las industrias culturales como concepto. por octavio getino publicado en observatorio – industrias culturales de la ciudad de buenos ai

LAS INDUSTRIAS CULTURALES COMO CONCEPTO.
Por OCTAVIO GETINO
PUBLICADO EN OBSERVATORIO – INDUSTRIAS CULTURALES DE LA CIUDAD DE
BUENOS AIRES Nº 3
“De hecho, el empleo indiscriminado de un concepto fetiche como el de
“industria cultural”
implica, en el fondo, la incapacidad misma de aceptar estos
acontecimientos históricos,
y –con ellos– la perspectiva de una humanidad capaz de operar sobre la
historia”.
Umberto Eco
El concepto de IC admite una amplia gama de definiciones que por lo
general responden a las diversas maneras de enfocar las relaciones de
la cultura con el desarrollo, o de caracterizar las artes, los medios
y la cultura en general. Es por ello que un enfoque meramente
economicista reducirá su campo a un determinado sector o complejo
industrial, aquel que reditúe mayor rentabilidad y legitime el sentido
sectorial que se les imprime. Otro, de carácter más abarcativo y de
tipo social, ampliará los campos y el sentido de las mismas.
Sin embargo, resulta cada vez más necesario acordar algún tipo de
definición que pueda permitirnos referirnos a este sector, para saber
de qué hablamos cuando hablamos de industrias culturales, sin lo cual
resultará difícil instalar políticas para su tratamiento, tanto a
escala nacional como internacional.
La UNESCO informaba en 1986, por ejemplo, que mientras la industria
manufacturera había vendido en todo el mundo por un valor de 490 mil
millones
de dólares,3“las de la información y la comunicación” o “nuevas
tecnologías de la información y la comunicación” (NTIC), lo hizo por
un billón (un millón de millones) 185 mil millones de dólares.
¿Pero qué se incluía o se excluía, sin embargo, en los términos de
“información” o “comunicación”? Responder a este interrogante, es
responder también respecto de las características y los alcances del
campo de estudio elegido, paso imprescindible para que quienes
participen del mismo puedan hablar un idioma común. Vale la pena
recordar que algunos países sustituyen el término industrias
culturales, por otro tipo de definiciones, como industrias creativas,
y también industrias de contenidos, industrias de la información,
industrias de futuro, o industrias del entretenimiento. Cada
definición condiciona la gama de industrias o servicios que forma
parte de la misma y, en consecuencia, fija parámetros para establecer
la dimensión de sus distintos componentes: económicos, sociales,
culturales, políticos, etcétera.
Convengamos que, en este sentido, falta mucho en nuestros países –y
también en la mayor parte del mundo– para que, cuando hablemos de las
IC, ello forme parte de códigos que todos entendemos y compartimos.
La inexistencia de una definición en los países del MERCOSUR, y en el
interior de quienes lo conforman, sobre qué son las IC, qué industrias
o servicios las integran y cuál es su importancia en el desarrollo
nacional y social, constriñe institucionalmente el concepto a una
definición como la siguiente: “Más allá de las distintas definiciones
que han propuesto los expertos en administración y gestión cultural,
podríamos caracterizar como Industrias Culturales a aquellas que a
partir de una creación individual o colectiva, sin una significación
inmediatamente utilitaria, obtienen productos culturales a través de
procesos de producción de la gran industria”.4
En esta caracterización, acordada durante la Tercera Reunión de la
Comisión Técnica de Industrias Culturales, las IC están
paradójicamente desprovistas de significación “utilitaria”, con lo
cual –y no por razones meramente conceptuales sino, principalmente, de
intereses en juego– se excluye al sector de la información y la
comunicación (publicaciones periódicas, radio, televisión, etc.), pese
a la importancia que el mismo tiene para la producción y divulgación
cultural a escala de masas. Dentro del concepto sólo se ubicarían, por
lo tanto, las industrias del libro, de la música grabada y del cine, a
las cuales se incorporarían, como ha sucedido en diversos acuerdos
mercosureños relacionados con el tema, a sectores tales como las
artesanías, las artes plásticas y escénicas, y los espectáculos.
Este enfoque guarda parecido con el vigente en los Estados Unidos,
donde los sectores de la comunicación y la información (radio,
televisión,
cine, etc.) son concebidos como industrias de servicios para
el entretenimiento, tal como sucede con el turismo, los deportes, los
juegos de azar, etc., estando sujetos por lo tanto a la lógica
competitiva
del mercado, mientras que los correspondientes a las artes, léase
la “alta cultura”, pueden contar con el apoyo del erario público y el
proteccionismo de los organismos oficiales o del mecenazgo de las
fundaciones privadas. Un enfoque que no es compartido por muchos
otros países, aunque en la mayor parte de los mismos tampoco exista
suficiente claridad sobre la manera de delimitar y explicar el campo
de
las industrias culturales.
Por ello, aparece la necesidad de consensuar, aunque sólo sea en
términos de aproximación inicial, una definición de lo que entendemos
por IC –campos abarcativos y sentido de los mismos– sin cuyo
tratamiento
resultará muy difícil poder elaborar acuerdos medianamente
serios para la definición de políticas de desarrollo.
Desde los años sesenta, el concepto inicial de “industria cultural”,
asociado
al de “cultura de masas”, entre otros, fue incorporando nuevas
nociones, de acuerdo con los diversos enfoques en boga. Así, por
ejemplo, Machlup, economista norteamericano, introdujo en 1966 el
término de “industria del conocimiento” –en el que incluía los medios,
la publicidad, la educación y las relaciones públicas– para estudiar
su
incidencia económica en el PIB de su país.
En ese entonces, Hans Magnus Enzensberger esgrimiría en Europa
un nuevo término, el de “industria de la conciencia”, para abordar
críticamente el pensamiento izquierdista, tildándolo de seguir atado
a la “galaxia de Gutenberg” –así bautizada por McLuhan– del medio
escrito, omitiendo la importancia de las nuevas tecnologías
electrónicas.
Años después, en 1974, estudiosos de la Universidad de Stanford,
retomaron los conceptos de economistas como Machlup, sosteniendo que
la “industria de la información” representaba en la era del
capitalismo avanzado o postindustrialista, la fuente principal en
cuanto a empleo y presencia en el PIB nacional. La información se
convertía así en un capital estratégico y hacía que la nueva división
del planeta entre naciones ricas y naciones pobres estuviera
determinada por el poder que las mismas tuvieran sobre dicho recurso.
Recién en los años setenta los gobiernos representados en las
Naciones Unidas impulsaron los primeros estudios sobre el tema,
de tal modo que la UNESCO aprobó en París, en octubre de 1978,
durante la Vigésima Sesión de la Conferencia General, la creación del
Programa de Investigaciones Comparadas sobre Industrias Culturales,
reconfirmado luego en 1980, en Belgrado, y en la Conferencia
Mundial sobre Políticas Culturales (MONDIACULT), efectuada en
México en julio de 1982.
UNESCO publicó en 1982, un trabajo en el que, junto con pluralizar
el término “industria”, procedió a definir como tales al conjunto de
las
mismas, desde el momento en que “los bienes y servicios culturales
se producen, reproducen, conservan y difunden, según criterios
industriales
y comerciales, es decir, en serie y aplicando una estrategia de
tipo económico, en vez de perseguir una finalidad de tipo cultural”.5
Una primera definición sobre el sector, pero insuficiente en la medida
en que omite la posibilidad de la existencia de políticas públicas
para
las cuales las consideraciones económicas pueden tener una importancia
menor que otras de carácter cultural, social, político o religioso.
Sin embargo, ella constituyó un avance con relación a la orfandad
existente hasta ese momento con relación al tema.
El Informe MacBride propiciado por la UNESCO, señalaba en 1980,
fecha de su publicación, que la industria cultural forma también parte
de la industria de la comunicación, en tanto ésta “reproduce o
transmite
productos culturales y obras culturales y artísticas mediante
técnicas industriales”. A su vez, agregaba que “el volumen de los
productos
combinados de todos los medios de comunicación (edición,
radio, discos, televisión, cine) indica que la función de la
comunicación
en el esparcimiento y en las actividades recreativas –aun estando a
menudo ligada a una o varias de las demás funciones de comunicación
– requiere una atención especial, debido a su influencia cultural
esencial y a sus enormes ramificaciones económicas. A este respecto,
procede destacar tres tendencias principales: a) el inmenso aumento
de los materiales recreativos en todo el mundo y la participación
frecuente
de todos los medios de comunicación en actividades de este
tipo; b) las posibilidades que ofrecen las innovaciones tecnológicas,
que permiten un fuerte aumento de las comunicaciones a la medida
y la participación de un gran número de espectadores como actores,
y no solamente como espectadores, en las actividades recreativas; y
c) la aparición de una vasta industria que difunde ampliamente las
realizaciones artísticas y culturales, al mismo tiempo que fabrica
medios
de esparcimiento y productos culturales industrializados”.6
La Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales que tuvo lugar en
México en 1982 sostuvo en su Declaración Final: “Los avances
tecnológicos
de los últimos años han dado lugar a la expansión de las
industrias culturales. Tales industrias, cualquiera que sea su
organización,
juegan un papel importante en la difusión de bienes culturales
[...] Los medios modernos de comunicación tienen una importancia
fundamental en la educación y en la difusión de la cultura”.
Pocos años después, en 1994, también la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPAL) difundió un documento en el que
los expertos de la División de Desarrollo social de dicho organismo
indicaron que toda reflexión en torno al futuro latinoamericano y
caribeño debía considerar el papel fundamental que las IC tienen en el
mejoramiento de la competitividad, el empleo y la democratización de
los intercambios culturales.
A partir de estas y otras apreciaciones sobre la importancia de las
IC,
algunas instituciones y estudiosos establecieron también las propias,
abarcaran ellas desde el ámbito más amplio de las artes y la cultura
tradicional junto con el de la producción y reproducción serializada
de
bienes culturales, o bien restringieran su encuadre a las dedicadas,
por
una parte, a productos culturales (obras literarias, musicales,
cinematográficas, etc.), o, por otra, a medios de información y
comunicación
(prensa, radio, televisión, etc.). En este caso, las diferencias
radicaban
sobre los sectores productivos que la industria cultural podía
representar.
No faltan, sin embargo, investigadores y teóricos para los cuales
todas las industrias son culturales, es decir socio-simbólicamente
significativas, con lo cual retomaríamos en este sector el mismo
carácter holístico al que nos referíamos cuando nos aproximamos a una
conceptualización del término “cultura”. Para el investigador Daniel
Mato, por ejemplo, “habría que aceptar, como mínimo, que las
industrias de la alimentación, del vestido, del maquillaje y del
juguete, también son ‘culturales’, o al menos lo son tanto como las
del cine y la televisión, la música, la editorial y las gráficas. Digo
esto porque la importancia de unas y otras en tanto productoras de
sentido, de simbolizaciones sociales, de representaciones, es
comparable [...] Por eso el uso del término ‘industrias culturales’ me
resulta problemático, y me parecer que al fin y al cabo, podría
aplicarse a todas las industrias, con lo cual la adjetivación
carecería de sentido”.8
Otro experto en este tema, como lo es Agustín Girard, sostiene también
que “las industrias culturales no deben analizarse en su conjunto,
sino que es preciso fragmentar su campo. Y esta fragmentación debe ser
doble: por una parte es necesario distinguir las diferentes fases del
proceso de producción/comercialización, por otra, debido a que estas
diferentes fases no se presentan de la misma manera respecto a cada
medio, es necesario distinguir los diversos medios, cada uno de los
cuales tiene su lógica específica de producción/comercialización”.
¿Pero pueden diferenciarse las industrias de cualquier rama atendiendo
solamente a su lógica productiva-comercial?. O por lo menos ¿tal
diferenciación es válida en el caso de industrias cuya especificidad
es producir valores simbólicos, presentes, a la vez y de manera
simultánea, en otras industrias que se rigen por lógicas productivas o
comerciales diferentes?
Obviamente, toda actividad humana, incluida la de carácter industrial,
tiene implícita una dimensión cultural, que en determinados casos
puede resultar
más ostensible que en otros. Se asiste, en este sentido, a un proceso
de simbolización creciente del conjunto de los bienes y servicios de
consumo.
Las industrias de la alimentación y del vestido, por ejemplo,
explicitan en nuestro tiempo, marketing publicitario mediante, una
poderosa carga de valores simbólicos, a través de los cuales el
consumidor opta por una determinada bebida o elemento de vestuario,
según el tipo de simbolización o de representación que quiera asumir
en el juego de sus relaciones sociales. Pero lo cierto es que cuando
hace uso de esos elementos, no busca satisfacer primeramente una
demanda cultural, sino que pretende, antes que nada, calmar la sed,
alimentarse o vestirse. El valor simbólico de lo consumido, aparece
pues como añadidura, aunque por momentos parezca confundirse con la
finalidad principal del consumo. En este punto, juegan un papel muy
importante el sector de la industria y los servicios publicitarios.
Estos se ocupan de que los símbolos sean adheridos cada vez más a las
mercancías “porque el diseño que contienen y la imagen que se les
connota puede ser el incentivo principal para su compra. A la
satisfacción de una necesidad objetiva se le superpone una dimensión
subjetiva, simbólica.
De esa forma, el conjunto de la producción dirigida al consumo se
ideologiza, se significa (estatus, identidad, buen gusto, etc.). Es un
costo suplementario
obligado en el ámbito de la competencia comercial y que alimenta a las
industrias culturales que insertan publicidad. Esa incorporación de
costos se incorpora al precio de los productos y termina pagándola el
consumidor. La industria publicitaria es una industria cultural y
productiva,
en la medida que realiza productos culturales o contribuye al diseño,
en sentido estricto, de un producto, y no es una actividad productiva,
sino un servicio que se intercambia por una renta”.10
Correspondería agregar también, en el amplio campo de las IC, algunas
ramas industriales dedicadas principalmente a la producción de
máquinas, objetos o recursos –mercancías, en suma– utilizadas por el
consumidor para ocupar su tiempo libre o de ocio. Prácticas personales
de juegos, entretenimiento o turismo, por ejemplo. Incluso, las
prácticas deportivas, debido a los elementos producidos
industrialmente y que el individuo utiliza como soportes materiales
para expresarse en términos simbólico-sociales. Además, algunos de los
productos originados en las industrias del entretenimiento –como los
conocidos videojuegos– aparecen como manifestaciones directas de
poderosas industrias culturales, en las que se cruzan la informática y
el audiovisual.
Pero el estudio de un campo cualquiera de la cultura obliga a
priorizar y delimitar aquellos conjuntos de actividades que presenten
rasgos identitarios
más o menos comunes y que se inscriban en un mismo sentido de
utilización sociocultural. En este aspecto, las IC ofrecen diversos
elementos compartidos e interactuantes –sistemas retroalimentarios de
significaciones afines– tanto como permiten distinguir estos de los
que son propios de otras industrias, actividades o servicios. En el
concepto de IC se incluyen, sin embargo, no sólo las relacionadas con
la cultura y las artes en general (libros, fonogramas, películas,
etc.) sino, también las correspondientes a los medios de comunicación
(radio, televisión, prensa, etc.), convergentes con aquellas en la
formación de los imaginarios colectivos, a la vez que fuertemente
interactuantes en materia de contenidos, tecnología, producción,
comercialización y consumo.
Coincidiendo con este criterio, el Ministerio de Cultura de España
considera que “las industrias culturales incluyen a las de la
comunicación. Pero no así a todas las pertenecientes al campo del ocio
porque no existen nexos suficientes entre este tipo de industrias
(turismo, videojuegos, deportes, etc.) y las culturales. También se
excluye a las actividades artesanales”.
Quedan fuera de esta definición, aunque no de los análisis desde la
economía política de la cultura y la comunicación, los servicios
culturales y las actividades culturales, “No sólo están situados en
distintos planos (producción y consumo cultural en un caso, uso del
tiempo libre en el otro) sino que hay múltiples actividades de ocio no
vinculadas con las industrias culturales, desde el bricolaje al
turismo no cultural, pasando por las relaciones interpersonales, el
deporte o el paseo que, obviamente, forman parte en un sentido laxo,
de la cultura y el estilo de vida”.
El investigador español Ramón Zallo, uno de los pioneros en el estudio
de las relaciones de la cultura con la economía en el espacio
iberoamericano, describe a estas industrias como “un conjunto de
ramas, segmentos y actividades auxiliares, industriales, productoras y
distribuidoras de mercancías con contenidos simbólicos, concebidos por
un trabajo creativo, organizadas por un capital que se valoriza y
destinadas finalmente a los mercados de consumo, con una función de
reproducción ideológica y social”.
En tren de precisar una definición más o menos consensuada sobre
el tema, la UNESCO eliminó a finales de los noventa la diferenciación
entre cultura de masas y cultura de elite –heredada de Adorno– y
asoció las IC al concepto de creación en una perspectiva más amplia,
incorporando el reconocimiento de los “derechos de autor”, sobre la
producción de contenidos. Para el caso de las industrias principales
dedicadas a la producción de contenidos, donde no se incluyen las
industrias auxiliares o conexas sin las cuales aquellas no podrían
desarrollar sus actividades, la UNESCO describe así sus principales
rasgos distintivos:
– Su materia prima es una creación protegida por derechos de autor
y fijada sobre un soporte tangible o electrónico.
– En ellas se incluyen los bienes y servicios culturales fijados sobre
soportes tangibles o electrónicos y producidos, conservados y
difundidos
en serie, con circulación generalmente masiva.
– Poseen procesos de producción, circulación y apropiación social.
– Están articulados a las lógicas del mercado y a la comercialización
o tienen el potencial para entrar en ellas.
– Son lugares de integración y producción de imaginarios sociales,
conformación de identidades y promoción de ciudadanía. 13
Cabe observar que, en esta descripción se entiende como “bienes
culturales” aquellos que transmiten ideas, valores simbólicos y modos
de vida, e informan o entretienen, contribuyendo a forjar y a difundir
la identidad colectiva, así como a influir en las prácticas
culturales. Protegidos por el derecho de autor, estos bienes están
basados en la creatividad, individual o colectiva. Su singularidad
consiste en que se transmiten sobre soportes capaces de ser
reproducidos industrialmente y multiplicados para su circulación
masiva.14
Asimismo, los “servicios culturales” están representados por las
actividades
que, sin asumir la forma de un bien material adquirible por el
consumidor, atienden a un deseo, interés o necesidad de cultura y se
traducen en aquellas infraestructuras y medidas de apoyo a las
prácticas culturales que los Estados, las instituciones y empresas
privadas o de derecho semipúblico, las fundaciones o las
organizaciones sociales, ponen a disposición de la comunidad para la
apreciación de los bienes ofertados. Destacamos en este punto, las
actividades en las que el público se informa o disfruta de un bien
que, sin embargo, no adquiere, y al que sólo accede para llevarse
consigo las ideas, informaciones, imágenes, o emociones que dicho bien
le proporciona (la exhibición cinematográfica, el alquiler de libros o
videos, la audición de un programa de radio o de televisión, la
observación turística de un paisaje, el disfrute de una obra de teatro
o de un espectáculo musical, etc.). Dejan de ser servicios y se
convierten en bienes cuando la película se vende en soporte video, el
concierto se registra en un CD o en un DVD, la pintura aparece en un
libro de arte o el souvenir nos recuerda la actividad
turística realizada, sea ella cultural o de cualquier otro tipo.
Relaciones de las IC con los medios y las artes La delimitación de
campos no implica de ninguna manera omitir las sólidas interrelaciones
que existen entre las industrias y los servicios y las actividades
culturales. Unas y otras se complementan en el universo amplio de la
cultura, aunque posean características particulares y diferenciadas.
Así, las IC alimentan y retroalimentan a los servicios y las
actividades culturales y artísticas, sin las cuales no podrían
existir, por lo menos, en los niveles que hoy conocemos.
La música creada es un importante insumo para la danza, el teatro y
los espectáculos, pero sirve de claro soporte en la televisión, el
cine y el audiovisual en general. La TV se sirve del teatro y de los
conciertos,
y puede a su vez potenciarlos por medio de sus transmisiones, como lo
hace también a veces en la promoción del libro. Una novela puede
convertirse en la base de una obra televisiva o de una película. La
promoción de la literatura se realiza en video y en televisión. Las
artes plásticas necesitan y utilizan las artes gráficas para su
difusión y comercialización, al igual que la música grabada necesita
del diseño gráfico para su presentación en el mercado. Las obras de
las artes visuales se conocen menos que los catálogos impresos de las
exposiciones. Los carteles publicitarios se convierten en cuadros
coleccionables. Las películas cinematográficas acompañan al espectador
en su hogar. Comienzan a difundirse diarios electrónicos a través de
Internet y de las pantallas de las computadoras y así, de manera casi
infinita...
Los ejemplos son innumerables y tienden a multiplicarse
permanentemente.
“El resultado es la existencia de productos híbridos de difícil
clasificación y la consolidación de un sector cultural que trasciende
su tradicional compartimentación sectorial”. Podríamos agregar,
inclusive, que el portador material de los contenidos simbólicos de
algún bien cultural, tiene, a menudo, una significación igual o mayor
que los contenidos mismos. Basta observar
Cultura, Medios e Industrias Culturales en la mesa de cualquier
librería la existencia de “libros objetos” –concebidos para regalos o
para adornar algunas bibliotecas– en los que el diseño, la
encuadernación, el tipo de papel y la impresión gráfica relegan a un
papel secundario la obra literaria que contienen. Otro tanto sucede a
veces con productos de distinto tipo, en los cuales el diseño, la
imagen y las particularidades especiales del soporte, atienden
demandas socioculturales en igual o mayor medida que los propios
contenidos. En estos casos, el medio tangible se convierte también en
transmisor de una intangibilidad que le es inherente, capaz de superar
en cuanto a impacto cultural a la del mensaje transmitido.
Por otra parte, todas las IC dependen para su supervivencia de la
existencia y promoción de otras industrias no abocadas necesariamente
a una función específica en el campo de la cultura. Así, por ejemplo,
la producción discográfica requiere de la química y la electrónica
(junto con servicios
de diseño gráfico, medios impresos, revistas especializadas, etc.); la
audiovisual, de la electrónica, electromecánica, química, óptica,
luminotécnica, etc., para la producción y posproducción de películas o
programas, y de la electrónica de consumo hogareño para el consumo de
los mismos (además de servicios de escenografía, vestuarios,
transportes, hotelería, capacitación profesional, etc.); la del libro,
de las industrias de la celulosa y el papel, junto con la electrónica,
la química, la electromecánica, etc. (además de los servicios de
diseño gráfico, marketing, suplementos literarios, crítica, etc.). Sin
hablar ya de las relaciones de las IC con la arquitectura, la
ingeniería, las ciencias sociales, la formación artística y técnica,
etc., que complementan la labor de las IC (construcción de
instalaciones, desarrollo de sistemas comunicacionales, estudios de
mercado, asesoramiento empresarial, capacitación de artistas y
profesionales, etcétera).
A este campo de relaciones entre algunas industrias de lo tangible y
las de lo intangible se han ido incorporando en los últimos años
algunas industrias
parcialmente relacionadas o conexas, dentro de las cuales incluimos la
informática e Internet, las telecomunicaciones, cuya presencia en el
campo
de la cultura incide fuertemente en la producción y utilización de
nuevos bienes y servicios. Un ejemplo paradigmático de estas
interrelaciones entre industrias de contenidos, de soporte e insumos y
conexas, es el de la fusión realizada en el año 2000 entre el
proveedor de accesos a Internet, American On Line (AOL) y la
corporación de medios y entretenimientos Time Warner por un monto
estimado en unos 180 mil millones de dólares (según valor de mercado),
cifra que traduce una de las operaciones económicas más
importantes de la historia, con su impacto indudable en la economía,
la producción y los mercados de numerosos países. Servicios
telefónicos, informáticos y audiovisuales tienden a integrarse cada
vez más, como lo prueba la significativa presencia en Estados Unidos y
Europa –y de manera creciente en América Latina, de empresas de
telecomunicaciones (ITT,
AT&T, MCI, Southwestern Bell, France Telecom, Telefónica Española,
etc. ), con el sector audiovisual, particularmente de TV de pago y, en
menor
medida, el cine, utilizando tecnologías procedentes del sector
informático (Microsoft, IBM, Hewlett Packard, etc.), todos ellos
interesados en participar
empresarialmente de la producción y distribución de contenidos
simbólicos para la llamada “industria del entretenimiento”. Tampoco
son ajenos a
esa preocupación poderosos conglomerados que proceden de otras
industrias, como la editorial o la del libro, uno de los cuales, el
alemán Bertelsman, ha penetrado también en los mercados
iberoamericanos.
Ramón Zallo sintetiza así algunas de las relaciones sinérgicas que
aparecen habitualmente en el campo de las IC, cada una de las cuales
tiene
características específicas que, por otra parte, no han merecido hasta
ahora estudios significativos en nuestros países:
– técnico-productivas (prensa en telemática, bases de datos a partir
de fondos informativos, salto de una empresa de radio a una de TV, de
un medio a otro);
– comercial y publicitario (redes de distribución audiovisual para
cine, video y televisión; experiencia de la prensa en gestión
publicitaria reutilizable en la TV privada);
– financiero (casi todos los grandes grupos tienen una estrategia
global y no sectorizada);
– organizacional (empresas de telecomunicaciones y de informática en
la implementación y gestión de redes de TV cable);
– simbólico (un mismo producto convertido en multiproducto desplegado
en términos multimediáticos con un máximo aprovechamiento de sinergías
comerciales: el personaje de una historieta se edita en una revista o
en un libro, se registra en un filme o en una serie televisiva, se
lanza en un disco, se escucha en radio, se imprime en camisetas,
merchandising o se convierte en souvenir, etcétera).
Los cambios operados en los últimos tiempos en las interrelaciones de
las IC, como de la cultura en general, y la economía, son claramente
reseñados en un reciente documento del MINEDUC de Chile: “La dimensión
económica dice relación con un complejo proceso que involucra
empresarios, capital, recursos humanos y recursos tecnológicos
industriales; y procesos de promoción, exhibición, distribución y
venta que implica estrategias de público y mercado [...] La dimensión
cultural de la industria dice relación tanto con la existencia de una
fase de creación artística en la producción, como por la especificidad
de los bienes y servicios producidos por este sector industrial. Las
obras producidas son creaciones simbólicas y culturales [...] Su
carácter concreto, dinámico, emocional, asociativo, sintético,
holístico, afecta más a la fantasía y a la afectividad que a la
racionalidad humana y está alterando –a escala mundial– las pautas
culturales de la sociedad globalizada, constituyéndose en la base de
las nuevas identidades sociales, políticas y culturales del siglo XXI.”
Por Octavio Getino
Fuente: Observatorio – Industrias Culturales de la Ciudad de Buenos
Aires Nº 3.
Más información: www.observatoriocultural.gov.ar
NOTAS
1 Fragmento de El capital de la cultura (en preparación).
2 Coordinador del Observatorio de Industrias Culturales de la Ciudad
de Buenos Aires.
3 UNESCO, Informe mundial sobre la cultura, Madrid, UNESCO/Acento
Editorial/Fundación Santa María, 1999.
4 Mercosur Cultural, Informe de la Tercera Reunión de la Comisión
Técnica de Industrias Culturales, Buenos Aires, 1997.
5 UNESCO, Industrias culturales: El futuro de la cultura en juego,
México, Fondo de Cultura Económica, 1982.
6 Sean MacBride (coord.), Un solo mundo. Voces múltiples, México,
UNESCO-Fondo de Cultura Económica, 1980.
7 CEPAL, La industria cultural en la dinámica del desarrollo y la
modernidad: Nuevas lecturas para América Latina y el Caribe, Santiago
de Chile, junio de 1994.
8 Daniel Mato, “Des-fetichizar la globalización: Basta de
reduccionismos, apologías, demonizaciones, mostrar la complejidad y
las prácticas de los actores”, en
Daniel Mato (comp.) Estudios latinoamericanos sobre cultura y
transformaciones sociales en tiempos de globalización (II), Buenos
Aires, CLACSO, 2001.
9 Agustín Girard, Las industrias culturales: ¿Un obstáculo o una nueva
posibilidad para el desarrollo cultural?, en AA.VV., Industrias
culturales: El futuro de la cultura
en juego, París, UNESCO, 1982.
10 Ramón Zallo, El mercado de la cultura. Estructura económica y
política de la comunicación, País Vasco, Gakoa, 1992.
11 La cultura en cifras, Madrid, Ministerio de Cultura, 1996.
12 Ramón Zallo, ob. cit.
13 Impacto económico de las industrias culturales en Colombia, Bogotá,
Ministerio de Cultura/CERLALC/CAB, 2003.
14 Cultura, comercio y globalización, CERLALC/UNESCO, 2000.
15 Rafael Roncagliolo, “Las industrias culturales en la videoesfera
latinoamericana”, en N. G. Canclini y C. Moneta, Las industrias
culturales en la integración latinoamericana,
Buenos Aires, Eudeba-SELA, 2000.
16 Ramón Zallo, Ramón Zallo, ob. cit.
17 MINEDUC, Política de fomento y desarrollo del cine y la industria
audiovisual, (documento de trabajo), Santiago de Chile, 1996.
BREVE
La revolución tecnológica que vivimos no afecta sólo por separado a
cada uno de los medios sino que está produciendo transformaciones
transversales que se evidencian en la emergencia de un ecosistema
comunicativo marcado por la hegemonía de la experiencia audiovisual
sobre la tipográfica y la reintegración de la imagen al campo de la
producción de conocimientos. Ello está incidiendo tanto sobre el
sentido y el alcance de lo que entendemos por comunicar como sobre la
particular reubicación de cada medio en ese ecosistema reconfigurando
las relaciones de unos medios con otros, con lo que ello implica en el
diseño de las políticas de comunicación ahora ya no pensables como
meras “políticas de medios” sino a pensar como políticas culturales
sobre el “sistema comunicativo”.
JESUS MARTIN BARBERO, investigador y teórico de cultura y medios.
Colombia.
“Medios y culturas en el espacio iberoamericano”. En Gacemail
TEAImagen N° 35. 2003.
11

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