el poeta va a caballo baladas de primavera, 1907 el texto que nos ocupa pertenece a la primera etapa de la poesía de juan ramón jiméne

EL POETA VA A CABALLO
Baladas de primavera, 1907
El texto que nos ocupa pertenece a la primera etapa de la poesía de
Juan Ramón Jiménez (1881-1958), autor encuadrado en la llamada
“generación del 14” cuyos presupuestos artísticos fundamentales son la
necesidad de renovación de la literatura –para ellos, demasiado
decimonónica-, y la pretensión de que el arte sea un producto más
intelectual que afincado en los sentimientos. De ese “novecentismo”,
de esa corriente renovadora que coincidió en el tiempo con las
vanguardias de principios del XX, Juan Ramón será partícipe en su
segunda y tercera etapas (poesía intelectual y suficiente, según él
mismo las denominó), mientras en sus primeros libros, como “Baladas de
primavera”, cuyo título ya es de por sí suficientemente significativo,
su escritura es, todavía, heredera del modernismo intimista y
simbolista.
Se trata de una descripción dinámica de un paisaje al atardecer con
cuya contemplación el poeta se siente sereno, como si hubiera calmado
su angustia (lo apreciamos en el oxímoron “doliente y embalsamado”) y,
por momentos, emocionado (tono exclamativo, polisíndeton de los versos
11-14). La percepción del paisaje teñida del sentimiento del
observador1 es propia de esta PRIMERA ETAPA de la lírica
juanramoniana, caracterizada, como apuntábamos, por la impronta
modernista, intimista y sensorial. Elementos temáticos y formales
presentes en las primeras composiciones de Juan Ramón y en este poema
son los siguientes:
La anécdota –que tiene su base en los paseos de Juan Ramón por Moguer2,
su tierra natal – es el motivo desencadenante de la acción poética: un
paseo a caballo que suscita la reflexión evocadora, la aspiración a la
belleza (todavía menos ambiciosa que en su poesía posterior).
La visión subjetiva del paisaje se aprecia, sobre todo, en las
exclamaciones retóricas: versos 1, 4, 10, 16, 21… El tono exclamativo
inunda la composición de un sentimiento exaltado no exento de
nostalgia: “El último pensamiento/ del sol la deja soñando…” ni de ese
carácter evocador tan característico del modernismo intimista de
autores como Machado o el propio Juan Ramón: “La dulce brisa del río,
/ olorosa a junco y agua, la refresca el señorío…”. De hecho,
curiosamente emplea el poeta una 3ª persona que, más que objetivar la
descripción, constituye una forma de ensoñación (es como si se
observara a sí mismo desde fuera) que encontramos en otros textos
suyos. El poeta, desde el Romanticismo, que está en la raíz de la
poesía simbolista y modernista, no lo olvidemos, se convierte en
protagonista único de sus versos, un yo lírico que adquiere la
condición de personaje digno de observación y análisis: “A caballo va
el poeta…”.
En relación con lo anterior, el tema de la identidad, de la existencia,
que admite diferentes perspectivas, en este poema recibe una mirada
simbolista y decadente (el sol que cae y dora la orilla del verso 17
nos remite a la temporalidad, al fin del día), características ambas
identificables en el romanticismo tardío de Bécquer y en el Modernismo.
Se pone de manifiesto en los pensamientos inconclusos (vv. 3, 7, 8,
etc.) que producen una sensación de incertidumbre asociada con la
percepción del tiempo.
En este paisaje se ponen en juego los sentidos: colores (violeta,
verde, dorado); olores (olorosa a junco y agua), tacto (la dulce brisa
del río, la brisa leve del río), sobre todo en el cromatismo del
atardecer, momento del día especialmente querido para el poeta
modernista que era, entonces, Juan Ramón, y que aquí se intensifica
mediante la epífora: dorando vv.17 y 20).
Antes de 1916, momento en el que el poeta redescubrirá el mar y, con
él, el ansia de perpetuidad casi mística, su poesía estaba llena de
metáforas, sinestesias (¡Qué tranquilidad violeta!, La dulce brisa del
río), figuras rítmicas y toda clase de recursos que manifestaban una
reiterada emotividad y daban como fruto composiciones muy sensoriales:
la adjetivación así lo demuestra (dulce, olorosa, violeta).
El poema se sitúa en un presente continuo, durativo (va, refresca, se
le pierde), como si el tiempo y el paisaje se quedasen suspensos en
virtud del observador, y a crear esa impresión contribuyen los
gerundios: durando, soñando. No son tiempos absolutos porque,
insistimos, se trata de una ensoñación.
En lo que respecta a la métrica, Juan Ramón gustaba en esta etapa de
los ritmos populares, como se aprecia en la preferencia por el
octosílabo y el estribillo en forma de pareado, si bien en este caso
se decanta por la rima consonante (solía preferir las asonancias) con
una estructura métrica original, algo propio de su admiración por
Rubén, renovador, como sabemos, de los metros tradicionales.
La musicalidad es herencia del Modernismo como lo son los símbolos,
también recogidos en la poesía de Bécquer y los poetas simbolistas
franceses, que apreciamos en la identificación de los sentimientos
(serenidad, ensoñación) con los elementos de la naturaleza (la tarde
–tan modernista, tan machadiana-, la brisa, el río, los juncos, el
agua –tan sugerente, tan vinculada con el tiempo, desde los griegos,
desde Manrique-, la madreselva, el sol). Y el sendero, la vía por la
que el poeta convierte un paseo en un viaje interior, el camino que
para Machado se iba haciendo y que en Juan Ramón es también la vida. Y
el sueño, palabra cargada de connotaciones personales, literarias y
existenciales, que da forma a los sentimientos de evasión íntima,
introspectiva, que en Juan Ramón forman parte de sus primeros libros,
los del aprendizaje, cuando aún no había iniciado su progresiva
depuración estilística, su búsqueda de una poesía entendida como
conocimiento y posesión absoluta de la belleza.
*
TE OFRECEMOS ALGUNAS INDICACIONES PARA QUE AFRONTES CON ACIERTO EL
COMENTARIO DE OTROS POEMAS:
PÁJARO ERRANTE Y LÍRICO
La soledad sonora (1011)
Sentimientos de soledad, tristeza, nostalgia eterna vestidos con un
lenguaje muy refinado, cuajado de notas sensoriales y cromatismo (el
dorado, con todas sus connotaciones). Temas, en fin, lo decadente, la
melancolía y la belleza, marcadamente modernistas.
Léxico modernista (esdrújulas, adjetivos sensoriales) vinculado con
dos campos semánticos: el de la belleza y el de la tristeza decadente
y nostálgica, sentimientos, todos ellos, muy asociados con el espíritu
modernista.
Simbolismo: el pájaro (desdoblamiento del yo lírico, que aspira a la
libertad y al ideal, pero no sabe cómo hallarlos; su movimiento se
simboliza con la figura de la concatenación, y, a su vez, refleja al
poeta que va y viene, aunque sea mentalmente, buscando una ilusión que
lo satisfaga); el jardín (ensoñación, melancolía); las hojas doradas
(lo decadente, el paso del tiempo); el sueño (la evocación, el
anhelo); el ocaso (la muerte, el fin).
Lenguaje marcadamente retórico, con profusión de figuras: apóstrofe
lírico (v.1), personificación de los elementos de la naturaleza,
concatenación (vv.3 y 4), interrogación retórica (2ª y 3ª estrofas),
sinestesia (v.6), enumeración (vv. 7,8; 11,12) en construcción
anafórica, más insistente en la incertidumbre; zeugma (vv.10-12),
correlación diseminativo-recolectiva (v.12), metáforas sinestésicas
(vv.11-12)…
Métrica característica del Modernismo de Rubén Darío, evocadora de
otros tiempos: serventesios en alejandrinos.
EN TI ESTAS TODO, MAR, Y SIN EMBARGO… / TE TENÍA OLVIDADO…
Diario de un poeta reciencasado (1916)
Son poemas pertenecientes a la segunda etapa de Juan Ramón, la llamada
“Intelectual”, en la que el poeta, a raíz de la publicación de su
“Diario”, sigue un camino poético diferente, personalísimo, pero que
coincide con el novecentismo en su forma de entender la literatura
como objeto puramente artístico, desvinculado de lo sentimental y
neorromántico. Esta actitud de búsqueda permanente del absoluto
poético se aprecia, entre otros rasgos, en los siguientes:
La reflexión sobre la soledad, la plenitud y el conocimiento
sobrevienen al poeta durante la contemplación del mar, que ya no es el
símbolo tradicionalmente vinculado con la muerte, sino un modelo de
perfección, de eternidad, en una suerte de neoplatonismo que le
permite a Juan Ramón acercarse a la perfección y encontrarse en él.
Otro tanto ocurre con el cielo (Te tenía olvidado, / cielo). Mar y
cielo son redescubiertos y ya no provocan nostalgia, sino admiración y
ansias de reconocerse en ellos y unirse a ellos en una especie de
panteísmo lírico.
Ya no hay anécdota en estos poemas, no es necesaria. Son el poeta y,
frente a él, los elementos que lo aproximan a lo absoluto. El
vocabulario se nutre de sustantivos abstractos (eternidad, soledad,
pensamiento, plenitud) acorde con una poesía menos sensorial en la que
los adjetivos desaparecen o dejan de servir al cromatismo y lo
decadente para insistir en la esencia de las cosas, de los objetos,
del yo lírico, observador extasiado. De ahí que cobren relieve los
pronombres, que van a la esencia de los objetos y los seres: “En ti,
estás…”; “qué sin ti estás…”; “…de ti mismo”; “Eres tú…”, etc.
De la retórica en ocasiones exuberante del modernismo inicial pasamos
a un estilo más depurado, donde la exclamación retórica es el único
signo de verdadera emoción y la paradoja (vv.1-3) y el símil (v.5)
identifican al poeta con la naturaleza cambiante y eterna, al mismo
tiempo, del mar. Eso sí, ya no hay lamentación, nostalgia, dolor;
ahora hay un ansia de plenitud que encaja perfectamente con el
vitalismo y la deriva intelectual que está tomando Juan Ramón en estos
años y que lo hace partícipe de una intención, diríamos, de época.
Decían los creacionistas que la poesía no ha de reflejar la realidad,
sino que ha de crearla: los dos últimos versos del segundo poema son
un ejemplo de esa intención: “Hoy te he mirado lentamente / y te has
ido elevando hasta tu nombre”. Es el tema principal del “Diario” y
también lo encontramos en “Eternidades”: la importancia de las
palabras. Las palabras no designan las cosas; son las cosas mismas.
El verso libre es otro rasgo típico de esta nueva etapa de depuración
estilística. Las ocasionales asonancias (conocerse –desconocerse
–siente…) no obedecen a una intención de rima; la sencillez formal
encaja, también en la métrica, con el afán de eliminar lo anecdótico,
lo secundario.
Cabe señalar que Juan Ramón todavía no se siente en posesión de la
palabra perfecta, esa que siempre buscó mientras componía la que él
llamó, con mayúscula, su “Obra”, aunque ya la intuye. Así lo
demuestran versos como este: “…como en breves lagunas repetidas / de
un paisaje de agua visto en sueños.”
*
Del poema “Te tenía olvidado, cielo” y “La transparencia, Dios, la
transparencia”, tienes un comentario en esta misma página. Aunque
no estén enfocados a nuestra prueba de PAEG, te pueden ser útiles.
*
Tienes un comentario de “El otoñado” en esta misma página. Es un
poema en endecasílabos blancos en el que Juan Ramón, en su
búsqueda permanente de la esencia, en su pretensión de fundirse
con la naturaleza, recupera algunos rasgos de su primera etapa,
como la sinestesia, pero con una intención totalizadora, no
melancólica.
1Antonio Machado escribe en “Soledades”: “Yo voy soñando caminos/ de
la tarde. ¡Las colinas/ doradas, los verdes pinos, / las polvorientas
encinas!... / ¿Adónde el camino irá?/ (…) Y todo el campo un segundo /
se queda mudo y sombrío/ meditando. / Suena el viento/ en los álamos
del río.”
2 Apunta Manuel Ángel Vázquez Medel que «Baladas de primavera fueron
gestadas en un paréntesis de tranquilidad y sosiego proporcionados por
su estancia en Moguer, tras una etapa de abatimiento, y por el
reencuentro con el amor. En estos poemas la alegría y la tristeza son
gemelas, aunque con una resolución estilística armónica.»

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