como un antecedente de los estudios de masculinidades es necesario entender los procesos que han conformado a la teoría de género como consec

Como un antecedente de los estudios de masculinidades es necesario
entender los procesos que han conformado a la Teoría de Género como
consecuencia de un movimiento social y cultural que se ha desarrollado
también en la Academia. Esta breve contextualización se limita a las
aportaciones de la teoría de género y estudios de masculinidad en el
análisis de la identidad de género.
La teoría de género es “un conjunto de explicaciones, construidas
desde diferentes disciplinas de las ciencias sociales y humanidades,
acerca del contenido real de la diferencia sexual convertida en
desigualdad social dentro de las sociedades existentes y su
desarrollo” (Raquel Güereca, 2008, pág. 19). Al hablar de teoría de
género es imprescindible hacer referencia al movimiento feminista que
la antecede y le dio forma. Esta tesis no tiene el objetivo de abarcar
a profundidad este movimiento, por lo cual solo se explicará su papel
en el desarrollo de los estudios de género y de masculinidades como
marco de esta investigación.
El feminismo como antecesor de la teoría de género
Marcela Lagarde explica que la ruta a la equidad de género no es otra
más que el feminismo. Por medio del reconocimiento de los derechos
humanos de las mujeres es posible alcanzar la equidad en las
relaciones y la liberación de varones y mujeres:
En el feminismo se han desarrollado opciones críticas de oposición al
patriarcado, y se han construido alternativas sociales cohesionadoras
para la convivencia de mujeres y hombres. Tal vez la sustancia más
radical del feminismo es su vocación afirmativa, incluyente de todos
los sujetos y de todas las personas, a partir de pactos democráticos,
preservadora de los recursos del mundo. Su radicalidad de género se
encuentra en la certeza inclusiva de mujeres y hombres, en relaciones
basadas en la equidad, la igualdad de oportunidades y la democracia.
El feminismo sintetiza los esfuerzos por construir ahora un mundo que
sea la casa acogedora y propia de mujeres y hombres quienes, de manera
paritaria, puedan reunirse, dialogar, pactar, intercambiar y compartir
para coexistir. Como el feminismo pasa por la existencia de cada
persona, quienes viven cotidianamente esta alternativa renuevan sus
condiciones de género, se despojan de enajenaciones opresivas y se
constituyen en humanas y humanos plenos. (2013, pág. 37)
El feminismo surge formalmente de la lucha femenina por la demanda de
derechos de las mujeres a partir de la promulgación de los derechos
del hombre durante la revolución francesa, pero existe como un
movimiento cultural desde hace al menos mil años. Ahora es considerado
un movimiento ético, político, filosófico y cultural. (Daniel Cazés,
2011) que en su momento permitió hacer una crítica al paradigma
androcéntrico de la modernidad que reproducía en las mujeres la
exclusión, el autoritarismo y la opresión que denunciaba el propio
movimiento. (Raquel Güereca, 2008). En este contexto, Olimpia de
Gouges (1748-1793) elaboró una adaptación de la “Declaración de los
Derechos del Hombre y Ciudadano” bajo el nombre “Declaración de los
Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” en 1791, en donde afirma y
exige la libertad y la igualdad de derechos para las mujeres, entre
ellos el derecho al voto. Olimpia de Gouges fue ejecutada y en lugar
de sus propuestas se declaró en el Código Civil Napoleónico que el
hogar era el lugar definido y exclusivo de desarrollo de la mujer.
Un año después, en 1792, la profesora inglesa Mary Wollstonecraft
escribe “Vindicación de los Derechos de la Mujer” obra en la que más
que reivindicar los derechos, habla de la individualidad de las
mujeres y su capacidad de elección de su propio destino como indica
Cristina Sánchez (2001). Mary Wollstonecraft responde a las nociones
de Rousseau acerca de la educación tratadas en el “Emilio1”. Rousseau
plantea una educación para los varones diferenciada de la de las
mujeres: en los varones sería necesario fomentar la igualdad, la
autonomía y demás virtudes sociales y en las mujeres cultivar sus
cualidades de bondad y servicio. La autora retoma la idea de la
igualdad humana que plantea Rousseau para aplicarla al conjunto
femenino como parte de la humanidad y con el derecho de adquirir
virtudes por los mismos medios que los hombres: “Wollstonecraft
critica en este sentido no sólo a Rousseau, sino a los moralistas y
filósofos de su época que «han contribuido a hacer a las mujeres más
artificiales, caracteres débiles que de otro modo no habrían sido,
como consecuencia, miembros más inútiles de la sociedad»” (Cristina
Sánchez, 2001).
El pensamiento sufragista que iniciara en Europa con Olimpia de Gouges
y las ideas educativas de Mary Wollstonecraft se extendieron
rápidamente a los Estados Unidos, donde las condiciones políticas y
sociales se prestaron para promover los movimientos feministas. En
1848 se organizó la primera Convención sobre los derechos de la mujer
en Nueva York, en la cual se elaboró y publicó la Declaración de
Séneca Falls donde se expresa la inconformidad por el trato que
históricamente habían recibido las mujeres sobre todo en cuanto a su
participación política. Este acontecimiento es considerado el inicio
del movimiento feminista en Estados Unidos. El voto femenino comenzó a
ser aprobado en diferentes países: Nueva Zelanda en 1893, Reino Unido
en 1918, Estados Unidos en 1920, España en 1931, Uruguay (primer país
latinoamericano en aprobarlo) en 1927 y México en 1953.
El movimiento feminista a lo largo de la Historia ha tenido momentos
de luchas intensas seguidos de aparente calma, durante la cual se han
gestado ideas que han sido también aportes importantes para la
movilización. Durante la primera mitad del siglo XX, los movimientos
considerados universales, como las Guerras Mundiales, obtuvieron el
foco de atención de los medios y la Historia, después de ellos
resurgieron los movimientos feministas con fuerza en todo el mundo.
La década de 1970 estuvo marcada por movimientos que fijaron los
cimientos de las sociedades a nivel mundial, como explica Lourdes
Arizpe (2002). La misma autora afirma que en México se reconoce que
después del movimiento del 68, se hizo evidente la acción de grupos
sociales que antes no habían tenido cabida en la acción política
pública. La llamada generación Woodstock trajo consigo un sinfín de
transformaciones ideológicas que dieron un vuelco a las formas de
organización social que se habían visto hasta entonces. Se ha
considerado al feminismo como el primer movimiento que puede llamarse
mundial por los alcances que tuvo y porque a pesar de desarrollarse en
diferentes escenarios tiene objetivos comunes en todos ellos. Como
afirman Marta Lamas (2002) y Gisela Espinosa (2002) el feminismo surge
de la clase media, como la mayoría de movimientos sociales: mujeres
que tienen la oportunidad de incursionar en espacios públicos de
difícil acceso, principalmente por el aspecto económico y luego por
las cuestiones de género.
La historia del feminismo se muestra como un proceso complejo que ha
tenido que superar numerosos obstáculos. Entre ellos se ha criticado
su postura y se ha buscado la diferencia entre los grupos feministas y
los movimientos de mujeres, entre las organizaciones no
gubernamentales y las de corte político, entre las acciones populares
y las dirigidas a otros aspectos, como por ejemplo a la sexualidad y
los derechos reproductivos. Sin embargo, es posible afirmar que estos
movimientos son el antecedente a los Estudios de la Mujer con
perspectiva de género.
Los Estudios de la Mujer, como explican Alejandra López y Carlos Güida
(2000), son un campo interdisciplinario de investigación que surge de
la movilización social y académica luego de los triunfos del feminismo
al obtener el voto femenino, la ciudadanía y la recuperación del
cuerpo a través de la píldora anticonceptiva en los objetivos
feministas. Han tenido como objeto hacer visible la condición de la
mujer.
El paradigma feminista que envuelve a los Estudios de la Mujer ha
aportado un modelo conceptual que permite observar dimensiones de la
realidad que no se podrían identificar desde ningún otro marco
interpretativo de la realidad, como explica Rosa Cobo (2005). Para
esta autora, el género -como parámetro científico- ha sido la variable
de análisis que más ha ensanchado los límites de la objetividad
científica.
Género y condición masculina
La perspectiva de género es un paradigma ético basado en la teoría de
género. Daniel Cazés (2005) describe los tres paradigmas en los que
está inscrito: el histórico-crítico (desarrollado y construido a
través del tiempo, relacionándose con todas las disciplinas sociales y
humanísticas), el cultural del feminismo (desarrollado y concretizado
en el feminismo contemporáneo) y el del desarrollo humano.
El género, como explica Marcela Lagarde (2013), más que un concepto o
una categoría se ha desarrollado como toda una teoría. El concepto
inicial de género procede de la psicología y de la medicina clínica.
Eulalia Pérez (2006), explica que el primero en introducir el concepto
“rol de género” fue John Money en 1955, como la expresión pública de
ser varón o mujer, y poco después el psiquiatra y psicoanalista Robert
Stoller en 1968 utilizó “identidad de género” como la experiencia
privada de pertenecer a uno u otro sexo. Es a Robert Stoller a quien
se le atribuye la primera diferenciación entre las funciones y
apariencias biológicas y los comportamientos determinados por la
cultura. El uso del concepto de género por las feministas en la
academia hace surgir la teoría de género:
A partir de los años 70 la rama académica del feminismo viene
utilizando la categoría género por su carácter analítico, explicativo
e integrador, lo que favoreció establecer múltiples aportaciones en
términos de comprensión de la subjetividad humana. De esta forma, a
partir de este enfoque teórico, las académicas feministas han
consolidado un espacio reconocido científicamente desde donde pueden
cuestionar y plantear debates a fin de promover nuevos sentidos de
identidad, al mismo tiempo que definir estrategias de lucha en contra
de la perpetuación de las estructuras de poder (Lagarde, 1996; Scott,
1990; García-Mina, 2003). Gracias al movimiento feminista se incorporó
la categoría género en el ámbito de las Ciencias Sociales, así como su
posterior desarrollo dentro de una perspectiva teórica. (Teresa Bruel,
2008, pág. 52)
Es a partir de ahí que el término género nace como una categoría de
análisis sobre la desigualdad social, en este caso basada en una
diferencia anatómica. Según el glosario incluido en el libro de Carlos
Lomas (2004), es el “conjunto de fenómenos sociales, culturales,
psicológicos y lingüísticos que se asocian a las diferencias de sexo”
(2004, pág. 236). Luis Botello lo define como el “conjunto de
prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que
las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual
anatomo-fisiológica y que dan sentido en general, a las relaciones
entre personas” (2008, pág. 34). El género es entonces más que la
apariencia física externa, influye y modifica a los sujetos en su
actuar cotidiano y su pensar del mundo y de sí mismo.
A partir de la teoría de género y el análisis de la condición de la
mujer en la sociedad, se ha descrito la existencia de un orden social
de género en el que el varón tiene la dominación sobre las mujeres: el
patriarcado. Marcela Lagarde (1997a) asegura que este orden social es
un orden de poder, en el que los varones y lo masculino tienen mayor
prestigio y una supremacía sobre las mujeres y lo femenino. Al
respecto, Celia Amorós (2005) explica el orden patriarcal y sus
jerarquías en relación con la globalización y el capitalismo, como
elementos que han ayudado a reproducir esta organización social
relegando a las mujeres a permanecer y volver (o ejercer una doble
jornada en el espacio privado) en el trabajo doméstico. El patriarcado
no solamente ha limitado a las mujeres al ámbito privado, también ha
legitimado el derecho de los hombres a expropiar los conocimientos,
creaciones y bienes (materiales y simbólicos) de las mujeres, como
explica Marcela Lagarde (1997a, pág. 53).
Dentro de este orden patriarcal no todos los varones son igual de
“valiosos”. El patriarcado determina jerarquías que se marcan según se
cumplan los patrones y mandatos de la masculinidad hegemónica:
Ser patriarca requiere sanción social, aprobación e inclusión, por
eso, para ser patriarcas, los hombres deben medirse entre ellos y, al
hacerlo, jerarquizarse. Para ellos ocupar el espacio o tener una
condición consiste directamente en estar jerarquizado, es su manera de
pertenencia y de adscripción en el mundo masculino y por ende en el
mundo ya que no necesitan medirse con las mujeres, de antemano ocupan
la posición central y superior. (Marcela Lagarde, 1997a, pág. 78)
Para lograr ascender en la jerarquía masculina, es necesario cumplir
los mandatos de masculinidad y limitarse a los espacios que se
consideran apropiados para alcanzar el título de “hombre de verdad”.
La masculinidad hegemónica o tradicional, tiene características
puntuales que los varones deben demostrar en diferentes etapas de la
vida, esta masculinidad se considera la dominante dentro de nuestro
contexto social. Como explica José Olavarría (2004): los atributos que
distinguen a los hombres se sostienen y reproducen por medio de
mandatos sociales (estereotipos de género) que son interiorizados y
forman parte de la identidad de género masculina.
Identidad de género
La identidad definida por Marcela Lagarde (1997b) es la experiencia
del yo, el reconocimiento de la singularidad propia, los afectos,
pensamientos, representaciones y vivencias corporales subjetivas, es
[…] una cualidad histórica fundante del sujeto, construida en su
permanente interacción con los otros, y producto de su hacer en el
mundo y sobre sí mismo. [...] se conforma como un conjunto de
dimensiones y procesos dinámicos y dialécticos que se producen en las
intersecciones entre las identidades asignadas y la experiencia vivida
que expresa la diversidad de condiciones del sujeto (pág. 8)
y explica que en las sociedades con una organización de género, todos
los sujetos tienen una identidad de género aunque no sean conscientes
de ella. De esto deriva que la identidad de género sea una
construcción social a partir de una cualidad física.
Desde antes de cumplir los tres años, se tienen ya suficientes
referencias para ubicarse en uno de los géneros, incluso se logra
tener esa identificación social antes de reconocer el propio sexo
biológico, lo cual demuestra que más allá de la influencia hormonal o
instintiva que se atribuye al ser hombre o ser mujer, esta
identificación se logra por imitación y mandato. Graciela Morgade
(2001) explica: “La autoadscripción a un sexo o a otro es diferente de
la construcción de la identidad de género.” (pág. 41). La autora
continúa con las expresiones de sexo que no siempre coinciden,
refiriéndose al sexo genético (cromosómico), gonádico (producción de
células sexuales), hormonal (producción de estrógenos o testosterona),
anatómico (órganos externos) y el sexo adscripto. En el mismo sentido,
Marta Lamas (1993) explica que la diferencia sexual (física) nos
estructura psíquicamente y el género nos estructura socialmente, y que
los rasgos que son impuestos socialmente a los roles femenino o
masculino no siempre permiten a los individuos identificarse con “lo
que le corresponde” dejan ver que la identidad no depende del género
asignado, no es fija y no está compuesta solo con cuestiones
“femeninas” o “masculinas”. A partir de tener una identidad de género,
se viven condiciones de género.
En esta tesis se analiza la construcción de la masculinidad como
proceso identitario central de los egresados de Pedagogía desde
diversos enfoques disciplinarios. Este cruce de enfoques es necesario
ya que las teorías propias de la Pedagogía aún no logran explicar de
forma profunda estos procesos y cómo se viven en la escuela. Los
estudios de género y feministas también han encontrado útil esta
multidisciplinariedad para complementar las explicaciones que cada
disciplina aporta.
La identidad de género puede ser estudiada como un proceso de
construcción, en este caso, de la masculinidad y es así como esta
tesis lo aborda. El atribuirle a la identidad la definición de proceso
permite entenderla como algo cambiante y, precisamente, en
construcción.
Enfoques de la masculinidad
Las investigaciones sobre la condición masculina iniciaron en América
Latina a fines de los años ochenta del siglo pasado. Su origen puede
atribuirse a los estudios feministas y de género en Estados Unidos y
algunos países de Europa. (Daniel Cazés, 2008; Rafael Montesinos,
2005) Según Ana Amuchástegui (2006) surgen desde 5 fuentes
principales:
1.
La transformación que los movimientos feministas trajeron a la
academia y a las relaciones de pareja durante las décadas de 1970
y 1980 incitaron a los hombres a la reflexión sobre su
participación en la desigualdad de género. Principalmente en
hombres dedicados a la academia y compañeros de mujeres
relacionadas con el feminismo académico y político.
2.
El surgimiento del movimiento homosexual y estudios gay y la
necesidad de criticar y erradicar la homofobia.
3.
La flexibilización del empleo, destrucción del orden salarial,
ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral y la consecuencia
principal de esto como una amenaza al orden social del hombre como
proveedor único.
4.
La firma y participación en acuerdos internacionales sobre la
importancia de aumentar la participación masculina en la
reproducción.
5.
Los financiamientos para la investigación y activismo de políticas
de salud sexual, educación sexual, infecciones de transmisión
sexual, anticonceptivos, embarazos y aborto que desembocaron en el
interés en la educación sexual de varones, así como su salud
sexual y la violencia de género.
El interés creciente en los estudios de varones se puede justificar en
algunas razones, según Alejandra López y Carlos Güide (2000):
*
Insuficiencia de marcos teóricos que expliquen las conductas y
comportamientos de los hombres.
*
El fracaso de programas de control de natalidad dirigidos a los
varones.
*
Interés en incrementar pautas de autocuidado en lo referente a
infecciones de transmisión sexual.
*
Mayor visibilidad de los derechos de la mujer.
*
Resistencia de los varones a modificar la ideología patriarcal.
Los estudios sobre la condición masculina han surgido principalmente
desde los estudios de género y desde la producción feminista. Una
característica crucial que los diferencia de los Estudios de la Mujer
es que no cuentan con un movimiento social o político a la par: “Es
una producción sin militancia paralela a la cual analizar y/o
sustentar con recursos teoréticos.” (Alejandra López y Carlos Güide,
2000, pág. 6). Aunque en los últimos años se han formado grupos de
apoyo para varones para compartir experiencias y buscar acompañamiento
en busca de un cambio en su condición masculina, la mayoría de los
varones que han pertenecido a estos grupos están muy cerca de la causa
feminista. Hay que distinguirlos con claridad, pues como indica Ana
Amuchástegui (2006), también existen grupos de varones que buscaban
enfrentar los avances en los derechos de las mujeres, principalmente
en Estados Unidos2.
La categoría de masculinidad, desde la teoría de género, ha sido
utilizada por diversas disciplinas y con distintos enfoques. Es
importante señalar que las definiciones no son incompatibles o
impermeables, simplemente han seguido métodos y contextos de estudio
diferentes.
En el caso de la Pedagogía, también se ha presentado como área de
investigación alimentada de otras disciplinas pertenecientes a las
Humanidades y Ciencias Sociales, por ello se han elegido los
siguientes enfoques disciplinarios como relevantes. Es pertinente
hablar de estudios de género desde la pedagogía ya que varias autoras
(Graciela Morgade, 2001; Montserrat Moreno, 2003; Pierre Bourdieu,
2001; Araceli Mingo, 2006) han atribuido a la escuela un papel muy
importante en el proceso de adquirir una identidad genérica y sobre
todo en reforzar los roles de género, y puede afirmarse que la
influencia de la escuela va más allá del currículum vivido, donde la
Pedagogía tiene influencia directa.
Derivado de la revisión bibliográfica se encontraron diversos enfoques
en el estudio de la masculinidad y se eligieron los siguientes por su
compatibilidad con la Pedagogía: Sociológico, Antropológico y
Psicológico. A continuación se presentan características de cada uno
de ellos centrados en la masculinidad como una construcción de la
masculinidad como una identidad de género.
Enfoque sociológico
Este enfoque se concentra en explicar al varón y su identidad genérica
desde lo social y el entorno. Es posible encontrar y describir las
influencias de la vida y orden social en la conformación de los
sujetos y sus identidades genéricas: en la convivencia social, las
expectativas familiares, de la pareja, de las amistades.
Rafael Montesinos (2002) explica que desde la Sociología los estudios
de la condición masculina se han realizado con metodologías mixtas y
de algún modo heterodoxas refiriéndose con ello a la crisis de
paradigmas que ha permitido surgir diferentes interpretaciones de
diversos objetos de estudio. Desde este enfoque, los hombres son
estudiados como colectivo a partir de la cultura, tomando en cuenta
que los cambios en lo político, económico y social generan una
transformación directa en las relaciones entre hombres y mujeres.
Como lo afirma Pierre Bourdieu (2007), es posible identificar la
dominación masculina como parte de la construcción social de los
cuerpos bajo las dicotomías que naturalizan el orden masculino. Este
autor explica cómo la visión androcéntrica se impone por medio de
mecanismos que la han convertido en neutra y sin necesidad de
legitimación, de forma simbólica: “El mundo social construye el cuerpo
como realidad sexuada y como depositario de principios de visión y de
división sexuantes” (2007, pág. 22). Es así como la división sexual
del trabajo queda justificada naturalmente en la diferencia anatómica
y biológica de los cuerpos, además de todas las diferencias sociales.
Este tipo de pensamiento, según Pierre Bourdieu, establece una
relación circular que se alimenta de la objetiva división natural y
justifica la subjetiva división social.
Rafael Montesinos (2002) explica 3 teorías sociológicas que permiten
la comprensión de la cultura contemporánea y el estudio de la
identidad masculina:
*
El efecto dinámico de la cultura propuesta por Agner Heller.
Explica que una nueva identidad femenina transforma la cultura y
conduce a una crisis de identidad masculina.
*
La resistencia social a la dinámica que se produce a partir de las
transformaciones políticas y económicas que han generado los
movimientos feministas según Donald Bell. Propone estudiar la
masculinidad desde los conflictos que genera una nueva identidad
femenina.
*
La crisis de identidad resultante de los cambios culturales que
impide a los sujetos reconocer los patrones o referentes que le
permitan construir su identidad genérica.
Se coincide en la necesidad de estudiar la identidad masculina que
aparece con los cambios culturales, en específico con los que tienen
que ver con las mujeres, ya que estos intervienen en las relaciones
genéricas en los espacios públicos y privados. Para ello es necesario
estudiar también las condiciones que generan esos cambios.
La vida, obligaciones y actividades del varón, lo han ligado al
espacio público, le han conformado una identidad social. Roberto Garda
(1998) enumera 3 consecuencias del “hombre social”:
*
El varón finca su identidad genérica en su identidad laboral.
Desde pequeños logran distinguir los privilegios que pueden
otorgar las instituciones y se identifican con el mundo del
trabajo y el dinero. Adoptan una visión institucional del mundo.
*
Se crea una cosmovisión religiosa del mundo, se miran y
autonombran como dioses inalcanzables, alejados de la intimidad y
aislados. Esta misma cosmovisión les genera un control y
restricción a su imaginario, no conciben otra forma de vida y
además, agrega Roberto Garda, no les conviene.
*
Padecen un bloqueo emocional por el autocontrol del cuerpo. Este
control conduce a la dureza, cumplir con el trabajo, las metas y
planes que incluso puede recurrir a arriesgar su vida. El control
ejercido sobre sí mismo le impide tener formas de expresión de
sentimientos y necesidades, le conduce a estrés, tensión y
problemas de salud que debe soportar con tal de cumplir.
Con estos argumentos, es posible identificar un hombre cuyas
necesidades sociales se imponen sobre sus necesidades individuales con
tal de cumplir públicamente con lo que le corresponde y ser acreedor
de los privilegios y estatus de los que goza su género y la dominación
sobre las mujeres y otros hombres con menos poder.
Enfoque psicológico
Desde este enfoque se enfatiza la internalización que tienen los
mandatos sociales en los individuos al construir su identidad de
género y conformar su personalidad. Según Rafael Montesinos (2002) y
Luis Botello (2008) prácticamente todos los aportes de este enfoque se
basan en la teoría psicoanalítica, con la cual se señalan las etapas y
factores que influyen en la construcción de la identidad genérica.
La importancia para este enfoque es cómo el individuo capta y responde
a los factores que se presentan en la formación de la identidad de
mujeres y hombres. Mabel Burín (1998) explica que la identidad de
género se adquiere en la intersubjetividad, en el vínculo temprano
padres-hijos y en la relación con los deseos inconscientes que esos
vínculos aporten a la construcción de la subjetividad sexuada.
Existen también trabajos sobre rasgos que se han constituido como
roles que deberían seguir según el sexo, conformando identidades
genéricas estereotipadas. Se define a la identificación y la
introyección de roles como el mayor aporte de la Psicología en el
estudio de la construcción genérica.
Anthony Clare (2006) afirma, como terapeuta, que los varones están
viviendo una crisis de la masculinidad. El autor elige el término
“falo” como símbolo de poder, éxito, virilidad, hombría y fuerza.
Añade que sería este símbolo lo que, según los estudios de Sigmund
Freud, los hombres presumen y las mujeres envidian y que efectivamente
no todas las cualidades pertenecen ya solamente a los varones. El
mismo autor presenta estadísticas de suicidio masculino (que
multiplican notablemente al femenino) como la prueba de una depresión
masculina por la pérdida de los privilegios que le eran otorgados al
ser el personaje activo de la esfera pública. Esta depresión, comenta
Anthony Clare, difícilmente será admitida por los varones, en cambio
se oculta en la violencia (hacia otros y hacia sí mismo), en la
agresión sexual, en conductas delictivas, en el juego, la bebida,
drogas y otras actividades ilícitas que han sido asociadas a los
varones.
Los estudios de Mabel Burín e Irene Meler (2001) desde el
psicoanálisis demuestran la conformación de la masculinidad social y
la subjetividad masculina. Estas autoras hacen énfasis en la
importancia de la familia y las influencias recibidas en la infancia
como formadoras de identidad de género.
La influencia de los modos de introyección y de los roles
predeterminados para hombres y mujeres es fundamental para los
estudios del hombre como sujeto genérico. Estos roles marcan moldes de
comportamiento que aunados a la tradición del deber ser influyen de
forma inconsciente en los sujetos para desenvolverse dentro de los
patrones de género dominantes.
Enfoque antropológico
Desde la Antropología, el aporte a los estudios de la masculinidad se
centra en investigaciones realizadas en diferentes culturas. Estos
estudios han permitido hacer visible el papel cultural en la
construcción de la identidad genérica. Se hace evidente que la
masculinidad, como esencia o base, no existe, ya que las exigencias
sociales de su demostración varían de una cultura a otra. Si bien
existen algunas constantes por el modelo hegemónico que se ha
extendido por todo el mundo, existen también notables diferencias.
David Gilmore (1994), luego de estudiar en numerosas culturas, explica
la experiencia del ser hombre. Señala que aunque existe una
“estructura profunda de masculinidad” no existe un modelo único que
represente todas las culturas. Considera que el individuo debe crear
un equilibrio entre los conflictos psicológicos y las demandas
sociales del género para crear una identidad de género. En el caso de
los hombres, esta construcción identitaria pasa por cómo se vive y
obtiene la masculinidad por medio de rituales donde la hombría y la
virilidad serán obtenidas para ser diferenciados definitivamente de
los jóvenes, niños y mujeres. Su estudio sigue siendo citado por
reconocidos estudiosos del género, pero tendría que considerarse una
actualización a sus reflexiones ya que:
1) las culturas “primitivas”, como las han llamado algunos
antropólogos, no permanecen estáticas por mucho tiempo luego del
contacto con los investigadores y su cultura; y
2) la globalización y las tecnologías han influido de manera
contundente en casi todos los espacios, por lo que es difícil afirmar
que continúen mostrando los rasgos de 20 años y aún más difícil que no
se vean influenciadas por las sociedades que las han colonizado.
Matthew Gutmann (1998) apunta a una falta de rigor metodológico en la
utilización y combinación de diferentes conceptos y brinda 4
principales definiciones y tratamientos de la masculinidad desde la
Antropología:
1.
Cualquier cosa que los hombres piensen y hagan.
2.
Todo lo que los hombres piensen y hagan para ser hombres.
3.
Las cualidades que convierten a algunos en “más hombres” que
otros.
4.
Todo lo que son los hombres que no son las mujeres.
Las identidades masculinas, si bien construyen diferencias definidas
entre hombres y mujeres, no reflejan una diferencia eterna o elemental
entre sus identidades de género, como afirma Mathew Gutmann (2000). Es
decir que son cambiables no solo entre culturas, sino también
temporalmente. Explica además el establecimiento de alianzas
masculinas denominado “Male bonding”3, retomado de Lionel Tiger, como
la respuesta a la supuesta necesidad de los hombres de pertenecer a
espacios donde las mujeres sean excluidas, basada en la necesidad
primitiva de crear alianzas para una defensa o caza exitosa. Al
respecto Robert Connell, citado por Guttman (2000), argumenta que la
caída de la religión como justificante de las conductas de género ha
permitido a la Biología explicar que mediante genes y conductas de sus
antepasados el hombre es de la forma que es (poder, promiscuidad,
agresión, jerarquías, competitividad) y se ha naturalizado el poder de
los hombres sobre las mujeres.
Guillermo Núñez (2007), basado en Pierre Bourdieu, propone trabajar el
concepto de habitus masculino como el “conjunto de disposiciones de
pensamiento, percepción, sentimiento y acción que actúa como matriz de
las prácticas, que ha sido construido mediante una interiorización y
una corporeización (hexis) de los discursos, rectos o herejes, sobre
'el ser hombre' y sobre 'lo masculino' en determinada sociedad, en el
marco de una socialización de género.” (pág. 41)
Es mediante la combinación de estos enfoques como puede estudiarse la
construcción de la masculinidad desde los aspectos psíquicos, sociales
y culturales en las diferentes etapas y situaciones de la vida.
Construcción de la masculinidad
El reconocimiento o asunción de género, explica Daniel Cazés (2011),
es impulsado por el ritual de asignación social que se repite diario e
imperceptiblemente, ya que éste:
[…] certifica su percepción inicial en las acciones, los
comportamientos, las actitudes, las maneras de actuar, de relacionarse
con cada quien, y por el conjunto de lo que cada persona puede y debe
hacer, decir, pensar, sentir, desear y también por lo que no debe ni
puede hacer, pensar, sentir, desear. (2011).
Rafael Montesinos se refiere a esta formación de la identidad de
género como una forma de adaptación a la sociedad porque “permite a
los individuos comprender su rol y adoptar una forma de comportamiento
con los otros” (2002, pág. 153). En el caso de los varones,
constituidos como seres públicos, la obligación de mostrar las
características que lo definen como un “hombre de verdad” forma parte
importante de su identidad.
La identidad masculina, según el glosario de Carlos Lomas (2004), es
la manera en que se expresa la condición masculina. Apoyado de
Elizabeth Badinter (1992), argumenta la inexistencia de una esencia
masculina “natural”, no existe un modelo único ni universal, depende
de los factores transversales desde la edad, la raza y orientación
sexual hasta el lugar y época. Existe en cambio, una diversidad
heterogénea de identidades masculinas y de maneras de ser hombre.
Mathew Gutmann (2000) define la identidad como un proceso interminable
y explica de forma simple que las identidades masculinas se pueden
concentrar en lo que los hombres hacen y dicen para ser hombres.
Asegura también, que adquirir género no es lo mismo que adquirir una
identidad social fija, ya que ésta continúa cambiando a lo largo de la
vida personal e histórica de los sujetos.
La masculinidad tradicional o el modelo hegemónico de la misma ha sido
descrita por diversos autores (Luis Botello, 2008; Daniel Cazés, 2005;
Antony Clare, 2006; Rafael Montesinos, 2005), a través de diferentes
características como:
*Fuerza, tanto física como emocional, reflejada en numerosas
situaciones de la vida cotidiana como: “esto es cosa de hombres”, “los
hombres no lloran”.
*Agresividad y valentía, por lo cual parece predeterminado a que le
guste la violencia y diversas actividades que impliquen peligro.
* Dureza en el carácter, control emocional e independencia, que han
coartado sus relaciones en el espacio privado.
*Potencia sexual demostrada socialmente con el número de hijos y las
posibilidades de elegir o tomar una pareja.
*Se le exige cumplir con el papel de proveedor y protector.
Aunado a esto, se ha considerado al varón como un ser público; su
conducta es vista y aprobada por su comunidad (Luis Botello, 2008),
por lo que se ha visto obligado a demostrar su hombría o masculinidad
(Daniel Cazés, 2005; José Solís, 2002; Antony Clare, 2006; entre
otros) en diversas situaciones: es alentado a practicar deportes rudos
o de contacto, a tener novias desde temprana edad o a resentir las
burlas que ocasione su soltería, a limitar la expresión de sus
sentimientos, a elegir una carrera que requiera carácter fuerte y
liderazgo, a ser proveedor y se fomenta su independencia desde muy
joven, entre otros rasgos.
La dominación masculina, es definida por Carlos Lomas como un
“conjunto de prácticas socioculturales sustentadas en una ideología de
poder que 'justifica' el menosprecio y la opresión de las mujeres (y
de algunos hombres)” (2004, pág. 15). El mismo autor también nos
recuerda que dicha dominación es efecto de un orden social, no
natural. Este efecto sociocultural es el resultado de una forma de
entender y vivir las relaciones, en las que está aceptada la
superioridad masculina como algo natural e incluso como algo neutral,
ya que la biología así lo dicta. Esta mirada minimiza a las mujeres y
a los hombres que no cumplen con las conductas requeridas.
La construcción de la masculinidad es un proceso gradual que se da en
diferentes etapas de la vida y se ve influenciada por muchos factores.
Daniel Cazés (2005, pág. 18) identifica 5 momentos:
1. Niñez o primer aprendizaje de masculinidad dominante.
2. La juventud o ensayos de ubicación en la trama de la hegemonía
entre los hombres y en relación con las mujeres.
3. Llegada a la edad adulta con características preferentes de la
masculinidad propia.
4. La madurez, cuando se ha asumido una masculinidad individual, el
enfrentamiento de conflictos y el disfrute de las canonjías
masculinas.
5. Las etapas de viropausia o andropausia, crisis de la hombría, y de
la lucha por preservar los atributos de la virilidad o de la
aceptación de los límites o pérdida de esos atributos. (2005, pág. 18)
Explica también que la asunción de género se da por medio del proceso
sociocultural e histórico de cada día en la vida de mujeres y hombres:
[…] sujetos de su propia sociedad, vivientes a través de su cultura,
cobijados por las tradiciones religiosas o filosóficas de su grupo
familiar, generación, hablantes de su idioma, ubicados en la nación y
en la clase que han nacido o a las que han transitado, envueltos en la
circunstancia y los procesos históricos de los momentos y los lugares
en los que se desarrolla su vida. (2005, pág. 35).
Lo anterior permite identificar elementos de influencia en la
construcción de la identidad de género que fueron analizados en los
sujetos de investigación, entre ellos se encuentra la familia, la
generación escolar y el contexto universitario como circunstancia
compartida por los sujetos y como proceso histórico que ha delimitado
su identidad profesional.
Alma Sánchez (2003) se refiere a la familia y la escuela como las
instancias más relevantes en la construcción del género ya que poseen
una función socializadora e intervienen de forma directa e indirecta
en la introyección de las tipologías sexuales. Graciela Morgade (2001)
explica que “la educación infantil marca con fuerza la subjetividad de
las personas convirtiéndolas en 'hombrecitos' o 'mujercitas'”. (2001,
pág. 39)
Asunción y socialización de género
La socialización es el “proceso a través del cual el individuo
interioriza las pautas de su entorno sociocultural, se integra, se
adapta a la sociedad convirtiéndose en un miembro de la misma y es
capaz de desempeñar unas funciones que satisfacen sus expectativas”
como afirma Adelina Gimeno (1999, pág. 57). La misma autora identifica
2 procesos de socialización. El primero es la “enculturación” donde se
interiorizan las pautas peculiares del entorno, el segundo es la
“personalización” donde se da el desarrollo de una asimilación
peculiar de ese entorno, como medio para configurar la identidad.
La socialización, según Rafael Montesinos (2002) puede ser definida
como un proceso de aprendizaje de los códigos de convivencia en el que
se demuestra la capacidad de la cultura para influir y distorsionar la
personalidad del individuo en convivencia social. Podemos observar
este fenómeno a través de la forma en que diferentes culturas aprecian
diversas cualidades en lo referente a la vida pública, privada,
comportamientos con el entorno natural y social, etcétera. Existen
características que tienen un patrón hegemónico casi invariable
alrededor del mundo como lo es el género. Los patrones hegemónicos de
masculinidad y feminidad han sido reproducidos por la cultura casi a
nivel mundial por medio de las instituciones que se encargan de
socializar a los individuos.
La división sexual de los espacios que otorga al hombre el espacio
público y a la mujer el espacio privado, conduce a diferentes tipos de
reproducción de este modelo, la reproducción ideológica se presenta en
la socialización y la reproducción social en el trabajo doméstico,
como comenta Alma Sánchez (2003).
Familia e infancia
Una de las principales formas de socializar al infante es la familia.
Según Luz de Lourdes Eguiluz (2003), la familia es “un sistema
relacional que conecta al individuo con el grupo amplio llamado
sociedad” (pág. 19). En el mismo texto, la autora cita la definición
de Jorge Sánchez sobre la familia como la: “unidad fundamental de la
sociedad, grupo social que conserva nexos de parentesco entre sus
miembros, tanto de tipo legal como consanguíneo y se construye por
individuos de generaciones distintas.” (pág. 20)
En las definiciones de Luz Eguiluz y Jorge Sánchez se coincide en
nombrar a la familia como el paso anterior a la vida social y aún sin
considerar los modelos de familia y convivencia, la familia es
definida de modo heteropatriarcal (pareja heterosexual con hijos con
el control y superioridad legal y social del padre) y conservador
(uniones legales y/o religiosas). Para esta investigación es
importante conocer cómo la familia es una instancia educadora que
influye en la construcción del género y cómo está transmitiendo sus
mandatos. La familia incluye también la tradición generacional y con
ello la conexión y trascendencia de las tradiciones con las
generaciones nuevas. En este caso, la existencia de un patrón
tradicional masculino que pasa y se transforma con las generaciones
puede ser estudiado en la familia. Retomando la definición de Daniel
Cazés sobre la asunción de género, esta cotidianidad y el paso
generacional son factores imprescindibles para reconocer la existencia
del patrón tradicional como una guía que deben seguir los sujetos para
acoplarse socialmente.
Se han propuesto algunos nuevos conceptos para definir esta dinámica,
vida o convivencia familiar. Por ejemplo, según Orlandina de Oliveira
“es el conjunto de relaciones entre los géneros y las generaciones que
se crean y recrean alrededor de los procesos de reproducción cotidiana
y generacional de los individuos” (1998. pág. 10).
Irene Meler (2001) afirma que parte de nuestra vida psíquica surge y
se desarrolla desde antes del nacimiento de cada sujeto y la familia
es un objeto de estudio privilegiado para su comprensión. Del mismo
modo, Graciela Morgade (2001) dice:
Si existe un espacio social imposible de omitir en el análisis de la
construcción de subjetividades, ese espacio es la familia. Aún antes
de la existencia material de las personas [...] la condición de 'seres
sociales' de las personas hace que ya desde la forma en que son
imaginadas antes de nacer se esté construyendo la 'forma de ser' un
sujeto humano. (pág. 35)
En estas expectativas de la familia hacia el nuevo miembro influye
notablemente el sexo. El proceso de “espera” puede verse desde el
embarazo y la pregunta primordial que se permite en todos los casos:
“¿es (será) niño o niña?” y en la preparación de la pareja y familias
para la llegada del bebé con ropas de determinado color, decoración
específica para la habitación y la elección de juguetes también por el
color o la función e incluso por los gustos e inclinaciones de su
madre y padre de lo que creen adecuado para su descendencia.
La familia actúa en la socialización de varias formas: de modo directo
al tener expectativas y elegir en muchos aspectos por el sujeto, pero
también es espontánea, no intencional y no formal. Al mismo tiempo
actúa de modo indirecto como filtro para otros agentes socializadores,
explica Adelina Gimeno (1999). Es decir, que lo permitido y realizado
por niños y niñas depende de los encargados de su cuidado, ya sea por
el permiso explícito de actividades, gustos y actitudes correctas a su
edad, género y personalidad o por las actividades, gustos y actitudes
que pueden observar con las personas con las que tienen contacto
cotidiano.
Parte de la trascendencia de la familia se proyecta en llevar estas
prácticas de la familia nuclear a la familia extensa y representarlas
más allá de ellas. Como Adelina Gimeno (1999) afirma, la familia
desarrolla cierto sistema de actitudes y creencias que contribuyen a
“crear un modo de percibir la realidad física y social y un modo de
autopercepción” (pág. 59).
La identidad genérica en una relación parental asimétrica (las mujeres
a cargo), produce subjetividades diferenciadas, como afirma Mabel
Burín (2001) apoyada en Nancy Chodorow: “Mientras que las niñas pueden
identificarse más directa e inmediatamente con sus madres, a los niños
no les sucede lo mismo con sus padres. [...] la identidad masculina no
se define en su identificación con el padre” (pág. 79). Las niñas
desarrollan una “identificación personal”, con la presencia de la
madre aprenden el rol femenino, el ser madre, asumen rasgos de
personalidad, conducta actitudes y valores, y los niños se identifican
con la posición del padre, deben aprender el rol en ausencia de la
relación (tan estrecha como con la madre), toman rasgos del padre
pero, asegura Mabel Burín, no se identifican con el padre como
persona.
En este proceso de identificación, al momento en que la niña se
identifica personalmente con la madre, el varón se identifica
socialmente con su género (según Lawrence Kohlberg citado por Alma
Sánchez, 2003) con mayor facilidad, porque lo masculino cuenta con
mayor prestigio. Para explicar este proceso, Alma Sánchez (2003)
recurre al concepto de “socialización sexual” de Gianini Belotti,
diferenciado para hombres y mujeres. Para los varones se da una
socialización sexual de carácter hipertónico, es decir, se busca
promover en ellos actitudes decididas, autónomas, libres e
independientes, y en las niñas, de carácter hipotónico, se pretende
obtener un comportamiento dependiente, pasivo e inseguridad. Esto da
pie a personas adultas que tienden a buscar esas características como
las deseables para su desarrollo personal y profesional. En ese
sentido, Adelina Gimeno (1999) pone de manifiesto que en las
relaciones personales entre adultos, se pide a un adulto varón “sano”
con esas cualidades, mientras que en las mujeres, son deseables rasgos
que podrían ser categorizados como enfermizos.
El rol masculino parece más inalcanzable, por lo distante del rol
paterno, lo cual lo hace más idealizable. Según Mabel Burín (2001,
2009) es posible decir que los varones aprenden los roles en un nivel
más abstracto o menos personal, y no como algo familiar, aunado a la
negación de la relación con la madre como una forma de incorporación
de la identidad masculina. Donald Bell (1987), también habla de un
proceso de aprender a ser varón, sobre todo en situaciones de padre
ausente, que consiste en negar lo femenino y a partir de ello
construir lo masculino como todo lo contrario.
Para Graciela Morgade (2001), los estudios de Safilios Rotchild (1987)
y Browne y France (1988) determinan que en los primeros años de vida
existen diferencias en el modo y frecuencia en que se habla y se da
contacto físico a niños y niñas, incluso en la manifestación de
emociones. Entre las principales diferencias se pueden enlistar: mayor
y más cálido tratamiento físico por parte de ambos padres con las
niñas en comparación con los varones, menos castigos para ellas, sobre
todo disciplina corporal. El estudio encontró también una mayor
exigencia hacia la construcción de la independencia, asunción de
responsabilidades y riesgos y mejor rendimiento y aprendizaje
intelectual, así como expectativa de comportamientos agresivos y
competitivos para los niños. Por el contrario, para las niñas, en
general en todos los ámbitos, se les podía tratar con mayor
indulgencia pero exigiendo características que demostraran su
“feminidad” como gentileza, orden, limpieza, tranquilidad, docilidad.
En estas exigencias y la búsqueda de identidad, Kohlberg citado por
Alma Sánchez (2003), enlista 5 mecanismos que el sujeto utiliza para
orientarse:
1.
Expresión de la tendencia a responder a intereses y actividades
nuevas.
2.
Valoración egocéntrica (su sexo es mejor que el otro, incluidas
las cosas, animales y personas que lo comparten).
3.
Estereotipos de valor y prestigio (practicar actividades y tener
juguetes que demuestran ese estatus).
4.
Adecuación al modelo como moralmente justo.
5.
Aprobación de la identidad de género (más por rasgos y valores que
por actos).
Desde el marco familiar influyen también los juegos y juguetes que se
permite tener a niños y niñas por separado. Graciela Morgade (2001)
presenta el argumento de cómo los juguetes son una fuente de
construcción de las relaciones de género (y de la influencia en las
imágenes internas de cada quien, agregaríamos):
[...] los juguetes representan al sistema social que divide al mundo
en modelos de hombres y mujeres, figuras buenas y malas, exitosas y
fracasadas, ricas y pobres, valientes y cobardes, lindas y feas, etc.;
que tienden a exaltar el afán de dominio y poder en los varones y el
deseo de seducir en las niñas. (pág. 36)
Para las niñas están permitidos los juegos que involucren realizar a
escala las actividades domésticas, para ello es necesario surtirles de
los pequeños artefactos que acompañan sus labores: escobas y artículos
de limpieza, cocinas y otros diminutos electrodomésticos, trastes,
muñecas con características de bebés, etcétera. A los niños se les
alienta a tener luchas cuerpo a cuerpo o incluso con armas (desde agua
y dardos hasta municiones), utilizar su imaginación en juegos de
aventuras, exploración y más. Esta forma de dividir y segmentar lo
público de lo privado genera una clara división sexual del trabajo.
Desde la familia en las mujeres se construye un ideal maternal y en
los hombres un ideal de trabajo. Es decir, los hombres interiorizan
características “útiles” para el trabajo que se han constituido y
asociado como parte de la masculinidad: “capacidad de rivalizar, de
imponerse al otro, de egoísmo y de individualismo” (Mabel Burín, 2001,
pág. 76), mientras las mujeres se apropian de características
relacionadas al servilismo y la docilidad. Orlandina de Oliveira
(1998) señala que entre sus investigaciones, una de las respuestas más
comunes de los varones que tienen poca participación en las tareas
domésticas es que esa desigualdad se deba a una mayor calificación y
disponibilidad femenina a su realización, por lo que para algunos
varones son necesarias las enseñanzas e insistencias de sus madres,
hermanas y esposas para tener una mayor y mejor aportación a estas
actividades.
En cuanto al padre y la madre, dentro de la familia tradicional tienen
papeles muy definidos y claros: mientras que el padre,
desenvolviéndose en la esfera de lo público, sale todos los días a
realizar un trabajo remunerado, la madre se dedica a las labores
domésticas y para el imaginario social “no trabaja”. En consecuencia,
los roles están también claramente diferenciados; en el caso de los
varones, deben proveer y proteger a la familia, en tanto que las
mujeres tienen por objetivos el cuidar, alimentar, limpiar y criar a
los hijos. Según Orlandina de Oliviera (1998), aunque en México los
hogares mantenidos por varones solo alcanzan 50% del total, los
hombres aún se consideran los proveedores mayoritarios de sus
familias, incluso contando con participación femenina, ya que es su
“obligación”.
Irene Meler (2001) afirma que la división sexual del trabajo (en
principio como una forma de supervivencia grupal) “generó diversas
formas de opresión y explotación de mujeres y jóvenes por parte de los
hombres adultos, situación que de ningún modo es estructural o
invariante”. Por supuesto estas formas de opresión son visibles hoy en
día e incluso de maneras “sutiles” dentro de la familia como la
jerarquía establecida para la toma de decisiones. Luz de Lourdes
Eguiluz (2003) señala que las jerarquías son una organización común en
las familias desde la teoría de sistemas, es necesario que unos ocupen
un nivel más elevado y que el resto se distribuya alrededor o debajo:
“La jerarquía implica poder, relacionado con los factores como edad,
conocimiento, género, riqueza y otros”. (pág. 6). Es notorio que esta
jerarquía refleja la presencia del patriarcado y el modelo hegemónico
de masculinidad y feminidad dentro de la familia.
La división sexual del trabajo se convierte en una estructura del
orden de género. El trabajo remunerado y de producción realizado por
los hombres es visto como un “emblema de poder” (Rafael Montesinos,
2005), la capacidad de obtener dinero por su trabajo establece una
fuente de poder sobre la familia. En este sentido, las mujeres que
desean conseguir un empleo fuera del hogar deben buscar uno que sea
“adecuado” para su condición genérica, sin descuidar el hogar y todas
las tareas que conlleva.
Para los varones, el ser proveedor se convierte en una exigencia no
sólo como padre de familia, también como demostración de su
masculinidad. El peso que se da a su papel como proveedor económico
dista mucho del que se le da como figura paterna. Por lo que los niños
aprenden de él solamente la importancia de tener un trabajo y que el
padre suele ser lejano. Por ello, ante un padre ausente, el niño
obtiene modelos de masculinidad de diferentes formas. Laura Asturias
(2004) las clasifica en tres:
1.
Los medios de comunicación, como principal la televisión,
argumentando que el chico ve más a la televisión que a su padre,
es de este medio de donde obtiene las primeras ideas de cómo debe
ser un hombre. La televisión le presenta algunos modelos: el
deportista ultracompetitivo, el hombre violento o criminal y el
vicioso, llámese (drogas o alcohol). Son entonces alentados a ser
agresivos, invulnerables, insensibles y poco interesados en su
bienestar personal.
2.
El grupo de amigos, donde con las conductas ya aprendidas se
dedica a mantener y resaltar una masculinidad exitosa por medio de
retos y agresiones, desafía a la autoridad e intenta ganar el
respeto del grupo de amigos.
3.
La “reacción”, la dificultad que tienen los varones de convivir
con hombres adultos que le permitan tener esa identificación
personal de la que habla Mabel Burín los lleva a interpretar lo
masculino como todo lo no femenino. Este último modelo es el que
Laura Asturias considera más dañino para la convivencia humana, ya
que desarrolla una actitud antagónica hacia las mujeres y comienza
a degradar y evitar todo lo relacionado a lo que él considera
femenino, según la autora, entre esas características el ser buen
alumno en la escuela.
Lourdes Andrade explica:
Así cuando hablamos de roles nos referimos a esos mandatos específicos
del género femenino o masculino que se supone deben cumplir los
individuos de uno u otro sexo para ser “auténticos hombres” o
“auténticas mujeres”. Pero estos mandatos no existen sólo como
obligaciones externas, sino que son interiorizados desde la infancia a
través de la enseñanza y la observación de conductas de personas
adultas; de tal manera que los géneros pasan a formar nuestra
personalidad, nuestros gustos y deseos, nuestras capacidades y
expectativas como parte de la cultura (2010, pág. 88).
1El “Emilio” ha sido reconocido por las pensadoras feministas como una
de las obras fundantes del patriarcado (Rosa Cobo, 2005), a su vez es
utilizado y reconocido por profesionales de la educación aún hoy en
día.
2En México existen también movimientos por una supuesta reivindicación
de los derechos masculinos, y la acusación contra las mujeres de haber
rebasado la bandera feminista como es el caso del movimiento El
Círculo Masculino, dirigido por Lorenzo Da Firenze, autor del libro La
conspiración feminista.
3Lazo o vínculo masculino en el que se presenta un impulso inherente
de los hombres por lo cual se muestran solidaridad entre sí.

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