el buda de bronce por martha miniño para rosa maria guerrero “todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado.” siddar

EL BUDA DE BRONCE
Por Martha Miniño
Para Rosa Maria Guerrero
“Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado.”
Siddarta Buda
En mi casa nunca faltó nada, acostumbrada a cierta opulencia y ser la
hija única, bella y adorable y la menor entre cinco hermanos, toscos y
brutos, hijos todos de un viejo y rancio aristócrata de cuna, que
mucho más que dinero, si era dueño de una pequeña fortuna, tenía
apellido, buenas costumbres y muy buenas relaciones con los gobiernos,
especialmente el presidente, si eso, todo un ceremonial a la hora de
servir el te, modales ingleses, meñique estirado y sin sorbos, por
favor, corbata de pajarita para las ocasiones especiales. Pues bien,
nunca faltó de nada en mi casa, me acostumbre a tenerlo todo por
sentado y a pedir de boca, no ciertamente en bandeja de plata
literalmente, pues lo más que poseíamos eran unas magníficas bandejas
de acero inoxidable y otras recubiertas de loza: en fin como niña
consentida y mimada por unos padres que me adoraban, no les dije,
llegué a destiempo a un matrimonio añoso y ya desapesumbrado por la
falta de una hija que les llenara de mimos caricias y no las
palabrotas y el rancio sudor de los varones, que llegaban todos
cochinos de jugar pelota o las clases de inglés y francés, de las que
se escabullían para correr por todo el vecindario, pues si, vivía como
toda una princesa.
Me casé, un boda despampanante para la única hija de un señor de la
alta sociedad, quien a pesar de todo, muy estirado y a regañadientes,
llevó al altar a su retoño para entregarla a un joven desconocido,
apenas recién graduado de la universidad como arquitecto.
Por ello no sabía como enfrentar una situación que se planteaba toda
nueva para mi y más que un reto de recién casada, puesto que no me
atrevía a solicitar la ayuda de mis padres, muy ufana me las daba de
que saldría sola adelante sin la ayuda de nadie, excepto de Dios, era
algo descomunal y un lío al que no le veía salida. Por primera vez en
mi vida me encontraba sola, sin ayuda y sobre todo, sin un centavo.
En ese entonces vivía cerca de una tienda lujosa y cara, que se
especializaba en objetos para el hogar, quería llevar al mismo la
opulencia a la que estaba acostumbrada, por lo que de lo poco que
podía ahorrar, unos centavitos apenas, los invertía en la cooperativa
del negocio y mientras esperaba las semanas que anunciaren al ganador,
cada vez que podía me paraba frente a la vidriera añorando y viendo
ese artículo en mi pequeño apartamento.
Pues no fue una vez que gané las copas de Baviera o la vajilla de
porcelana, le siguieron el juego de cubiertos de plata Oneida, vasos y
copas de cristal de Baccarat y adornos Limoge, Capo di Monte, Lladró;
la gente se sorprendía ante mi suerte y algunas clientes me miraban
suspicaces, la dueña de la tienda hasta me pidió dejar de participar
por algunos meses, sabes, ha habido algunos comentarios y eso puede
ser negativo para el negocio.
Pues bien, nada me impedía pararme frente al escaparate a mirar las
cosas que podían entrar a mi casa, pero ninguna me llamaba la
atención. Pasaron unos meses, ya me encontraba en el octavo mes de
embarazo de mi primer hijo, apenas había comprado algunos pañales y
todavía no empezaba a arreglar el catrecito que me había regalado una
prima.
Siempre me paraba a ver lo que había en la tienda, un día mis ojos se
posaron en un enorme y hermoso Buda de Bronce, sentado en posición de
loto con un prominente abdomen y los ojos cerrados parecía decirme
llévame a tu casa, me entusiasmé y ya lo imaginaba dónde lo pondría,
separaría unas mesitas y retiraría algunos adornos y allí, en un
rincón muy especial estaría el Buda.
Por varios días estuve viendo la impresionante figura, devanándome los
sesos de cómo podría adquirir tan costoso adorno, pues lo poco que
teníamos tenía que dedicarlo a los gastos de hospital y maternidad.
Una semana más luego el Buda desapareció de la vidriera, inquieta y
desalentada entré al local, para encontrarlo en un rincón, nadie se
interesaba en él, dijo la dueña, lo voy a ofrecer en la cooperativa,
quieres participar esta vez? Saqué las pocas monedas que tenia,
dedicadas a pañales y biberones, y acariciando la panza de la estatua
pensé, serás mío.
No me sorprendí cuando me dieron la noticia de que me había ganado el
Buda, con la ayuda de un muchacho, llevé la pesada figura a mi
reducida sala y esperé orgullosa a mi marido. Pues tremenda alharaca
me armó, y con razón, no podía seguir gastando los pocos centavos en
frivolidades mientras no sabíamos cómo íbamos a enfrentar la llegada
de nuestro vástago, se encontraba sin trabajo, la contrata se había
perdido y no tenía muchas esperanzas de obtener algo de inmediato.
Sin decirle nada, froté la barriga de mi Buda, deseando que pronto se
le abrieran las puertas. Esa noche, ambos nos acostamos sin decirnos
palabra.
Pronto mi Buda se manifestó, a los dos días llegó alborozado y muy
orondo, había sido llamado de un banco, sería su arquitecto
contratista para un importante proyecto de viviendas, en el fondo el
Buda seguía en su silenciosa y misteriosa meditación.
Así llegaron más hijos, una casa nueva, más gastos, más frivolidades y
caro ropaje, un automóvil nuevo, un Mercedes Bens obtenido de
oportunidad a un diplomático que marchaba, les dije que antes había
rascado al Buda ?
Nuevamente me acostumbré a lo que había vivido de niña y adolescente,
mi marido no paraba de trabajar y sus diseños eran disputados y muy
elogiados, mis hijos crecían rápidamente, viajábamos, disfrutábamos la
vida, todos mis antojos y necesidades llegaban tras una ligera caricia
o frote de la panza del Buda.
Pasaron algunos años, alguien me dijo de comprar ropa en Miami y
traerla al país para venderla, tienes muy buen gusto y sabes qué le
gusta a la gente, pues bien, dejé a los niños con su padre, que
refunfuñaba el ser niñero soltero por ese fin de semana y marché con
una pareja de amigos.
Llegamos aceleradamente al aeropuerto, escaso tiempo y nos enteramos
de la mala noticia, sólo había dos puestos disponibles, la falta de
una reservación a tiempo, el vuelo estaba sobrevendido, mi amiga dejé
a su marido, quien nos dijo adiós con la cara triste.
Ya sentadas en nuestros asientos hacíamos planes de cómo nos la íbamos
a arreglar sin un hombre a cargo, por lo que no me sorprendió cuando
ella me solicitó que le pidiera al Buda que buscase la forma de
hacerle venir con nosotros, cómo, eso son boberías, ya sabes las
pavadas que uno cree, además no tengo al Buda aquí, exclamé; mi amiga
me miró sonriendo y me dijo, sólo imagínalo en tu mente, por favor.
Pues así hice y muy fervorosa pedía que Tony viniese con nosotros;
entretanto, el avión tardaba mucho en despegar, las azafatas corrían
de aquí para allá, un pasajero se sentía mal y hubo que sacarle del
avión, los murmullos no se dejaron de esperar, mientras, yo seguía
pidiéndole al dichoso Buda que funcionase de una vez por todas.
Poco antes de partir entró muy contento y apresurado el marido de mi
amiga, quien milagrosamente había podido ser escogido de la lista de
espera y sentó con nosotros.
Las aventuras no terminaron allí, por precaución al llegar nos
dirigimos a confirmar nuestras reservaciones de regreso, ay! De nuevo
problemas, no las teníamos y había que esperar casi una semana,
mientras, el dinero que teníamos era tan sólo para ese fin de semana,
el resto era para hacer las compras, dinero que gran parte de él
obtuvimos prestado, cómo nos haríamos? Al llegar al hotel nos
encontramos que habamos perdido las reservaciones, solo una, una
habitación de dos camas, Tony se rió y dijo que con gusto dormiría en
el suelo, yo me moría de la vergüenza y desesperada como mi amiga me
tiré en la cama con negros pensamientos.
Ni decirlo, ahora Tony se unía al coro, con mi amiga me pedía que le
pidiera al Buda que hiciera de las suyas de nuevo, ni pensarlo, dije,
nos encontrábamos a miles de millas de distancia, no tengo una vía
inalámbrica, no soy telépata, bla, bla, bla, no valió, como una
letanía de suplicantes ambos me insistieron, por lo que me retiré al
balcón y allí de vista al mar, dirigí mis pensamientos a mi sala y
mentalmente acaricié a mi panzón amigo.
Al día siguiente, no con muchas esperanzas, nos dirigimos al
restaurante para nuestro desayuno, no terminaba de sentarme cuando oí
que me llamaban por mi nombre de forma escandalosa y alegre, Virginia
! Una rechoncha mujer de unos cuarenta y tantos años, toda cargada de
joyas y vestida con lujosas ropas se me acercó y me dio un fuerte
abrazo que me sacó el aire, mientras mi pareja de amigos veía la
escena toda asombrada, no sabía de donde esta desconocida para mi,
sólo le veía la cara en las páginas de sociedad, se había casado con
un próspero empresario español, quien era considerado uno de los
hombres más ricos de mi país.
Pero es que no te recuerdas, hija, por Dios, exclamó, soy Margarita La
Fontaine ! Entonces si recordé, a modo de una película de rápido
suceder, eran mis tiempos de juventud, vivíamos cerca de la
universidad, que en ese entonces estaba llena de manifestantes,
comunistas y simpatizantes del Che Guevara en un entonces gobierno
ultraderechista. La cosa se complicó cuando un buen número de niños de
la alta sociedad formó filas con los protestantes, todo fue un caos
cuando una de las jóvenes, hija de un importante congresista, fue
abaleada frente a la casa presidencial, también cerca de la
universidad; ese día llovía horrendamente, tal vez llorando por la
muerte de la joven y lavando su sangre del pavimento, una multitud de
asustados estudiantes corría por las calles, buscando refugio de la
policía que iba armada hasta los dientes.
Miraba por la ventana el tórrido aguacero cuando un grupo de
jovencitas atemorizadas, todas empapadas y temblorosas tocaron la
puerta, de inmediato las entré y las llevé al baño, allí se secaron y
cambiaron sus ropas por unas mías y mientras esperaban que se secasen
las dejé en mi dormitorio, allí les llevé chocolate caliente y
galletas dulces que comieron gustosamente, mientras no paraban de
agradecerme y preguntarme mi nombre.
Un fuerte golpe en la puerta de entrada nos sobresaltó a todas,
poniéndome los dedos en los labios como señal de silencio bajé las
escaleras, nadie en casa sabía de mis imprevistas huéspedes. Mi padre,
muy ceñudo y arreglándose la corbata pajarita abrió
la puerta, un sargento de policía y todo un contingente esperaban en
la galería, buscaban terroristas y revolucionarios, manifestantes en
contra del gobierno, vamos a revisar su casa, espetó, mi padre le miró
colérico, Carajo ! Usted no sabe quién soy yo ? Amigo del presidente y
hasta su consejero y consultor, como se atreve usted a insultarme de
esa forma! Los policías estaban azorados, el sargento reconoció la
figura de mi progenitor, quien al menos, una vez por semana visitaba
las oficinas presidenciales y retrocedió, mil perdones, mi excelencia,
no le volveremos a molestar y dando una orden a alta voz, marchó
apresurado con su pelotón de empapados guardias.
No podía quedarme callada ante la situación y le conté a mi padre lo
sucedido, una mirada dura y un subir rápido por las escaleras,
mientras le seguía angustiada a mi habitación, allí mi padre vió a las
atemorizadas jovencitas y reconoció a las hijas de un antiguo amigo,
sin decir nada, cerró discretamente la puerta, al rato llegó la
sirvienta con una rica cena para todas, mantas y colchonetas con las
que improvisamos camas para esa noche, al día siguiente, agradecidos
padres vinieron a buscar a sus hijas, felices de que no les había
acontecido nada grave; una de ellas había sido Margarita La Fontaine,
ahora de Velásquez.
Muy sonriente nos invitó a todos desayunar y nos llevó a un caro
restaurante, empezamos a hablar, ella andaba de compras, se aburría
sola en casa, su marido siempre andaba de reuniones de negocios y
andaba cambiando todo su ajuar, sabes, llega la temporada de otoño y
hay que estar a la moda, qué diferente era de aquel entonces, una
izquierdista que criticaba la burguesía y sus vicios. Y tu, que
cuentas ? Mis amigos me miraron a los ojos, confusa y atropelladamente
le relaté nuestras desventuras, ella soltó una carcajada, eso no es
nada, cuenten conmigo, diviértanse y compren todo lo que necesitan,
que el domingo partimos en el jet de mi esposo.
Claro que de nuevo el asombro, ya de camino a las compras mis amigos
no dejaban de exclamar cómo había funcionado el Buda, aunque fuese
llamada de larga distancia, bromeaban, yo todavía sorprendida no
atinaba a decir nada, sólo agradecía a la figura, que ahora reposaba
en un oscuro rincón de mi hogar.
Llegamos felices, mi marido sorprendido de vernos salir de un avión
privado y ser recibidos en el salón VIP del aeropuerto, en el camino
de regreso nos turnábamos para contarle nuestra aventura, la cual
simplemente no podía creer, mira que eres suertuda, mujer, decía
riendo.
Al llegar a casa, ni siquiera me detuve a abrir las maletas, tomé un
pulidor de metales y saqué toda la pátina acumulada de hacía tiempo en
mi vieja figura, limpié de corotos la mesa de la sala y allí en el
centro, coloqué a mi Buda, que ahora lucía reluciente, siempre
misterioso en su meditación.
Enseñé a mis hijos a frotar el Buda, incredulos lo hacían, a veces con
poca o ninguna fe, pero los resultados no se dejaban de esperar y poco
a poco empezaron a tomar conciencia de la atracción de los buenos
pensamientos al Buda.
Todos los días, salga o me quede en casa froto a mi viejo y panzón
amigo de bronce, agradeciéndole sus buenos oficios y le pido que cada
día sea mejor que el otro. Hasta ahora todo ha funcionado bien, mis
hijos se han casado, son felices y muy exitosos y ya le enseño a mis
nietos a frotar con sus manitas al Buda, hasta mi escéptico marido lo
soba de vez en cuando, diciéndole, ah viejo pícaro, a ver cómo
logramos esta !
Mi Buda sigue en mi sala y mis visitantes se sorprenden que a pesar
del lujo que rodea y los muebles que he cambiado varias veces, siempre
tengo al Buda como figura central de toda la casa.
No me importa lo que piensen, todo queda entre mi Buda y yo. Y usted,
hace cuanto tiempo no frota su Buda ?
“Conquista tu felicidad y el universo abrirá las puertas para ti donde
antes sólo habían paredes.” Joseph Campbell. 1902-1987.
Febrero 2007

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