novela después del 39. el final de la guerra civil con la victoria del general franco dio paso al largo periodo que conocemos como franquism

NOVELA DESPUÉS DEL 39.
El final de la Guerra Civil con la victoria del general Franco dio
paso al largo periodo que conocemos como franquismo (1939-1975). Con
el tiempo, las restricciones y limitaciones impuestas por el régimen
de Franco en la primera posguerra darían paso a una mayor apertura,
hasta llegar, en los últimos años del franquismo, a un periodo en el
que, sin libertades políticas todavía, el arte y la literatura
pudieron desarrollarse con cierta normalidad, si exceptuamos lo
tocante al sexo y a la ideología política, dos aspectos especialmente
vigilados y perseguidos por el régimen hasta el último momento.
Pero en la inmediata posguerra, los difíciles años cuarenta y primeros
cincuenta, la novela española, como las demás manifestaciones de la
cultura del país, tuvo que enfrentarse a las consecuencias negativas
de la Guerra Civil. En lo político, se inició un terrible proceso de
represión; en lo económico, hubo que enfrentarse al hambre y a las
privaciones, no solo a causa de la propia guerra sino también por la
autarquía del régimen, que imposibilita la recuperación del país y su
modernización, además de condenar a la penuria a una buena parte de la
población. En lo relativo a la cultura, todo se vio dominado por las
consignas oficiales, el patriotismo más rancio y la religión católica,
dado que la Iglesia Católica ha legitimado al régimen desde el momento
del alzamiento. La censura es implacable con la prensa y con toda
manifestación artística y, también, con la novela. Todo pasa antes de
darse a conocer al público por un censor gubernativo y otro
eclesiástico que expurgan o prohíben determinadas obras. Además se
puede hablar también de una censura interna, que lleva a los
escritores a autocensurar sus propias obras por el miedo a las
posibles represalias del régimen. El conjunto de la situación
dificultó enormemente el desarrollo de la vida intelectual y, más en
concreto, de la literaria.
El conflicto supuso, pues, un profundo corte en la evolución cultural.
El régimen de Franco se empeñó en forjar una nueva cultura española
radicalmente diferenciada de la anterior, para ellos indiscutiblemente
asociada a la República. En el caso de la novela, este corte se
acentúa por la conjunción de una serie de factores:
*
La muerte de algunos de los grandes modelos de la novela española
anterior (Unamuno, Valle-Inclán).
*
El exilio obligado de otros autores que habían comenzado a
destacar antes del conflicto: Max Aub, Francisco Ayala, Ramón J.
Sender, etc.
*
Las nuevas circunstancias políticas y la censura mediatizan la
continuación de las tendencias novelísticas dominantes antes de la
guerra, como la novela de corte social (prohibida por las posibles
connotaciones políticas) y la novela deshumanizada y vanguardista
(vistas con recelo pues se asociaban a escritores marcadamente
republicanos).
*
La férrea censura se muestra encarnizada no solo con los
escritores españoles, sino también con los extranjeros,
especialmente con los que han procedido en los últimos decenios a
la renovación de la novela en todo el mundo (Joyce, Proust, Kafka…),
que serán prohibidos igualmente, por la cerrazón mostrada ante
cualquier novedad, vista siempre como sospechosa.
*
Como consecuencia de todo lo anterior, se impulsa oficialmente la
traducción de novelas insulsas e irrelevantes, que triunfan en
España mientras se ignora a las novelas más importantes.
Por todo ello, la novela española en la posguerra debe, prácticamente,
comenzar de nuevo. Los novelistas de estos primeros años tendrán que
buscar un nuevo camino, y esa búsqueda de un nuevo camino implicará
que nos encontremos en la década de los 40 con la coexistencia de
múltiples tendencias novelísticas.
Para empezar es inevitable distinguir la novela que se desarrolla
dentro del país de la que, en el exilio, escriben los numerosos
autores que salieron de España tras el conflicto ─ a los que J.
Bergamín, uno de los exiliados, denominó "la España peregrina"─. Esto
afectó, por supuesto, a todas las artes y manifestaciones de la
cultura nacional pero, en el caso de la novela alcanza una dimensión
notable.
La novela del interior.
Dentro del país, la novela de los años 40 volvía a moverse en los
terrenos del realismo. Sus autores principales pertenecen, por edad, a
lo que podríamos llamar generación del 36. A ella pertenecen autores
como C. J. Cela, G. Torrente Ballester, M. Delibes, J. M. Gironella,
C. Laforet, I. Agustí, L. Romero, etc. Rota la relación con las
tendencias novelísticas anteriores a la Guerra y aislados de la
evolución que sigue la novela occidental, los escritores del interior
buscan un punto de arranque en la tradición realista española. Pero
esta orientación realista los lleva en corrientes diversas y con
ciertas peculiaridades. Conviene distinguir, al menos, dos grandes
líneas:
o U na novela triunfalista, de filiación falangista, que
defiende las nuevas circunstancias políticas del país. Esta novela
defiende los valores tradicionales (Dios, Patria, Familia) y justifica
la Guerra Civil y sus consecuencias, culpando de las mismas al bando
perdedor. Es lo que hacen, por ejemplo, Agustín de Foxá en Madrid, de
corte a checa y García Serrano en La fiel infantería.
o Una serie de tendencias que, sin que encontremos en ellas una
crítica o denuncia directa (para eso habrá que esperar a los años
cincuenta), presentan una visión del mundo más desarraigada o
existencial. Temáticamente, estas novelas girarán en torno a la
amargura de las vidas cotidianas, la soledad, la inadaptación, la
muerte y la frustración. Las causas de esta amargura vital se
encuentran en la sociedad de la España de los años cuarenta, marcada
por la pobreza, la incultura, la violencia, la persecución política,
la falta de libertades... Entre ellas podemos destacan por su
trascendencia dos corrientes:
o El llamado tremendismo, iniciado por Camilo José Cela con La familia
de Pascual Duarte en el año 1942, el relato autobiográfico de un
condenado a muerte que trata de explicar sus crímenes como
consecuencia del primitivismo y la brutalidad que determinaron su
vida. Su éxito atrajo a muchos continuadores que explotaron historias
que nos retratan un mundo y unos personajes dominados por la violencia
y por la miseria y escritas con un estilo bronco. Por su fuerza
expresiva, se puede considerar a la obra de Cela como la primera señal
de renovación de la novela de posguerra.
o Una novela existencial, que se inicia con la novela Nada de Carmen
Laforet en 1945, y continúa en 1948 con La sombra del ciprés es
alargada de Miguel Delibes y con Gonzalo Torrente Ballester y su
Javier Mariño. Nada será la primera obra que refleja la vida de
miseria de la posguerra en el ámbito urbano..
Técnicamente, todas las novelas de este periodo se caracterizan por su
sencillez y tradicionalidad: es general la narración cronológica
lineal, con ausencia de saltos temporales y el empleo del narrador en
tercera persona.
L a novela de los años 50 se va alejando poco a poco de la
preocupación existencial anterior para centrarse en los conflictos
sociales y en la denuncia de la injusticia. España empieza a salir del
aislamiento internacional, la censura empieza a dar muestras de cierta
tolerancia y todo ello permite que la influencia de los renovadores de
la novela de la literatura universal se empiece a manifestar en los
españoles. De ellos (los neorrealistas italianos como Moravia o
Vittorini; la "generación perdida" norteamericana formada por F. S.
Fitzgerald, W. Faulkner, E. Hemingway, etc.) aprenden nuevas técnicas
narrativas: protagonismo colectivo, concentración temporal y espacial
de los hechos, empleo del narrador objetivo, relato fragmentario, etc.
Son los novelistas más jóvenes quienes llevan a cabo la renovación,
pero lo harán ayudados o siguiendo el ejemplo de algunos de los
novelistas anteriores, como Cela, Delibes o Torrente Ballester que
evolucionan. Del primero de ellos es La colmena, la novela emblemática
de la década, tejida con las historias entrecruzadas de varios
personajes que frecuentan un café madrileño y que reflejan la amarga
existencia cotidiana en la ciudad de Madrid. La censura rechazó la
primera versión de la obra que hubo de ser publicada en Argentina
varios años más tarde. Pero su renovación formal es mucho más
relevante que su valor como denuncia.
También renovadora es La noria de L. Romero. Si estas novelas
presentan la vida de la gran ciudad, las novelas de estos años de M.
Delibes muestran la vida en el campo o en la ciudad de provincias. Así
ocurre con Las ratas o El camino.
En la segunda mitad de esta década se produce la aparición y rápida
consagración de otra generación de novelistas, que vivieron la guerra
en su infancia y sufrieron, por tanto, todas las restricciones de la
posguerra en su formación. Muchos de estos escritores denunciaron el
atraso político, social y cultural del país, desde una óptica que
podemos denominar neorrealismo y desde otra, más escorada hacia la
denuncia, a la que se denomina realismo social. Este propósito crítico
lastró la obra de algunos de ellos, demasiado pendientes de la labor
de denuncia y poco atentos a la calidad literaria. Pero algunos
supieron aunar el compromiso del escritor con la sociedad de su tiempo
y la calidad artística, dando lugar a obras notables, entre las que
están algunas de las mejores novelas españolas del siglo. Es el caso
de El Jarama de R. Sánchez-Ferlosio, Gran Sol de I. Aldecoa, Los
bravos, de J. Fernández Santos, Entre visillos de Carmen Martín Gaite,
etc.
L os años 60 son los años de la renovación de las formas
narrativas en la literatura española. Esta renovación coincide en el
tiempo con cambios sociales y económicos en el país (España sale de su
aislamiento y comienza el desarrollo económico, el auge del turismo
extranjero favorece la renovación de las costumbres, la censura se
flexibiliza con la Ley de Prensa de 1966, etc.).
Los escritores proceden a experimentar con todos los elementos de la
narración (fragmentación del relato, ruptura de la secuencia
cronológica, investigación sobre las posibilidades del narrador,
novedosa presentación del diálogo, uso del monólogo interior…),
impulsados por las traducciones de los grandes renovadores de la
novela en el mundo y con la influencia creciente de los escritores
hispanoamericanos que darán lugar a lo que se conoció como el Boom
hispanoamericano: M. Vargas Llosa, Mújica Laínez, J. Cortázar, j.
Rulfo, G. García Márquez, J. L. Borges, etc.
La excelente Tiempo de silencio de L. Martín Santos es el revulsivo
que la novela española necesitaba y su ejemplo es seguido por
veteranos que se ponen al día (G. Torrente Ballester con La saga /
fuga de JB, M. Delibes con Cinco horas con Mario, C. J. Cela con
Oficio de tinieblas 5) y autores de la generación anterior que también
renuevan su estilo (J. Goytisolo con Señas de identidad, Juan Benet
con Volverás a Región, J. Marsé con Últimas tardes con Teresa, etc.).
La novela del exilio
El drama de los escritores del exilio es que tuvieron que renunciar a
sus lectores naturales, pues sus obras no fueron conocidas en el
interior del país hasta muchos años después, y solo en el caso de los
escritores más famosos. Además, su situación los condenó al permanente
recuerdo de la patria perdida y a la evocación constante de la Guerra
Civil. Entre los casi cien novelistas de la España del exilio hay una
docena de autores de importancia, y a ellos pertenecen varios de los
títulos más importantes del periodo. Sin embargo, entre ellos no hay
uniformidad debido a la diferencia de edades, planteamientos
narrativos, evoluciones personales de cada uno, etc. Se pueden
establecer al menos dos grandes grupos: los novelistas que ya habían
empezado su obra narrativa antes de la guerra y aquellos que la
inician después de 1939.
Entre los primeros se pueden distinguir, a su vez, dos grupos: los que
antes del conflicto desarrollaron una novelística social y de
tendencia realista (cuyo representante más señalado es Ramón J. Sender,
del que hablaremos más en profundidad más tarde) y los que optaron
antes de la Guerra por una novela más vanguardista e intelectual.
Entre los autores pertenecientes a este segundo grupo destacan los
nombres de Rosa Chacel, Max Aub y Francisco Ayala, muy relacionados
antes de 1936 con la estética de la deshumanización del arte impulsada
por Ortega y Gasset. Los tres desarrollan la mejor parte de su obra
después de la guerra y son autores, además de una amplia obra en otros
géneros, de algunas novelas importantes: Muertes de perro y El fondo
del vaso, de Ayala; la serie El laberinto mágico, formada por seis
novelas, de Max Aub y Memorias de Leticia Valle y Barrio de Maravillas,
de R. Chacel.
Evidentemente, después de la Guerra, cada autor seguirá su propia
evolución y autores que antes habían seguido una corriente
determinada, en el exilio desarrollarán una obra dentro del
planteamiento opuesto.
De los muchos novelistas que iniciaron su obra novelesca ya en el
exilio, una vez terminada la Guerra Civil, se pueden destacar los
nombres de Manuel Andújar (autor de la serie de novelas titulada Lares
y penares) y Arturo Barea, autor de la trilogía La forja de un rebelde,
escrita en español pero publicada antes en inglés.
A partir de los años 60 carece ya de sentido seguir hablando de
narrativa del exilio, porque a partir de esa fecha algunos autores
vuelven al país, otros dejan de escribir o publicar y otros,
finalmente, empiezan a ser integrados en la vida cultural española aun
manteniendo su residencia en el extranjero, como es el caso de Ramón
J. Sender.

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