“esperar, todo es esperar. esperar sombras providenciales, amigos de tu cuerda, mujeres bellas sin fractura, fallos condenatorios o exculpato
“Esperar, todo es esperar. Esperar sombras providenciales, amigos de
tu cuerda, mujeres bellas sin fractura, fallos condenatorios o
exculpatorios de tanta cobardía no pronunciada, defecciones intuidas
desde el primer segundo, mentiras postergadas y acolchadas, suaves
como suave y aparentemente irreal es la locura en mi recuerdo, los
días con sus noches, las interminables horas de la madrugada con la
radio llenándome de los problemas de la gente que está viviendo a todo
trance y sin algodones, no como yo que todavía soy defendido por
literaturas de todo cuño, por mi cama en la que ya a duras penas quepo
porque tiendo cada día más, como la llama que se yergue en dirección
al cielo, hacia la esperanza, encontrada, tras duros combates con el
tedio de las burocracias kafkianas y las psiques desgajadas de su
habitualidad (que se dan cuenta de que son problemáticas, de que no
están perfectamente instaladas en el mundo), en el exilio voluntario
que es vida, que ya no es literatura como lo fueron para mí los del
Dante o Garci Lasso de la Vega en los tiempos medievales y
renacentistas que ya no podré volver a revivir sino en instantes de
comunión y plenitud con el mundo (éxtasis único que se produjo en los
reclinatorios lateranenses), en el voluntario retiro de mi patria que
constituyen Malta y Gozo y Comino y otros islotes o peñascos que ahora
no sabría determinar porque no aparecen ni en los planos militares (hoc
est, terra incognita), y qué más da, ya no puedo seguir elucubrando
porque ya toca hacer la valija y marchar, porque ya está todo dicho,
todas las palabras han sido ya pronunciadas y el fallo es unánime e
inequívoco, es público y notorio y consta en acta que yo, il dottore
Feijóo, debo aportar y aportaré finalmente y desde el aire, paradoja
inicial, en aquella isla que ha sido la clave del dominio del
Mediterráneo durante siglos, aquel pedazo de tierra sin escapes y
también sin los ajedrecísticos escaques del juego que fue de la guerra
en centurias preteridas, aquella escasa extensión donde se mezclan de
forma inextricable la lengua de los cardenales, la de los piratas y la
de los alquimistas romanizados y españolizados, y cuando descienda de
aquel avión que llegará de Munich o de Sarajevo (porque no hay vuelo
directo desde el imperio que fue a aquel regalo del Rey de España y de
Romanos a cierta orden de caballeros cruzados), sabré que el café no
terminó conmigo como todos los que mejor me conocen supusieron alguna
vez al menos durante nuestras conversaciones, tendré conciencia de que
lo ha intentado, porque primero se depositó en mis sienes,
plateándolas levísimamente, y acto seguido se posó en la punta de mi
lengua con la amarga lucidez de la mentira, que nos vale para
sobrevivir en este mundo de máscaras, y después se alojó aleve en mi
cintura escapular, marcando dolorosamente lo que hay en mí de
simétrico, haciéndome bastante difícil determinados movimientos que
antes se deslizaban con suavidad en mi asimétrica cotidianeidad. Sí,
por fin tengo la certeza de que todo engaño y desliz y apariencia se
han evaporado; ahora empieza una vida nueva para mí, la que tendría
que haber tenido antes, de no ser por los delicados regalos que me
proporcionó hasta este momento la madrastra de afiladas uñas que ha
sido España para mí, vida nueva que se sustanciará en cuanto tome
posesión de mi exiguo cargo, que se resume en enseñar la literatura y
la lengua castellanas a extranjeros de nación, que no de espíritu. Y
por qué decir ahora la palabra extranjero, puesto que yo mismo seré
extranjero en cuanto pise aquel conjunto de insulares presidios
durante tantos años, hoy una delicia de los sentidos para los
filólogos in rebus antiquariis, seré incomprendido a pesar del don de
lenguas que me persigue con tenacidad de unos años a esta parte, desde
que estuve en los bíblicos confines del mundo entre tantas obras de
arte y elegantísimas cadencias de vida y luces insólitas arpegiando
continuamente el roce perpetuo del agua contra las marmóreas tazas de
las fuentes de aquella ciudad que es un cosmos en sí misma en su
divino desorden que surge ya inerme después de aquel fatídico 6 de
mayo de 1527 en el que se perdieron sin extremaunción las vidas de
tantos inocentes (la muerte llegó de tantos modos como perfidias tiene
el alma humana en aquel lienzo térreo, duro y hosco pero impagable; yo
estaba allí en la fatídica fecha en una de mis anteriores
reencarnaciones y nunca olvidaré aquel día, nunca olvidaré el Triunfo
definitivo de la Muerte).Sí, tendré que vivir yo solo y con mi pasado
y con mi futuro y con mi incierto presente, que habré de domeñar día a
día cual tigre de Hircania para no cesar en la luz devorado por las
hormigas de la desesperanza, sí, porque cada vez creo más en aquella
frase que dice que lo peor de estos tiempos, los últimos de la
humanidad (no habrá finalmente distopías realizadas), no es que se
haya perdido la fe, sino que también se ha perdido la esperanza. Hoy
creo que esta es una gran verdad, tengo que recuperar la esperanza,
que se marchó de mi horizonte cuando los libros en mi memoria y en mi
savia fueron asesinados lenta y melódicamente por los verdugos de la
locura, que estaban agazapados ya mucho antes de su emboscada final en
la dura y áspera y fuerte selva de mis imaginaciones y de mi
sensibilidad (todo estuvo, está y estará en nosotros en germen,
nosotros lo llevamos escrito en nuestras dantescas frentes con letras
indelebles), y por fin recuerdo, precisamente ahora, que hoy tuve otro
de esos sueños en los que huyo y caigo (no precisamente a caballo o no
concretamente desde la cúpula de San Pedro del Vaticano, sino de la
manera más baja y soez), en los que vago feliz y casi inconsciente por
aeropuertos inidentificables, en los que copulo bestialmente con
mujeres que no me muestran su rostro porque realmente no lo merezco,
realmente he sido un animal con ellas, no ha habido cortesía alguna en
mi actuación para con ellas, y no os creáis que no recuerdo a aquel
negro y descarado simio símbolo de la medieval lujuria y que provoca
las tentaciones carnales de los santos tirándoles de la camisa en
aquel cuadro genial de El Prado, y luego, después de todo lo anterior,
está la erección de todos los días, tan inútil y tan ególatra que
muere sin fehacientes frutos, que se derrama por tierra con su humana
soberbia, y tantas excitaciones del café, que ahora tendré que reducir
en sus dosis si es que quiero seriamente hacerme una persona normal
(si es que la normalidad existió alguna vez sobre la faz de la
tierra), y no volver a convertirme en un quijote de importación que no
habla maltés y que podría estar en medio de la multitud y a miles de
siglos de distancia de lo que piensa la gente de a pie, porque sí, es
verdad que en los últimos años solo rondan por mi cabeza
conspiraciones, traiciones e imaginaciones insanas, porque, además,
recuerdo a quien me dijo una vez que lo peor de mí era que no se podía
adivinar ni por lo más remoto lo que realmente estaba pensando de las
conversaciones que se me dirigían a mi alrededor, y qué demonios voy a
pensar, si este mundo lo he visto siempre como un gran escenario donde
todo se va diluyendo poco a poco y poco o nada refleja la Verdad que
traspasa los gruesos muros del artificio, soy consciente de que he
vivido siempre en fuertes prisiones de todo tipo, y ahora quiero
llegar por fin a mi ínsula defendida, a la que sólo yo puedo acceder,
porque sólo yo he pasado por ciertas pruebas caballerescas de las que
salí victorioso derribando de su alto sitial a gigantes y hechiceros,
y hoy finalmente llego allí y no estáis vosotros, todos los que leéis
esta narración, todos los que me habéis guiado cuando yo era ciego de
luces y sombras aún no recitadas, y me pregunto qué he hecho mal para
estar condenado a este exilio al que estoy vinculado con cadenas que
me hablan en español de todos los siglos, e intuyó que escribiré un
diario que os dará varia noticia de todos mis periplos en tierra,
porque de los etimológicos, en el mar, todavía no he pasado ninguno;
ese diario será en el que echaré de menos toda nuestra amistad forjada
a fuerza de golpes de todo cuño, de sonrisas, de camaradería pura, de
momentos de pureza inmarcesible, porque todos vosotros sois parte de
mí y os llevo en el corazón.
Pensaré en vosotros cuando me llegue la desesperación (porque ella
siempre estará detrás de mí, esperando su oportunidad de ser y
acechando mi costado izquierdo con su crudelísima guadaña), allí, de
noche en el Fuerte de San Telmo, oteando la inmensidad del
Mediterráneo y añorando la vieja Piel de Toro y todo lo que contiene,
todo lo bueno y lo malo que se fundió en mi piel en la sucesión de las
horas y que hoy forma parte de todo lo bueno y lo malo que soy,
pensaré en todos vosotros para no caer de industria por encima de las
vetustas y grisáceas almenas al más negro vacío que todo lo asume y
que impide toda maduración final de las almas, y entenderé que todos
los momentos que he vivido los tenía que vivir sin remedio, y me
conformaré con mi exigua suerte en estos rocosos e insulares presidios
que hoy tejen, y tejerán si ha de ser así, las reglas de la nueva
partida de dados que tengo que jugar.
Y ya no hay excusas: hay que arriesgarlo todo. Antes, allí, cuando
todavía era un niño, sólo había ido a medias”.