el
cesaropapismo. Por su parte, el papa Gregorio VII emprende una
vigorosa reforma y afirma, en su Dictatus Papae, que el único poder
espiritual legítimo es el del sacerdocio. El choque estalla entre
Gregorio VII y el emperador Enrique IV de Alemania, tomando como
motivo la querella de las Investiduras. Al final, se llega a una
solución de compromiso (concordato de Worms, 1122).
El fenómeno más interesante de la época es el de las Cruzadas. Para
comprender su génesis hay que partir de la expansión demográfica,
económica y militar de Europa. En el ideal de Cruzada confluyen el
deseo de peregrinar a los Santos Lugares, el de liberarlos y la guerra
santa contra el infiel o su conversión. La Reconquista española ofrece
un precedente valioso. A finales del siglo XI, se dan las condiciones
propicias para la puesta en marcha de esta fantástica aventura:
amenaza turca; ocasión propicia, según la visión de Urbano II, para
fortalecer el prestigio papal y dar salida a las energías de los
caballeros francos. Predicada en el Concilio de Clermont (1095),
salieron dos expediciones, la Cruzada popular y la de los caballeros
feudales; la principal consecuencia fue el establecimiento de los
caballeros occidentales en Palestina. Nuevas expediciones se
efectuaron en el siglo XII: segunda Cruzada (1144), predicada por San
Bernardo; tercera (1190), integrada por los grandes reyes de la época,
etc. En conjunto, las Cruzadas tuvieron pocas consecuencias positivas,
pues desunieron más a bizantinos y occidentales y arruinaron a muchos
caballeros. No obstante, se hicieron sentir sus efectos en los campos
político, social, cultural y económico. El espíritu de Cruzada será
utilizado también para combatir a algunos herejes, por ejemplo, los
albigenses.
Aunque la pugna Pontificado-Imperio había debilitado más al segundo,
todavía conoció un periodo de gloria con los Staufen. Apoyándose en
los juristas de la escuela de Bolonia, Federico I de Alemania
sustenta, en la segunda mitad del siglo XII, la idea del dominium
mundi; pero su fracaso ante la liga constituida por las ciudades
lombardas era un símbolo de los nuevos tiempos, del papel creciente de
la burguesía urbana y de la quiebra de los grandes poderes
universales. La gran empresa germánica del siglo XII fue el avance
hacia el Este, la colonización del espacio Elba-Oder.
Durante los siglos XI y XII, asistimos al crecimiento de las
monarquías, que alientan un proceso de centralización (creación de una
cancillería, desarrollo de las finanzas regias, primacía de la
justicia real, etc.). En Francia, los Capeto, en pugna con los señores
feudales, impulsan el progreso de la realeza e incrementan los
dominios reales. No obstante, el divorcio de Luis VII y Leonor de
Aquitania significa un duro golpe a las esperanzas de unificación del
Norte y Sur de Francia. En Inglaterra, la conquista efectuada por
Guillermo I (1066), duque de Normandía, supone la penetración de las
instituciones feudales continentales. Con Enrique II de Inglaterra se
constituye el llamado Imperio angevino, integrado por Inglaterra y los
dominios franceses del propio monarca Plantagenet y de su esposa
Leonor de Aquitania. Enrique II realiza una importante reforma
judicial e intenta acabar con ciertos privilegios eclesiásticos, lo
que le lleva a una disputa sangrienta con Tomás Becket, asesinado al
fin (1170). En la península Ibérica, prosigue la reconquista de las
tierras ocupadas por el Islam y se configuran, en suelo cristiano, los
cinco reinos: Castilla, Aragón, Navarra, León y Portugal.
En el siglo XIII, se perfila definitivamente la crisis del Sacro
Imperio y el auge de las monarquías occidentales. La última gran
figura imperial es el enigmático y escéptico Federico II de Alemania.
Instalado en Sicilia, alienta un sueño mediterráneo, interviene en
nuevas Cruzadas y protege la cultura; pero a su muerte (1250) se
produce la gran hecatombe del poder imperial. El carácter electivo del
título imperial y el auge de los principados territoriales alemanes y
de las ligas de ciudades, en especial la Hansa (Liga Hanseática),
debilitaban a los Emperadores. Después de un largo interregno, el
Imperio recae en Rodolfo de Habsburgo (1273).
La monarquía francesa progresa notablemente en el siglo XIII, con
Felipe II Augusto, San Luis y Felipe IV; fases de este proceso son la
incorporación de dominios del rey de Inglaterra (victoria sobre Juan
sin Tierra) y la anexión del Midi de Francia. La monarquía cuenta con
los legistas y una red de nuevos funcionarios (prebostes, bailes);
París se convierte en el gran centro político, económico y cultural de
Francia. Inglaterra evoluciona hacia un tipo de monarquía
parlamentaria; aprovechando los errores de Juan sin Tierra, los nobles
consiguen la Carta Magna (1215), punto de partida de las libertades
inglesas y freno al absolutismo monárquico. Después de la rebelión
nobiliaria en tiempos de Enrique III de Inglaterra, época en la que
tiene su génesis el Parlamento, la autoridad monárquica se restablece
con Eduardo I de Inglaterra; rey legislador, Eduardo regula el
funcionamiento del Parlamento, integrado por representantes de la
nobleza, el clero y la burguesía. En tierras hispánicas, se perfilan
dos grandes monarquías: Castilla, que conquista el valle del
Guadalquivir, que se anexiona Mallorca y Valencia e inicia su
expansión por el Mediterráneo.
Entre el siglo XI y el XIII, Europa se transforma económica y
socialmente. Mejora la producción agrícola, debido a múltiples
factores (difusión de molinos, mejora del sistema de tiro de los
animales, generalización de la rotación trienal, perfeccionamiento del
utillaje, etc.); se roturan muchas tierras y aumenta la producción;
paralelamente se produce un incremento notorio de la población (se
calcula que la de Inglaterra pasa de 1.100.000 habitantes en 1086 a
3.300.000 hacia 1300). Estos progresos benefician a los campesinos:
sustitución de corveas por rentas en dinero, amplias ventajas
concedidas a los que acuden a las tierras ganadas al cultivo.
Pero al mismo tiempo se registra en Europa una auténtica revolución
comercial y urbana. La abundancia de hombres y la mayor seguridad de
los caminos facilitan el incremento de la circulación de productos; la
acuñación de monedas de oro y plata facilita las relaciones
comerciales (recordemos entre las principales monedas de oro del siglo
XIII el florín, el ducado y el escudo); el transporte por tierra tenía
muchos obstáculos (excesivas tasas, asaltos, etc.), y los principales
progresos se efectúan en el transporte por vía fluvial y especialmente
por mar (inventos como la brújula, a fines del siglo XII, y barcos
nuevos, como coca, son instrumentos de este progreso). Los mercaderes,
errantes y aislados en un principio, terminan por asociarse,
constituyendo guildas. En los lugares de encuentro de mercaderes nacen
ferias; las más importantes son las de Champagne, cuyo apogeo se sitúa
en los siglos XII-XIII se celebran en cuatro localidades próximas, a
lo largo de todo el año. Las ferias de Champagne son un punto de
enlace entre el Norte de Italia y los Países Bajos, las dos regiones
que conocen más tempranamente un desarrollo industrial. También
surgen, con fines comerciales, poderosas ligas de ciudades, como la
Hansa alemana, que pronto cuenta con factorías en Brujas, Londres,
Bergen y Novgorod. Algunas ciudades marítimas italianas mantienen
factorías en lejanas tierras, así Venecia en Creta y otras islas del
Mediterráneo oriental, Génova en Asia Menor y en el mar Negro.
Paralelamente, crecen en Europa las ciudades. Los burgos se localizan
en zonas de fácil circulación y defensa, por lo general próximos a
castillos o sedes episcopales, pero en barrios fuera de las viejas
murallas. La población de estos burgos es muy heterogénea: mercaderes,
artesanos, campesinos emigrados, etc. Sometidos en un principio a la
jurisdicción del señor en donde están enclavados, los burgueses se
unen en comunas y obtienen de los señores libertades. La comunidad
burguesa adquiere personalidad jurídica. Pero las ciudades se
caracterizan ante todo por su función económica. Mercaderes y
artesanos se agrupan en corporaciones, que regulan minuciosamente la
producción y el comercio, con el fin de evitar la concurrencia. Con el
tiempo se produce una división social tajante entre una minoría
formada por los ricos mercaderes y los maestros de las corporaciones,
el patriciado, y la gran mayoría de obreros y pequeños artesanos, el
común.
La sociedad medieval estaba integrada por tres órdenes, cada uno de
los cuales cumplía una función determinada (guerrear, orar, trabajar).
La nobleza, alta o baja, se define por el ejercicio de la caballería.
Tiene sus propios ideales y su código del honor. En el siglo XIII, la
nobleza se convierte en una cerrada aristocracia hereditaria; pero la
irrupción de la burguesía representa un duro golpe para las
estructuras del mundo feudal, sobre todo desde que se abren nuevos
caminos para acceder a la fortuna.
A partir del siglo XI, asistimos a una profunda renovación en la
Iglesia católica. Recordemos la importancia de la reforma gregoriana
(Gregorio VII), el deseo sincero de acabar con vicios profundamente
arraigados, como el nicolaísmo y la simonía, y la aparición de nuevas
órdenes religiosas, inspiradas por la austeridad, el retiro y el
trabajo manual (cistercienses, cartujos). Con la expansión de los
burgos y el peligro de las herejías (cátaros, etc.), se fundan órdenes
de signo radicalmente innovador; son las órdenes mendicantes (franciscanos,
dominicos), que se basan en la pobreza y la predicación. También
conoce Europa en los siglos XII-XIII una fabulosa expansión cultural,
y un extraordinario desarrollo de las ciencias del espíritu. En el
siglo XII, destacan las escuelas urbanas. Surgen maestros notorios,
especialmente en los campos de la Teología, de la Filosofía y del
Derecho, en los que se alcanzan espléndidos logros. En el siglo XIII,
bajo la protección pontificia, nacen las Universidades, corporaciones
de maestros y estudiantes. La tradición aristotélica y el Derecho
romano son recuperados por la cultura europea. La Escolástica, logra,
con Santo Tomás de Aquino, su máximo apogeo en una grandiosa obra
filosófica y teológica.
En Europa central, se constituyen diversos reinos: Polonia, gobernada
por la dinastía de los Piast; Hungría, convertida en reino en tiempos
de San Esteban, a principios del siglo XI, y dirigida hasta 1301 por
la familia de los Arpads; Bohemia, a cuyo frente se hallan los
Premíslidas. Más al Este, en tierras rusas, se forma un Estado en
torno a Kiev, que entra en decadencia en el siglo XIII; su herencia es
recogida por el principado de Vladimir-Suzdal.
Bizancio, con la dinastía de los Comnenos atraviesa una dura etapa, a
la que no son ajenos los cruzados, que conquistan Constantinopla
(1204) y fundan el Imperio latino, preparando así la ruina de
Bizancio. En el mundo islámico, la nota más significativa es la
infiltración creciente de los turcos, cuyos sultanes suplantan de
hecho a los califas Abbasíes (selyucíes). Saladino conquista Egipto a
fines del siglo XII, estableciéndose poco después la dinastía turca de
los mamelucos. En el Magrib, se funda en el siglo XI la dinastía de
los almorávides, secta religiosa fanática de beréberes; en el siglo
XII, les suceden los almohades.
El acontecimiento más espectacular del siglo XIII es la fabulosa
expansión de los mongoles, pueblo originario de las estepas asiáticas.
Gengis-Khan, nombre que significa “emperador universal”, unifica las
diversas tribus mongolas y se extiende por China, Turquestán y Persia.
Sus sucesores, al mediar el siglo, devastan Rusia, en donde se
establece la Horda de Oro, y atacan Europa central. Pero si en un
principio los mongoles constituyen el terror de los cristianos pronto
se anudan contactos pacíficos, y son enviados misioneros y mercaderes
europeos (Juan de Pian Carpino, Marco Polo, etc.).
4. Baja Edad Media (s. XIV-XV)
En el siglo XIV, se desata en Europa una crisis muy aguda, que del
terreno económico y social pasa al político (guerra de los Cien Años)
y al religioso (cisma). Pero en el siglo XV se observa una
recuperación gradual, que abre paso a la época del Renacimiento y de
la modernidad.
El suceso capital de los siglos finales de la Edad Media es el
conflicto que enfrenta a las monarquías de Francia e Inglaterra, la
llamada guerra de los Cien Años. Motivada por una cuestión dinástica,
en una primera fase los ingleses obtienen resonantes éxitos, gracias a
la superioridad de sus arqueros sobre la pesada caballería francesa.
La paz de Brétigny (1360) sanciona esas victorias en el campo de
batalla. Pero bajo la dirección de Carlos V, Francia reacciona,
reduciendo los dominios ingleses en suelo galo a cuatro ciudades
marítimas. Después de una etapa de minorías en ambos países, la guerra
se reanuda con la ofensiva inglesa de Enrique V (1415), aliado de los
borgoñones. Pero cuando la situación parecía más crítica para Francia,
la salvación viene de la mano de Juana de Arco, que devuelve la
confianza al delfín Carlos (Carlos VII) y le permite recuperar sus
dominios. En el tratado de Picquigny (1475), se liquida
definitivamente el conflicto. A lo largo de la guerra se había
desarrollado el sentimiento nacional francés; también había
contribuido la guerra a arruinar a gran parte de la vieja nobleza. La
consecuencia es el fortalecimiento del poder monárquico, que tiene su
primer titular autoritario en Luis XI.
En Inglaterra estalla, en la segunda mitad del siglo XV, una feroz
disputa entre la familia de los York y la de los Lancaster, la
denominada guerra de las Dos Rosas. Triunfador finalmente Enrique VII
(1485), puede afirmarse que la monarquía sale victoriosa de la dura
prueba, pues la vieja aristocracia se hunde. En cambio, fracasa el
propósito del duque de Borgoña, Carlos el Temerario de constituir un
gran Estado, intermediario entre Francia y Alemania y extendido del
mar del Norte a los Alpes. En la península Ibérica, después de las
guerras civiles de los siglos XIV y XV, se unifican los reinos de
Castilla y de Aragón, con los Reyes Católicos, que terminan la
Reconquista. Portugal, cuya independencia se afirma en Aljubarrota
(1385; Casa de Avís), se orienta hacia empresas marineras (Enrique El
Navegante).
El declinar del Imperio germánico es irremediable. Por él pugnan en el
siglo XIV dos familias, los Habsburgo y los Luxemburgo. En 1356, la
Bula de Oro pretende regular la elección imperial. Pero la fuerza
básica de Alemania no residía en el Emperador, sino en las ligas
urbanas y en los Estados territoriales (Brandeburgo, dominado por los
Hohenzollern; Austria, feudo de los Habsburgo). Un caso peculiar era,
a fines de la Edad Media, el de Italia, auténtico mosaico de
principados diversos. Junto a los Estados de la Iglesia o los dominios
aragoneses en el reino de Nápoles destacaban las repúblicas
mercantiles (Génova, Venecia) y las señorías (Milán, monopolio de los
Visconti y, posteriormente, de los Sforza; Florencia, patria de los
Medici). A pesar de su debilidad política, Italia ofrecía una fabulosa
prosperidad económica y un esplendor cultural y artístico inigualable.
En Europa central, se consolida la monarquía polaca, especialmente
desde que es conducida, a partir de 1386, por los Jagellones. En
Bohemia, sometida a un proceso de germanización, la revolución hussita
del siglo XV alienta el espíritu nacional checo. En Hungría, el poder
real es ocupado en el siglo XIV por los Anjou. En el siglo XV, el
reino de Hungría, pese a contar con figuras de excepción (J. Hunyade,
M. Corvino), tropieza con múltiples obstáculos. Más al Este avanza la
unificación de Rusia bajo la dirección de los príncipes de Moscú.
Figura destacada es Iván III el Grande, de la segunda mitad del siglo
XV; muy influido por Bizancio, Iván III es el auténtico forjador del
Estado nacional ruso. Finalmente, hay que recordar que en el espacio
báltico se había logrado la unión de las monarquías de Dinamarca,
Suecia y Noruega mediante la Unión de Kalmar (1397).
El siglo XIV es testigo de una aguda crisis económica y social. Desde
principios de siglo, se registran periodos de malas cosechas, con la
consiguiente extensión del hambre. En estas condiciones, la población
europea es fácil presa de las epidemias de peste; la más calamitosa es
la famosa Peste Negra que, procedente de Oriente, se difunde por
Europa en 1348-51, causando una terrible mortandad. También desempeña
un papel decisivo en la crisis el hambre monetario; en un momento en
que aumentan los pagos en moneda, el abastecimiento en metal precioso
se detiene; el único remedio es proceder a continuas devaluaciones.
Todos estos factores alteran la vida económica. Suben los precios y
los salarios, mientras desciende la mano de obra. Los señores feudales
ven disminuidas sus rentas por la devaluación, lo que les anima a
exigir viejos derechos olvidados (los malos usos). Muchas aldeas son
abandonadas, apareciendo los despoblados. Los monarcas se ven
obligados a dar ordenamientos de precios y salarios, como remedio
posible para detener la crisis en marcha. El furor popular se vierte
en ocasiones contra las comunidades judías. Una ola de revueltas
sociales sacude Europa en la segunda mitad del siglo XIV: sublevación
parisina dirigida por Étienne Marcel en 1358; sublevación de los
Ciompi, en Florencia, en 1380; revolución popular inglesa en 1381
conducida por Wal Tyler, etc.
En los siglos XIV y XV, independientemente de la crisis general, se
desarrollan en Europa actividades económicas que preludian el
capitalismo. La producción industrial, principalmente textil, tiene
sus grandes focos en el Norte de Italia y en Flandes. Prospera el
comercio marítimo, enlazando la Europa mediterránea con la atlántica a
través del estrecho de Gibraltar. En cambio, las ferias decaen. Se
desarrollan formas de organización capitalista: la commenda, la letra
de cambio, la contabilidad por partida doble. Florecen los bancos,
especialmente en Italia, aunque muchos quiebran a la menor coyuntura
desfavorable. Las grandes compañías, por lo general respaldadas por
una firma familiar, tienen sucursales en las principales plazas
comerciales. Ejemplo típico de una empresa familiar pero con
ramificaciones en toda Europa lo proporciona la banca Medici, con su
centro en Florencia y sucursales en Brujas, Londres, Ginebra, Aviñón,
Milán, Roma, Nápoles y Venecia; los enormes préstamos que facilita a
reyes y duques provocan la quiebra final de la banca. Pero en
conjunto, a mediados del siglo XV, una vez pasado el efecto de la
depresión, vuelve la expansión económica y el crecimiento demográfico.
Europa necesita intercambios comerciales geográficamente más amplios.
Se buscan imperiosamente metales preciosos. Los turcos han cortado la
ruta de las especias. En este clima hay que situar la fiebre por el
hallazgo de nuevos caminos y, en definitiva, los grandes
descubrimientos de los años siguientes.
La Iglesia atraviesa una etapa difícil a fines de la Edad Media.
Durante gran parte del siglo XIV, los Pontífices habían estado
instalados en Aviñón, lo que suponía un cierto sometimiento a los
designios franceses. En Aviñón, los Papas desarrollaron mucho el
aparato administrativo de la Iglesia, particularmente en todo lo
relativo al fiscal. Pero al regresar Gregorio XI a Roma se plantea un
complicado problema, pues a su muerte (1378) se eligen dos Papas, uno
en Roma y otro en Aviñón. Se inicia así el cisma de Occidente, que
divide a los Estados de la Cristiandad. Fracasados diversos intentos
para solucionar el cisma, se conviene finalmente en acudir a la
convocatoria del concilio. Su propósito no sería únicamente el
relativo al cisma, sino que también procuraría emprender una reforma
general de la Iglesia. En el horizonte surge el peligro de colocar al
concilio, concebido como un parlamento eclesiástico, por encima del
Papa, lo cual sería contrario a la naturaleza de la Iglesia; así el
conciliarismo no triunfa. Después de una nueva complicación momentánea
(el cisma tricéfalo) y de reunirse el Concilio de Constanza se pone
fin al cisma (1417) y se vuelve, con Martín I, a la dirección
unificada de la Iglesia.
Pero quedaban pendientes muchos problemas planteados en estos años: la
reforma de la Iglesia no se había efectuado; se había puesto de
manifiesto el sentido nacionalista del clero; peligrosos movimientos
heréticos se habían producido en Europa (Wiclef, Huss).
Desde el punto de vista cultural, a fines de la Edad Media se
multiplican las universidades, pero en cambio retrocede el nivel de
los estudios y la Filosofía y la Teología se muestran rutinarias. La
nota dominante del pensamiento de la época es la tendencia al espíritu
«laico». En el siglo XIV, Guillermo de Ockham fomenta el nominalismo.
Al mismo tiempo, se desarrollan las corrientes humanistas y se vuelve,
especialmente en Italia, al estudio de los clásicos latinos (humanismo).
En el Medio Oriente, los turcomanos suplantan, a fines del siglo XIII,
a los Selyucíes. Una tribu de los turcomanos, los otomanos, pasan
pronto a primer plano. En 1366 cruzan el Bósforo, instalándose en
Andrinópolis (actual Edirne turca). El decadente Imperio bizantino,
dirigido por la dinastía de los Paleólogos, tenía contados sus días.
Los otomanos disponen de una formidable infantería, los jenízaros,
formada por cristianos incorporados a su ejército. En 1453, siendo
sultán Muhammad II, cae en poder otomano la capital del Imperio de
Oriente, Constantinopla. Pero esta expansión turca no puede borrar el
marasmo general del resto del mundo clásico musulmán, desde Arabia a
Marruecos. No obstante, el islamismo progresa en estos siglos en otras
direcciones: el océano Índico y el África negra. En el corazón de Asia
se produce, afines del siglo XIV, una nueva sacudida de los pueblos de
las estepas. Tamerlán logra constituir un vasto Imperio, pero éste no
sobrevive a su creador.

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